Domingo Bazán Campos
Pedagogo
Ponencia presentada en el Seminario “Educación
Diferencial y Educación Popular: Encuentros y desencuentros desde una mirada
critico-transformadora”, Auditorium de la UAHC, 3 de octubre de 2012.
I. A modo de presentación:
Como ustedes saben,
los conceptos son contextodependientes, por lo que debo partir aclarando que la
expresión extra-escuela constituye un
término aplicado a la realización de prácticas educativas fuera del espacio
educativo formal, esto es, fuera del colegio o del liceo. Esta preocupación por
salir del territorio de la escuela en el ejercicio de la profesión docente se
puede rastrear en el denominado Movimiento de Renovación Psicopedagógica
(MRPs), de la extinta Universidad Educares, en la primera mitad de los años
noventa. Las reflexiones que allí se generaron procuraron resignificar la labor
psicopedagógica más allá de los límites de la escuela. De este modo, los
términos intra-aula y extra-aula, intra-escuela y extra-escuela, así como
educación formal, informal y no formal, comenzaron a cobrar cierto sentido para
los psicopedagogos a propósito de incrementar la empleabilidad de la profesión
pero también, para algunos pocos trasgresores, por la necesidad ética y
política de cambiar las prácticas educativas luego de finalizado el largo y
doloroso ciclo del Gobierno Militar. En ese exacto sentido, poco había de
novedoso en el discurso de una Psicopedagogía Extra-Escuela, nada que no haya
sido patentado antes por la tradición de la Educación Popular
latinoamericana.
Pero, como entendemos
hoy, con la indisimulada complicidad de la Concertación, ahora
en democracia, el discurso pedagógico imperante persistía en centrar la
atención en distintos elementos derivados de la racionalidad instrumental, esto
es, el rendimiento escolar, el esfuerzo individual, el control y
homogeneización de los actores educativos y la descontextualización de los
aprendizajes; con un Estado menguado y crecientemente menos responsable de la
educación y del bien común. Frente a todo ello, las aportaciones reflexivas de
un grupo de académicos –entre los que me tocó participar- relevaron un
incipiente abordaje constructivista de los aprendizajes y de la diversidad y
lograron, además, alentar el trabajo y la investigación extra-escuela de muchas
generaciones de pedagogos y psicopedagogos chilenos, bajo la premisa pedagógica
de que el lenguaje de la posibilidad y la resistencia de H. Giroux tenían mayor
probabilidad de éxito fuera de la escuela.
Mi hipótesis hoy es
que, después de 18 años, aún es pertinente y necesaria una lectura
extra-escuela de la
Educación, también de la Educación Especial,
y que -pese a que los esfuerzos han sido muchos- aún no logramos revertir las
transformaciones que instaló el gobierno militar en la estructura y función del
sistema educativo chileno.
En esa oportunidad,
en los años noventa, me correspondió redactar algunas conceptualizaciones que
implicaron sistematizar gruesamente un conjunto de principios
epistémico-sociales sobre lo que significaba expandir el locus laboral de los
psicopedagogos. Hoy pretendo resignificar estos principios, casi dos décadas
después; re-valorarlos -si ello es posible- y extrapolar la vigencia de una
cierta Educación Diferencial extra-escuela.
II. Educación Especial y espacio extra-escuela:
En este sentido, me
pregunto ¿qué fundamentos han llevado y
pueden llevar aún a pensar en prácticas educativas fuera del territorio de la
escuela?:
1. Ampliar el territorio de lo educativo: Esto significaba reconocer que nos educamos a lo largo y ancho de la
sociedad, los unos con los otros, situadamente. Que todo lugar tiene
potencialmente las condiciones necesarias para cumplir las funciones
esencialmente educativas, esto es, de reproducción social, de formación de la
persona y de trasmisión de conocimientos. Es más, hablábamos de mirar fuera del
aula y fuera de la escuela porque sentíamos que las posibilidades de cambio
social eran más fuertes en las experiencias extra-escuela, experiencias que son
menos formalizadas y más emergentes, pero que tienen efectivamente mejores
opciones de innovar por la vía de resignificar(se), de re-crear(se), de
re-pensar(se). Nos parecía que la ruptura epistemológica con el paradigma
dominante era casi imposible dentro de la escuela formal. Este principio sigue
hoy plenamente vigente, sin que comprendamos del todo –pese a los esfuerzos de
M. Foucault- qué es aquello que tiene la escuela que la paraliza
epistemológicamente, que la hace un lugar natural de opresión y de control de
las nuevas generaciones, un lugar de pétrea inmutabilidad. Esto es algo que
debemos seguir estudiando y resistiendo.
2. Reconceptualizar lo que entendemos por aprendizaje: A fines de los años ‘80, la noción de que los aprendizajes escolares
constituyen un proceso de construcción activa por parte de los niños y niñas,
no era, en general, una idea muy conocida o aceptada por la comunidad
académica. Podremos pensar que hoy tampoco, tal como lo demuestran distintos
estudios, pero la diferencia es que a comienzos de los noventa no era necesario
declararse constructivista para salvaguardar el honor pedagógico, mientras que
hoy es parte del simulacro pedagógico cotidiano, de lo políticamente correcto.
En este contexto, intencionar una ampliación del territorio de lo escolar (locus laborales, decíamos) suponía
argumentar pedagógicamente que el niño y la niña siempre pueden aprender algo
si es que el encuentro con ese nuevo saber ocurre contextualizadamente, en la
interacción con los otros, en articulación con sus saberes previos. Todo lo
cual, lamentablemente, ocurre mucho menos en la escuela que en la vida misma, o
sea, en la familia, en la calle, en el barrio, en la parroquia, en el club
deportivo. Hoy sostengo que comprender desde el constructivismo lo educativo
sigue siendo un desafío enorme, incumplido, pues, el constructivismo no puede
reducirse instrumentalmente a una forma activa de procesamiento de la
información que desconozca los conflictos sociales ni la historia de opresión
de los pueblos y de muchas personas que llamamos sencillamente “diferentes”. Es
más, no puede ser constructivista quien impone al otro un orden dominante o
quien percibe al estudiante de forma fragmentada. Claramente, no puede ser
constructivista un profesor monoculturalista, que no dialoga, que teme a la
subjetividad del otro, que impone verdades a sus estudiantes.
3. Redefinir el rol de educador desde categorías
liberadoras: Cuando a comienzos de los años 90
ampliábamos el locus laboral, estábamos resignificando la doble pregunta por dónde aprender/dónde enseñar. Del mismo
modo, cuando relevábamos la importancia del constructivismo como teoría
educativa que mejora las posibilidades de aprendizaje, reinventábamos también
la pregunta por qué contenidos enseñar.
Balbuceábamos en esa época, al ritmo de
la incipiente reforma educativa pero -sobre todo- gracias a los textos de L.S.
Vigotsky que íbamos consiguiendo, que los contenidos pueden ser conceptuales,
procedimentales y actitudinales. Esto significaba que, frente a las habituales
resistencias al cambio del aparato escolar, una experiencia de educación
extra-escuela representaba mejor la factibilidad de desprenderse de contenidos
excesivamente disciplinarios y racionalistas, asumiendo mejor el desafío de una
educación integral, suficientemente valórica y adecuadamente responsable de lo
procedimental. Algunos ya sabíamos, gracias a nuestro colega y pedagogo chileno
Juan Ruz, que la cosa era articular racionalidad instrumental con racionalidad
valórica, pero esto no es tan fácil dado que la inercia epistemológica hizo -y
sigue haciendo- que cualquier práctica educativa innovadora pueda devenir en
“más de lo mismo”, en estéril trabajo intra y extra escuela, si no se hace
cargo de la pregunta por las razones de educar, el para qué educar, esto es, la pregunta sobre cuál es el interés
cognitivo que subyace en el acto educativo. Así, el aprendizaje constructivista
y situado puede no ser suficiente si no tiene un interés crítico y transformador.
De este modo, hoy tenemos meridiana claridad y plena convicción de que
cualquier educación intra o extra-escuela, si no va acompañada de la necesaria
vigilancia epistemológica y de interés emancipador, no va a liberar a las
personas de las opresiones que impone una sociedad y una educación
individualistas, eficientistas, basadas en la competencia y en el lucro como
mecanismo de interacción y de progreso.
4. Resignificar el papel de la mirada pedagógica en el
quehacer de los educadores: Ayer tal como hoy, las políticas públicas en educación están
avaladas por el aporte generoso y lúcido de las llamadas ciencias de la educación, esto es, disciplinas especiales cuyo
objeto de estudio es la educación, tales como psicología de la educación y
sociología de la educación, constituyendo referentes muy fértiles para
comprender la educación como proceso de socialización y de formación de la
persona humana. Sin embargo, decíamos y debemos decir que, frente a una
educación dinámica y compleja, este aporte disciplinario trae consigo una
mirada compartamentalizada y unidimensional de la realidad de la escuela y de
la educación. Si lo que interesa es innovar profundamente en las actuales
prácticas educativas, ello pasa necesariamente por reconocer que la pedagogía es
la principal disciplina llamada a reflexionar sistemáticamente sobre la
educación, capaz de articular las distintas aportaciones científicas y
filosóficas existentes y de nutrir a la educación de sentidos o de una razón de
ser. Más claro aún, tenemos un educador diferencial que pretende hacer de la
atención a la diversidad la razón de ser de su labor profesional pero que
termina haciendo diferencialismo,
como nos dice C. Skliar, pues, operan frente a las diferencias con categorías
patologizantes, dicotomizantes y asistencialistas, justamente porque dicho
educador diferencial recoge acríticamente aportaciones psicológicas y
socioculturalistas que no cuestionan ética y políticamente la concepción de
realidad ni de aprendizaje que derivan del paradigma dominante.
Así concebidas, la
pedagogía y la educación no son neutrales, constituyendo más bien campos
profesionales, de producción de conocimientos y de intervención caracterizados
por la permanente presencia de conflictos epistemológicos, ideológico-filosóficos
y, por lo tanto, valóricos. Hace falta, en consecuencia, develar cuáles son
esos intereses centrales que subyacen en los distintos actores que piensan,
gestionan y vivencian la educación. En este contexto, el actual movimiento
social y estudiantil que ha llenado las “grandes alamedas” debiera explicitar
su rechazo a una educación que ha resultado ser controladora, castigadora,
asistencialista y homogeneizadora. Hoy hemos dicho que la educación que nuestro
país requiere es una educación liberadora y dialógica cuyo propósito principal
sea el desarrollo del pensamiento crítico y transformador en las nuevas
generaciones, con vistas a construir una sociedad más justa, más solidaria, más
incluyente, más participativa, en fin, más feliz.
5. Redefinir el papel de los educadores y profesionales
en el campo extra-escuela: En los años noventa me
correspondió zanjar, de modo preliminar, la cuestión de qué hacen los
psicopedagogos fuera de la escuela, aunque mi preocupación mayor era la
situación de todos los pedagogos. Esta no es una pregunta menor, pues, las
primeras experiencias sugerían que, dado el carácter no formal del espacio
extra-escuela y su relativa prescindencia del saber escolar formal, entonces,
la improvisación era la norma de trabajo y un paulatino desperfilamiento
profesional era la principal consecuencia para quienes asumieran esta opción
laboral. De este modo, se ponía en tela de juicio también las competencias
profesionales de estos educadores y su rol.
En un artículo del
año1996, quise proponer algo así como dos grandes funciones. Por un lado, las
de un educador social, ligadas preferentemente a la mediación e
intervención con el niño-joven-adulto en
su desarrollo, formación y bienestar; y, por otro lado, las de un educador y
pedagogo propiamente tal, ligadas al diseño y puesta en marcha de actividades
de potenciación de capacidades en términos de prevención, acompañamiento,
evaluación del logro de aprendizajes de calidad.
Aún llama la
atención que la formación de los educadores, en general, esté orientada sólo al
segundo aspecto, renunciando a la primera gran función, compartida, por cierto,
con otros profesionales del área social. Por ello, también, diversos estudios
recientes revelan que quienes se dedican a los locus laborales extraescuela parecen
haber renunciado a su identidad profesional, considerando aún que no están
preparados para trabajar allí, haciendo de la plasticidad y las ganas de
aprender las principales competencias requeridas.
Hoy sabemos también
que si la formación que reciben los educadores diferenciales se centra, con
respecto a la segunda función, en una comprensión instrumental o conductista de
la educación, entonces, su presencia en el espacio extraescuela será en la
lógica “más de lo mismo” y, eventualmente, poco fértil y nada atractiva para
las nuevas generaciones de profesores.
III. Nuevos desafíos y dilemas de una educación (especial)
extraescuela:
Hasta acá he
procurado resignificar algunas conceptualizaciones preliminares de una
educación que traspasa física y pedagógicamente los limites de la escuela
formal, siempre intentado dar pasos hacia una nueva educación y una nueva
sociedad. Pese a esto, en el último quinquenio, los educadores hemos aprendido
más de los educandos en esta materia de lo que hubiésemos imaginado hace una
década. Los permanentes mensajes de una educación en crisis expresados por el
movimiento estudiantil y social, me llevan a explicitar seis nuevos principios
que subyacen en la propuesta de una educación extra-escuela:
1.
El primero de ellos, referido a que la Educación de calidad es un derecho humano. Aquí, constatamos que, desde un punto de
vista constitucional y de los derechos humanos, en el ADN de las actuales
políticas públicas en educación no existe la urgencia de contar con una
«educación de calidad». Vemos que una «buena educación para todos» no
representa aún un derecho irrenunciable, estando supeditada esta noción
valórica a otros derechos asociados a la educación, tales como: acceso a la
educación, el derecho a la enseñanza, el derecho a generar ganancias por
administrar un colegio, la libertad de pensamiento, etc. La educación de
calidad debe ser entendida como un derecho para cada chileno y chilena, en
todos los niveles del sistema escolar, sin distinciones ni condicionantes de
ningún tipo. Hace falta que Chile le asegure inequívocamente a cada nuevo
habitante de este país similares oportunidades educativas, volumen equivalente
de recursos económicos y didácticos para aprender a ser, para aprender a
convivir, para aprender a hacer y para aprender a aprender.
2. Educación sin lucro y equitativa: Una educación
de calidad representa un desafío ético y político de alta relevancia para el
conjunto del sistema social y su concreción como ideal democrático no puede
ser, bajo ninguna circunstancia, mermada ni puesta en riesgo por intereses
instrumentales y egoístas amparados en la lógica de mercado y de productividad
de corte capitalista. Al Estado le corresponde velar por la calidad de la
educación, delimitando y resguardado los marcos éticos y legales sin los
cuales, lastimosamente, la educación pública y privada dejan de ser un bien
público y pasan a ser un bien de consumo. Lucrar en y con la educación
representa una matriz de sentido que distorsiona y entrampa la dimensión colaborativa,
cultural e intersubjetiva del fenómeno educativo. En este sentido, la Educación debe
manifestar su mayor rechazo a la idea de lucrar con la educación y, con ello,
desfavorecer, una vez más, a los sectores más vulnerables y postergados de este
país. El lucro debe ser reemplazado por el valor de la equidad y de la
inclusión.
3. Educación pública y Estado
docente: Es central observar que
el proceso de municipalización iniciado por el gobierno militar en los años
80’s, orientado claramente a desarticular la educación pública y a generar
mayor control ideológico en las escuelas, ha llegado a un nivel de deterioro
ostensible, suponiendo una lamentable y creciente migración de sus estudiantes
al sector particular subvencionado. Nos interesa, además, rechazar la
pretensión de una cierta “desmunicipalización” en cuanto noción propuesta por
el actual gobierno que supone solapadamente “más privatización”.
En
este contexto, la “desmunicipalización” es un proceso necesario para el
mejoramiento de la calidad de la educación chilena, siempre y cuando ello
implique una revitalización del rol del Estado en lo referido a trazar
políticas educativas basadas en el bien común; en el ampliación de los recursos
invertidos en los establecimientos; en el aumento de la capacidad de
desarrollar una gestión eficiente y directa del Estado en las principales
escuelas y liceos del país; en la legítima expectativa de recuperar una
educación gratuita para los sectores medios y bajos de la sociedad.
Queremos,
muy especialmente, alentar “desmunicipalización” si la idea de una educación
pública lleva consigo procesos crecientes de dignificación de todos los
profesores y profesoras del país.
4. Educación emancipadora en las
aulas y escuelas de Chile:
Comprendemos que está pendiente aún debatir con respecto al contenido y
significado de una educación de calidad, supuesta la idea de una educación sin
fines de lucro, diversificada y adecuadamente tutelada por el Estado. Hace
falta una discusión esencialmente pedagógica que permita discernir qué es
aquello que define, desde un punto de vista curricular y sobre todo didáctico,
lo que hemos de entender por calidad educativa. Al respecto, nos interesa
resaltar, sin ambages, que la calidad de la educación es un desafío pedagógico
abierto, en construcción, que exige modificar profundamente las condiciones con
que se encuentran cara a cara estudiantes y educadores a propósito de un saber
a aprender.
Manifestamos
que, lamentablemente, la crisis de la educación persistirá si los cambios
demandados hoy no apuntan a modificar las prácticas educativas cotidianas que
se viven en el grueso de las escuelas del país, de modo que la calidad
educativa anhelada signifique contar con profesores capaces de generar
intervenciones orientadas al logro de aprendizajes significativos en sus
estudiantes y que conviertan el aula en un lugar de coexistencia basado en la
seguridad, la confianza, el diálogo y el mutuo respeto.
Queremos
enfatizar que hace falta, esencialmente, desplegar cambios que iluminen a las
escuelas en la tarea de fundar proyectos educativos emancipadores cuyo
propósito mayor sea la formación de ciudadanos críticos, democráticos y
democratizadores.
5. Dignificación y autonomía
profesional docente: Interpretamos
que, en el marco de la función del Estado y del papel formativo de las
instituciones de educación superior, existe un cierto «círculo epistemológico
perverso» en la formación de profesores puesto que, por un lado, los queremos
como «mejores profesores», esto es, más eficientes y productivos pero, por otro
lado, no estamos dispuestos –desde las concepciones científicas y sociales
vigentes- ni a valorarlos como profesionales de la socialización, ni a
permitirles que sostengan gremialmente propuestas desde su propia identidad
profesional.
Manifestamos,
en este sentido, que es de ineludible importancia para el país la
implementación de una política de desarrollo profesional docente que garantice
una formación común y pedagógica de excelencia en todas universidades del país,
que releve la autonomía profesional docente como criterio mayor de calidad, que
garantice a todos los educadores y educadoras las condiciones de vida material
y espiritual que se merecen y, sobre todo, que reconozca públicamente el
permanente y generoso aporte del profesorado al desarrollo cultural, social y
económico del país.
Queremos
que cualquier experiencia de revolución educativa sea hecha a favor de los
profesores y, en ningún caso, sin ellos o en contra de ellos.
6. Debate educativo y
razones pedagógicas de un cambio social: Valoramos largamente la idea de
concebir, incentivar y conquistar las transformaciones educativas requeridas a
partir, principalmente, de las aportaciones y miradas de los distintos actores
del sistema educativo, esto es, docentes, apoderados, estudiantes y
administrativos. Sabemos muy bien que, parte fundamental de este movimiento
ciudadano de cuestionamiento a la lógica del sistema educativo, sólo ha sido
posible gracias al coraje y lucidez de miles de jóvenes nacidos desde el año 90
en adelante.
Agradecemos,
además, la generosa contribución comprensiva y comprometida que hacen los
distintos estudiosos y analistas de la educación, pues, sin este aporte ninguna
lectura crítica de la realidad educativa es posible.
Manifestamos,
con todo, que hasta ahora nos parece subvalorado aquello que la pedagogía -como
el saber sistemático y responsable de la educación- debiera ofrecer, es decir,
sentidos para hacer aquello que se hace; razones sobre los fines y propósitos
de educar; argumentos sociales, éticos, políticos, pero sobre todo,
profesionales, para discernir lo que se debe hacer en una sala de clases, en
una escuela, en una sociedad como la actual.
Queremos
que sea la pedagogía de los educadores chilenos y latinoamericanos la que
aporte las orientaciones necesarias para diseñar un proceso de cambio efectivo,
dialogado, participativo y reflexionado del aula, de la escuela y de su entorno
social y cultural.
Nos
parece, en suma, que no habrá una escuela de calidad, en una sociedad
sustantivamente renovada en el desafío de construir un Chile justo y más
alegre, si no sumamos comprensiones pedagógicas de inspiración crítica y
transformadora.
Excelente trabajo, se agradece.
ResponderEliminarMuy bueno pero mas enfasis a la psicopedagogía...
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