viernes, 21 de septiembre de 2012

Algunas valoraciones sobre las “competencias” con carácter integrador en la práctica docente




Lucy Sepúlveda Velásquez
Educadora Diferencial. Doctora en Educación.


1. Introducción[1]:

Los variados desafíos con los que se debe enfrentar el docente en su práctica cotidiana generan, muchas veces, un sinnúmero de circunstancias y situaciones de matices heterogéneos, entre los cuales se destaca la presencia de actitudes, ya sean de índoles positivas, indecisas o negativas, al interactuar con la diversidad de alumnos integrados en el aula (Fernández, 1995; Sepúlveda, 2008). En este contexto, nos preguntamos ¿si resultan necesarias en estos profesionales, algún tipo de competencia para llevar a efecto el acto de integración e inclusión educativa? Basándonos en ello, hemos indagado en la interrogante sobre “competencias de carácter integrador”. Para el desarrollo de esta temática pareció atrayente realizar un paralelismo con las competencias personales requeridas en distintos ámbitos laborales ajenos al campo educativo y, trasladado el argumento a esa realidad, consideramos que el atributo de competencia integradorajuega un papel esclarecedor y primordial en el dilema de la integración. En este contexto, queremos puntualizar que conceptos como ‘actitud y competencia’ no resultan excluyentes, sino que se complementan e incluso se contienen mutuamente.

2. Indagando en la competencia como argumento central:

Como premisa inicial es conveniente especificar dos conceptos coligados en este  análisis, nos referimos a significados concordantes con “integración” y “actitud”. El primero guarda relación con la incorporación física y social, dentro de la sociedad, de las personas que están segregadas y aisladas. Consecuente con ello, la integración implica ser un miembro activo de la comunidad, viviendo donde otros viven, viviendo con los demás y teniendo los mismos privilegios y derechos que el resto de ciudadanos no deficientes (Van Steenlandt, 1991). En cambio, las actitudes corresponden a conceptos descriptivos que se infieren a partir de la conducta, puesto que no son, por sí mismo, directamente observables o medibles. A esto se añade que la “actitud” conlleva una predisposición del individuo a valorar ciertos símbolos, objetos o aspectos de su mundo de manera favorable, indecisa o desfavorable (Cameron y Whetten,  1983).

Centrándonos ya en el tema nuclear, el concepto  de ‘competencia’ se concibe relacionado con destreza y actuación; sin embargo, dicho significado ha ido evolucionando hacia planteamientos más amplios y específicos, originándose en esta última década, un modelo de formación profesional basado en competencias. Si bien es cierto que la terminología general se ha establecido dentro de líneas más renovadoras, con miradas mucho más dinámicas y holísticas, podemos simplificar la definición relacionándola con “comportamientos que algunas personas dominan mejor que otras” (Levy-Laboyer, 1997).

En este lineamiento, Cantera (1995) se explaya y asienta el término de ‘competencia’ como: “la <mezcla de conocimientos>, aptitudes y actitudes en diferentes dosis, que se manifiestan en conductas que nos llevan al éxito en el trabajo  (en Garrido Landívar, 2002, p. 3); perspectiva que, de forma similar, expresan autores como: Boyatzis (1982), Colom, Sarramona y Vázquez (1994) y Cervantes (1996).

Vinculado a este referente, Garrido Landívar (2002, p. 73) define y generaliza el término de competencia como “aquellas características del sujeto (conocimiento, actitudes, intereses y aptitudes) que pronostican una determinada conducta con la que se consiguen los resultados propuestos”. A su vez, resalta tres aspectos fundamentales atinentes al concepto:

  1. “Sus características se centran en el sujeto 
  2. Se refiere a la consecución de unos resultados exitosos
  3. Es algo que puede desarrollarse en los sujetos mediante formación y entrenamiento


Centrando la definición y adecuándola a la tarea de enseñanza integradora, nos remitimos a Field y Field (1994) para quienes “competencia” significa aquellos tipos de destrezas, conocimientos y actitudes que forman la base de una práctica profesional reflexiva. Estos autores propusieron varias listas de competencias producidas por los cuerpos del Gobierno Británico entre los años 1990 y 1992. En ellas se planteaban competencias genéricas que implicaban: “Habilidades y competencias a aplicar en todos los grupos y contextos, a todos los niveles y a todos los modos de enseñanza” (NPQTT, 1993, citado en Field y Field, 1994, pp. 10,11).

Resulta pertinente en este lineamiento señalar que la adquisición de competencias lleva inmerso el desarrollo de capacidades, tales como: de iniciativa, de comunicarse, de establecer relaciones estables y las de asumir riesgos y retos. Bazdresch (2000, p. 2), en su escrito “Las competencias en la formación de docentes”, manifiesta que: “Las competencias combinan los conocimientos con el comportamiento social. Es algo más que habilidades, implican el dominio de procesos y métodos para aprender de la práctica, de la experiencia y de la intersubjetividad”.

Redundando en esta temática, congruente y complementario nos parece también el enfoque expresado por Soler Martínez (2004, p. 2), quien especifica que las competencias poseen dos finalidades explícitas:

·        “Permiten la posibilidad de diagnosticar la calidad de la actividad y la eficiencia, tal como ocurre en el campo del aprendizaje y las necesidades subyacentes a éste.
·        Certifican el nivel académico, profesional, tecnológico y científico del individuo”.

Aplicado a la educación, se puede señalar que el profesional docente, cuyos conocimientos han sido comprobados y, a su vez, ha sido capaz de demostrar la experiencia adquirida de su rutina diaria, “es una persona competente”. Esto nos indica, por el acento dinámico e implícito en la profesión, que la competencia está estrechamente vinculada con los modos de actuación, con las funciones a cumplir y que sus características están determinadas por la forma en que organiza y utiliza los conocimientos adquiridos, los integra a la práctica y los interrelaciona con el contexto, en dependencia de las peculiaridades individuales y sociales, de tal manera que su desarrollo está en correspondencia con los objetivos manifiestos de la educación.

3. Orígenes y adecuaciones generales del término en el contexto de integración:

Indagando en la procedencia del término, ésta nos traslada a David McClelland (Rodríguez Trujillo, 1999; Enríquez, 2003, etc.), quien acuñó el concepto a finales del siglo pasado (1960). Su aplicación primigenia fue utilizada en el campo laboral de la empresa. Este autor demostró que las evaluaciones y los tests tradicionales que se aplicaban para predecir el desempeño exitoso de un trabajador, resultaban insuficientes. En la actualidad, el concepto de competencia se ha impuesto en la literatura relacionada con la gestión empresarial.

Dentro del campo de competencias laborales, Enríquez (2004)[2] nos ofrece la siguiente definición, que se adecua bastante bien a nuestro contexto y nos conduce de lleno a la perspectiva de competencia docente integradora y de atención a la diversidad. Esta acepción, transferida al área educativa, nos llevaría a definir la “competencia integradora” como:
La capacidad de desarrollar eficazmente el trabajo escolar, utilizando los conocimientos, habilidades y destrezas y comprensión necesarias, así como los atributos que faciliten y permitan  solucionar situaciones contingentes y problemas que  pueden plantearse en el aula relacionado con áreas de atención a la diversidad e integración escolar” (p. 1).


En un intento de adecuación global, también hemos intentado reorientar las apreciaciones desarrolladas por Enríquez, a fin de hacerlas congruentes con el estudio de competencia integradora, para ello, desglosamos sus fundamentos en las siguientes consideraciones:

  • Las competencia integradoras son repertorios de comportamientos que algunos docentes dominan mejores que otros, esto permite situaciones eficaces en contextos de integración e inclusión determinados. Equivalen, además, a un conjunto de conductas tipo y procedimientos que se pueden poner en práctica sin nuevos aprendizajes, pero que deben ser adecuados a la diversidad del aula.

  • La existencia de tales competencias se manifiestan porque son observables. En la realidad cotidiana esto se verifica en que, de manera integrada, los docentes ponen en práctica diversos requisitos, tales como: actitudes, rasgos de personalidad, aptitudes, y conocimientos adquiridos. Sin embargo, la dificultad radica en que si la competencia integradora no puede ser demostrada, difícilmente podrá ser medida. Además, representan un trazo de unión entre las características individuales y las cualidades requeridas para llevar a cabo tareas profesionales precisas y que, en nuestro caso, correspondería a las efectuadas dentro del aula con alumnos integrados.

  • Presencia de tres parámetros tradicionales de evaluación respecto a las diferencias de comportamiento entre las personas: actitudes (positivas, indecisas o negativas), aptitudes (verbal o numérica) y rasgos de personalidad (extroversión-introversión). Estos, a su vez, implican caracterizar a los individuos y explicar la variación de sus comportamientos en la ejecución de su tarea, lo que en situaciones de integración, correspondería a la actitud docente favorable, indecisa o desfavorable hacia la integración de alumnos con NEE.

·        Consideramos que la competencia integradora se relaciona, de por sí, con los tres parámetros antes descritos y, además, con los conocimientos adquiridos para el cumplimiento de la tarea profesional con una visión amplia y de conjunto que da cabida, en nuestro caso, al proceso de integración e inclusión. En este contexto resulta preciso añadir su carácter “local” y “circunstancial”; es decir, depende del marco global del aula en el cual son elaboradas y de las circunstancias en que son desarrolladas.

·        En relación a las aptitudes y conocimientos, podemos añadir que las competencias no se reducen sólo a una aptitud, puesto que no pueden llevarse a la práctica si las aptitudes requeridas no están presentes. En cuanto a los conocimientos, éstos se diferencian de las competencias, porque éstas últimas implican una experiencia y un dominio real de la tarea, que en el caso del profesorado proviene de un acto constante de renovación y transformación, provocado por la dinámica elemental de la propia práctica docente.

·        Podemos concretizar en que la competencia integradora resulta ser consecuencia de la experiencia y constituye ‘saberes’ articulados e integrados entre sí y que, de algún modo, se presentan automatizados. El profesor competente puede demostrar su competencia integradora, pero le resulta difícil verbalizarla como experiencia interior.

·        Finalmente, corresponde señalar que existen etapas para desarrollar un modelo de competencia integradora que describiríamos como: (i) Contar con un rumbo estratégico, para ello es necesario definir qué capacidades deben acrecentarse, reducirse o mantener. Esto ayuda a identificar las competencias que necesita el profesor para responder con eficacia a la tarea integradora. (ii) Si el objetivo clave radica en el cambio de organización del aula, el clima imperante y el entorno resulta especialmente diverso y heterogéneo, lo recomendable es optar por un modelo orientado a la atención de la diversidad en toda su extensión. (iii) La comunicación debe favorecer y fortalecer la visión de conjunto. Se deben explicar las razones que generan iniciativas de cambios del contexto y preparar al alumnado para los efectos que habrán de recaer sobre ellos, producidos por la propia interrelación y la diversidad existente.

Sin embargo, visto a través de todos estas sugerencias, se plantea una dificultad en el ámbito educativo y, en cierto punto, apreciativo tanto en las interrogantes como en las respuestas en torno al tema, ello tiene que ver con lo que sugieren Marchena y Reyes  (2002) respecto a que: “la enseñanza es un proceso complejo y que no puede hacer juicios razonables sobre el talento de un profesor, de sus competencias, sin tener en cuenta el contexto social, las características individuales, del profesor y la naturaleza de los estudiantes” (p. 92).

Complementando estas adecuaciones, resulta también de interés la clasificación señalada por Gordillo (2004, p.2)[3], sus fundamentos también podemos readecuarlos a las competencias con talante integrador, redefiniéndolas en base a cuatro modalidades:

a)      Competencias metodológicas: Éstas corresponden a los niveles precisos de conocimientos y de información requeridas para el desarrollo de una o más tareas y que, en nuestro caso, se relaciona directamente con la integración e inclusión escolar.
b)      Competencias individuales: Ellas guardan relación con aspectos intrínsecos en el plano laboral, como por ejemplo, la actitud hacia alumnos integrados y la respuesta educativa en el contexto aula-grupo.
c)      Competencias sociales: Responden a la integración fluida y positiva del profesor hacia el grupo-clase y a su respuesta hacia el desafío social que ello implica, aunque siempre ‘vivenciado’ desde la perspectiva laboral del docente.
d)      Competencias técnicas: Son las que hacen referencia a las aplicaciones prácticas y precisas para la ejecución de una o más tareas, contando con el previo conocimiento de las distintas NEE del alumnado integrado (sean éstas consecuencias de una discapacidad, de una minusvalía, de origen étnico-cultural, etc.).


Desde la psicología cognitiva también nos llegan aportes, los cuales se manifiestan, por ejemplo, a través de la distinción entre competencia (lo que el profesor conoce y puede realizar) y ejecución (lo que el profesor hace actualmente bajo las circunstancias existentes). Por ello, nos resulta válido el fundamento conceptual esgrimido por Moral (1998):

La competencia abarca la estructura del conocimiento y de las habilidades, mientras que las ejecuciones reducen los procesos para acceder y utilizar esas estructuras afectadas por factores afectivos y emocionales que influyen en la última respuesta. De esta forma se llega a concebir la competencia como algo que abarca la estructura del conocimiento de los sujetos” (p. 87).

4. Conclusión:

Concordante con las fundamentaciones comentadas, el tema, en términos globales, induce a la existencia de desencuentros y críticas, ya que, por una parte, los investigadores no se han puesto de acuerdo en cuanto al número y tipo de competencias necesarias en la formación docente en general (Leonard y Utz, 1979; Houston, 1988; McNergmey y otros, 1988; Moral, 1998) y, por otra, las críticas recibidas se han centrado en los costos económicos que presupone la elaboración y puesta en práctica de programas afines (Moral, 1998; Garrido Landívar, 2002).

Análogamente y, de acuerdo a los argumentos aportados en este artículo, complementamos este análisis con dos tendencias centrales de definición abordados por Abarca (2008, p. 28), en torno a las cuales se concretiza la modalidad de competencia:

  • Competencia Personal, definida como “el resultado de las habilidades de autoconocimiento y de autodominio…capacidad de estar consciente de las propias emociones y de controlar la conducta y tendencias”.

  • Competencia Social, señalada como “el resultado de la consciencia social y del arte de manejar las relaciones interpersonales, siendo además, la habilidad para comprender las conductas y motivos de los otros, y de lograr interacciones fluidas y eficaces con ellos.




Estas dos distinciones plantean lo primordial que resulta determinar en qué medida las circunstancias que enfrenta el docente son lo suficientemente trascendentales para generar respuestas afines con la diversidad de alumnos y según la variedad de situaciones presentadas en el aula, no olvidando que las habilidades que componen los dos tipos de competencia descrita, ocurren a menudo de forma conjunta, de tal forma, que resulta difícil distinguirlas y separarlas, ya que emergen principalmente, de la esfera emocional y del autoconocimiento.

Sin embargo, y a pesar de todos estos dilemas, podemos observar que la mayor parte de las investigaciones realizadas en torno a las competencias en el área de Formación del Profesorado han estado centralizadas, según Marchena y Reyes (2002, p. 95), en modelos de competencias conductistas, procesuales y cognitivistas. Últimamente, se aprecia que ha vuelto a resurgir un movimiento centrado en las competencias docentes en países como Inglaterra, concretamente en Gales (McNamara, 1992) y Australia (Field, 1994).

Observando este acontecer en otros países, como España, por ejemplo, se da el caso de un acercamiento a este enfoque de competencia, no sólo en el área de la formación profesional docente sino también en el ámbito educativo en general, por el surgimiento de referencias dirigidas a la Enseñanza Superior (Martín, 1999; De la Torre y Barrios, 2000) y hacia la Formación Profesional (Esteve, 1997; Tejada y Sosa, 1997). Sin ir más lejos, Guerrero (1998) afirma que las competencias profesionales, en este ámbito, necesitan de alguna solución para aminorar la conflictividad entre competencia y empleo, disyuntiva que debe ser enfocado taxativamente por la Unión Europea, con el objeto de unificar criterios referentes a la cualificación profesional y homogeneizar titulaciones que permitan la libre circulación de los trabajadores en el interior de la Comunidad.

En términos generales, se reafirma en el presente texto que las características de la “competencia” presentan un carácter individual, porque sus particularidades y contingencias se centran en el individuo. La referencia última confluye en la consecución de resultados y los logros se obtienen mediante una formación y entrenamiento constante. También que, al hacer una lectura de las distintas acepción expuestas, se puede observar que la “competencia”, en sí, no significa un elemento estático, sino algo que debe ponerse en evidencia a lo largo de la carrera docente mediante la creación de nuevas formas de enfrentar la dinámica educativa, de dirigir el proceso basado en algunos niveles de habilidades requeridas para la ocasión, de tal modo, que se pueda lograr actuaciones que resulten ser aplicadas de forma eficiente y adecuadas a las circunstancias de diversidad educativa.

A modo de orientación final, se sostiene aquí que la propuesta diseñada por Barnett (1994, p. 18), resulta pertinente e idónea puesto que, según él, tradicionalmente han existido dos ideas dominantes de competencias: la académica y la práctica. En este sentido, el autor compara las características de una y otra, manifestando que ambas tienen intereses contrapuestos y que provienen de dos mundos distintos: académicos y laborales. Este autor, en su libro The limits of the competence, parte de una sugerente concepción, en la cual propone una tercera y nueva visión del ser humano que no se puede localizar en ninguna de las dos consideraciones antes mencionadas, para ello agrega una visión alternativa mucho más amplia y holística, como es la “competencia que pretende educar para la vida”.


Referencias:

Abarca, N. (2008). Competencias Personales. Autoconocimiento y Autodominio. Revista El Mercurio, 24 de Agosto, 23. Santiago, Chile.

Barnet, R. (1995). The limits of the competence. Knowledge, higher education and society. London: Society for Research into higher education and open University Press.

Bazdresch, M. (2000). Las competencias en la formación de docente. [ref. de 17 de octubre de 2004]. Disponible en Web: http://educacion.jalisco.gob.mx./consulta/educar/05/educar5 /html
 
Boyatzis, R. (1982). The Competent Manager. Nueva York: Jon Wiley and Sons.
 
Cameron, K. C. y Whetten, D.A. (Eds.) (1983). Organization Effectiveness: A Comparison of Multiple Models. Nueva York. Academic Press.
 
Cervantes, C.  (1996). Modelo de desarrollo humano. Actas de las Jornadas sobre Gestión de competencias. Madrid: AEDIPE, 3-9.
 
Colom, A., Serramona, J. y Vázquez, G. (1994). Estrategias de Formación en las Empresas. Madrid:   Nancea.
 
De La Torre, S. y Barrios, O. (coord.). (2000). Estrategias didácticas innovadoras. Barcelona: Octaedro.
 
Enríquez, E. (2003). Competencias laborales: la puesta en valor del capital humano. ref. de 6 de octubre de 2004]. Disponible en Web: www.usb.edu.co/facultades/administración/publicaciones/competencias.pdf
 
Esteve, J.M. (1997). La formación inicial de los profesores de secundaria. Barcelona: Ariel.
 
Fernández González, A. (1995). Estudio de las actitudes del profesorado de los centros ordinarios de Vizcaya hacia la integración escolar. Tesis doctoral, Universidad de Deusto, Bilbao, España.
 
Field, B., Field, T. (Ed.) (1994). Teachers as a mentors: a practical guide. London: Falmer Press.
 
Garrido Landívar, J. (2002). Desarrollo de la competencia integradora en el profesorado. En R. Marchena Gómez y J. D. Martín Espino (Coord.), De la integración a una educación para todos (pp. 70-101). Madrid: Ciencias de la Educación Preescolar y Especial.
 
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Gordillo, H. (2003). Evaluación de competencias laborales. [ref. de 6 de junio de 2004]. Disponible en Web: http://www.gestiopolis.com/canales2/rrhh/1/evacomlab. htm
 
Houston, W. (1988). Competency-based Teacher Education. En M. Dunkin (Ed.), The International encyclopedia of teaching and teacher education (86-94). New York: Pergamon.
 
Leonard, L. y Utz, R. (1979). La enseñanza como desarrollo de competencias. Madrid: Anaya.
 
Levy-Laboyer, C. (1997). Gestión de competencias. Barcelona Gestión 2000.
 
Marchena Gómez, R. y Reyes García, I. (2002). El desarrollo de competencias y la formación del profesorado que atiende la diversidad. En R. Marchena Gómez y J.D. Martín Espino (Coord.), De la integración a una educación para todos (pp. 89-101). Madrid: Ciencias de la Educación Preescolar y Especial.
 
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McNergmey, R., Lloyd, J., Mintz, S. y Moore, J. (1988). Training for pedagogical decision making. Journal of Teacher Education, 39(5), 37-43.
 
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Rodríguez Trujillo, N. (1999). Selección efectiva de personal basada en competencias. [ref. de 11 de noviembre de 2003]. Disponible en Web: www.ilo.org/public/spanish/region/ampro/cinterfor/temas/complab/doc/otros/self_efe/index.htm
 
Sepúlveda Velásquez, L. (2008). Actitud docente hacia la integración educativa de alumnos con síndrome autista Asperger o de alto funcionamiento en el aula regular. Tesis doctoral. Universidad del País Vasco, Bilbao, España.
 
Van Steenlandt, D. (1991). La integración de niños discapacitados a la escuela común. Santiago de Chile: UNESCO/ OREALC.
 
Soler Martínez, C. (2004). Reflexiones acerca del término competencia en la actividad docente. [ref. de 6 de octubre de 2004]. Disponible en Web: <www.bvs.sld.cu/revistas/ems/vol18_1_04/ems05104.htm>
 
Tejada Fernández, J. y Sosa, F. (1997). Las Actitudes en el Perfil del Formador de Formación Profesional y Ocupacional: Ponencia presentada en el Segundo Congreso CIFO: Universidad Autónoma de Barcelona.


[1] Algunos de los argumentos de este escrito forma parte del artículo “Formación profesional docente y competencia integradora e inclusiva: dos singularidades para optimizar la integración e inclusión educativa”. Revista de educación, Paideia, nº 49. Julio-diciembre de 2011, p. 141-166.
[2]   Lar referencias planteadas por Enríquez (2003) en su artículo Competencias laborales: la puesta en valor del capital humano”, resultaron ser de gran utilidad, pues en base a ellas hemos ido perfilando y adecuando nuestra reflexiones para centrar el discurso.
[3]   He retomado la clasificación diseñada por Gordillo (2004) en su artículo “Evaluación de competencias laborales”, ya que me parecieron sugerentes y esclarecedoras para el desarrollo de las categorías relacionadas con la competencia integradora.


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