Rodrigo Larraín Contador
Sociólogo
Desde el punto de vista de
la sociología los valores son simplemente definiciones sobre lo deseable o lo
indeseable, sobre lo bueno o sobre lo malo que decide un grupo, una comunidad,
una parte de ésta y, en el mejor de los casos, el sistema social todo: la
sociedad. Como los valores son
prescripciones, son definiciones, incluyen cuestiones de carácter ético, de
carácter estético y, evidentemente, cuestiones de carácter religioso. Bueno es,
desde un punto de vista macro, aquello que permite la subsistencia de la
sociedad (o de la cultura), por ello los valores tienden a ser conservadores
habitualmente; en esto hay un relativo consenso entre todas las teorías
sociológicas.
¿Cuándo tienen importancia
los valores? ¿Por qué tienen que ser importantes? El más profético de los
sociólogos, Max Weber, fue quien definió los valores de una manera más
operacional. Para él los valores son mandatos, los que pueden ser carismáticos,
religiosos, éticos, sobrenaturales, etc., condiciones fuertes que nosotros
tenemos en nuestra interioridad. Esos mandatos significan a lo menos dos tipos
de modos de relacionarse, dos racionalidades, dos maneras de enfrentar la vida,
dos maneras de pararse ante ella. Una manera es la racionalidad que el llamó
instrumental, la racionalidad del cálculo, de la administración de las
relaciones entre las personas, la racionalidad propia del capitalismo en todas
sus expresiones -desde el más rudimentario hasta las economías de mercado más
sofisticadas-. Otra es la racionalidad que tenía que ver con los valores, la
racionalidad axiológica; es la que a los seres humanos -individual y
colectivamente- nos da el sentido de la vida. Nuestra vida pasa a ser vida
humana de verdad, cuando aprendemos a relacionarnos por el lado de los valores,
cuando abandonamos el mundo del cálculo, cuando vemos a las otras personas no
como medios para conseguir ciertos fines y para utilizarlas, sino para hallar
en esas otras personas y a la relación con ellas unos fines en si mismos[1].
Weber fue bastante
pesimista, inexorablemente, decía, llegaríamos a una situación de "jaula
de hierro", esto es, se iba a imponer la racionalidad instrumental, la
calculadora, más bien técnica y utilitaria antes que la racionalidad
axiológica, centrada en la praxis cotidiana que nos vincula a otras personas.
Este argumento de Weber tal
vez se entienda mejor si lo ponemos en un contexto mayor. Hacia el siglo XVII, la Ilustración, la
democracia, el avance de la ciencia, en suma, la ampliación del uso de la razón
en todo fue vista como una oferta de
felicidad. Por lo tanto había que aprender a organizar la vida de una manera
distinta a como ésta se organizaba. Como dice Marcel Gauchet: cómo pasamos de
un orden revelado a un orden construido: desde un mundo en que la divinidad nos
dice en qué valores hay creer y cómo hay que comportarse moralmente a un mundo
en que los argumentos externos han perdido importancia[2].
Todo orden revelado tiene
una ética, tiene prescripciones, tiene leyes, que empiezan a perder sustento en
el mundo moderno por el uso de la razón que pide argumentos y razones, que ya
no cree en lo que no ve. Entonces, se
trata de que seamos capaces de construir un orden entre todos, un orden
consensuado. Y es cuando vivimos el tránsito desde el orden revelado al orden
construido que los valores adquieren importancia, porque tenemos que hacernos
cargo nosotros mismos de las prescripciones, tenemos que inventarlas, pues, no
podemos echar mano a argumentos exteriores, ya no podemos decir: "Dios lo
quiere", "siempre ha sido así", "el mundo no se puede
cambiar" o "la naturaleza es inexorable".
Sin embargo, el mundo
moderno significa un cambio en el sentido de la naturaleza, la que pasa a ser
inerte y de la cual nos podemos servir, explotar, sacar productos. Entonces, la
naturaleza deja de estar encantada, de ser mágica (la utopía bucólica,
pastoril, tiene bosques están llenos de duendes, de hadas, es el sueño del
"buen salvaje" y de un panteísmo ecologista extremo). Algunas de las
religiones a la carta conciben el mundo así, premoderno.
El tema de los valores es,
pues, un vacío en sociología: una falta de encantamiento, una falta de sentido de la vida. Esto se
puede comprender como una polaridad fundamental. Hay entonces un polo
sustantivista en que los valores están prescritos, definidos por sí mismos, en
base a su propio valor, de un modo tautológico aunque basados en una fuente de
poder que los respalda y los hace cumplir; aquí hallamos las grandes palabras, muchas
veces vacías. En seguida está el polo procedimental, consensuado, o sea en qué
en valores nos ponemos de acuerdo y cómo los
vivimos[3].
Nuestro problema se remite a
cómo efectuamos una "acción comunicativa" para ponernos de acuerdo y
generar consensos.
Pero nuestro mundo hoy
¿necesitará de alguien que nos defina los valores? Quizás, porque las ciencias
sociales nos indican que hemos aprendido a vivir sin grandes relatos y sin
grandes teorías, lo que se ha denominado el post-moralismo, o sea una moral sin
ética, entendiendo a la primera como la praxis y a la segunda como teoría
acerca de las costumbres[4].
A propósito de la así
llamada crisis del mundo socialista real, se hizo una extrapolación audaz y se
habló de crisis de las utopías; otros mucho más audaces aún consideraron que
todo se vino abajo y que ya no quedaban utopías, ideologías y menos valores. Lo
que ha habido es un cambio extraordinario en los valores. De haber tenido
grandes ideas que animaron grandes proyectos de sentido para nuestras vidas y
nuestra sociedad, de haber poseído una concepción casi epopéyica de la vida,
ahora tenemos que conformarnos con las vivencias mínimas y con llenar la vida
de cosas... consumir. Sin grandes ideas adquiere sentido lo inmediato, si no
hay grandes proyectos colectivos pasa a ser importante el individuo con toda su
resaca de individualismo y egoísmo. Y henos aquí preocupados del cuidado de
nuestro cuerpo, de hacer jogging, de la cirugía estética o reparadora, de la
comida light, etc., o sea, cuidemos lo único que tenemos seguro y que antes
descuidamos en nombre de las grandes ideas. Y así aparece el goce como un
valor, el placer como un importante valor, y como cada quien siente de manera
distinta, la homogeneidad social empieza a perderse.
Pero como correlato surge
también la violencia para tratar de volver el sistema a como era antes, pues si
afirmamos ser partidarios de los cambios, lo que ocurre es que éstos generan
angustia y que es mejor vivir los buenos viejos tiempos, porque es mejor un
diablo conocido que un santo por conocer y uno tiende a conservar y a aferrarse
a algunos valores que le han funcionado siempre bastante bien y con los cuales
uno se ha identificado (porque los valores nos dan identidad).
Pero queremos ser modernos,
ser tigres, colgarnos de los grandes e influyentes circuitos de la economía
mundial, meternos en un mundo híper-racionalizado pero en que también la razón está en crisis. A pesar de todo
queremos vivir mejor, tener una mejor redistribución de los ingresos. Ahora
bien, el tema de los valores convoca, aunque no sea conceptualmente muy
atractivo, por una razón bastante obvia, porque andamos a la búsqueda de
seguridad.
Si no hay seguridad -ya que
en épocas postmodernas parece no haber nada seguro, ni estable, ni cierto- por
lo menos pongámonos de acuerdo en el lenguaje, en qué significan las palabras.
Pasa a ser importante el lenguaje y la lingüística, la educación se vuelve
lingüística en los programas académicos de postgrado e incluso de pregrado, se
vuelve sociolingüística y psicolingüística para así recapturar el sentido.
Greimas para entender la interacción textual, lo actancial; Chomsky, nuestro
viejo e idealista Chomsky nos ofrece seguridad con sus estructuras profundas y la gramática
universal. Entonces la lingüística es una oferta de seguridad, de aquí me
colgamos y obtenemos valor e identidad. Así se constituye el lenguaje en un
punto de partida como antes lo fue el cuerpo, según afirmáramos[5].
En la línea del goce, el
placer y la felicidad encontramos otros puntos de partida para la vida, otras
fuentes de valores: En primer lugar, algo así como un auto-perdonazo o un
auto-tolerantismo, fundamos la seguridad en nuestras emociones ("Yo soy lo
que siento, por lo tanto es problema de los otros cómo me asumen"); es
decir, nos negamos a dejar los defectos y a perfeccionarnos, esto ha generado
una manera de relacionarnos con los demás: los pequeños forcejeos. En segundo
lugar aparecen los fundamentalismos de todo tipo, religiosos, políticos, etc. Cualquier persona que cree y que tiene una fe
se siente con el derecho de agredirnos con ella o en nombre de ella, aunque sea
una "fe" fundada en la ausencia de fe[6]. Después está la cultura del lamento:
"Ya nada es como fue", "perdimos un mundo", "las
mujeres no son como eran", "los hombres no son como eran pues se han
vuelto débiles", son expresiones que reflejan esta tercera fuente de
valores. Y así aparece la violencia en la cultura del lamento ya que todo está
malo. La cultura del lamento es fuerte en el ámbito pedagógico y se expresa en
una suerte de parálisis, en un conservadurismo del "qué le vamos a
hacer". La cuarta fuente, y que nos parece la peor en la búsqueda de
seguridades valóricas y en la búsqueda de fundamentos, es cuando queremos
transformar los valores en derechos, cuando los valores propios de la
convivencia, queremos que se transformarlos en leyes, en prescripciones, esto
equivale a querer administrar lo espontáneo de la vida, es más bien al revés,
hay que tener pocos derechos mínimos y una cultura mayor y más sólida por
compartida. Esta es una aventura que también provoca la parálisis, porque no
vivimos en el mundo de las leyes sino que vivimos en el mundo de la convivencia
y ese es el mundo de los valores.
Entonces, ¿dónde está lo que
consideramos como error? En que perdemos el tiempo buscando el sustento de los
valores más allá de la convivencia. Un filósofo francés a quien admiramos, Jean
Ladrière, en su texto "Desafío al Racionalismo", dedica dos capítulos
a buscar un fundamento ético a priori para la convivencia porque no acepta que
no haya que definir desde afuera las cosas y como no puede definirlo desde
afuera, nos parece que no logra su objetivo, y estamos refiriéndonos a un
grande en estos temas. Consideramos que no hay que buscar los valores fuera de
la realidad. Esos valores los tenemos a la vista, sólo hay que de ser capaces
de expresarlos y de organizarlos -y ahí
la escuela tiene un defecto: nuestra escuela chilena no fomenta la expresión
oral y menos la escrita, comparémonos con los argentinos, por ejemplo-, por lo
tanto nos cuesta mucho expresar lo que queremos, lo que sentimos, lo que
pensamos y lo que esperamos. Primero, si la convivencialidad se vive en el
lenguaje, en la conversación, vamos construyendo una realidad entre todos, por
ahí hay una pista. Segundo y volviendo a Habermas, tenemos que hacer consensos
y acuerdos sobre lo que queremos y jugarnos por estos consensos como si fueran
lo más importante. De lo contrario estamos en la situación del "todo
vale", vale el estado de ánimo, vale el biorritmo, vale el horóscopo, vale
como salieron las cartas del tarot, por lo tanto, "no sé cuanto vales hoy
para mí, porque no he consultado los astros todavía" y eso imposibilita la
convivencia ya que nadie sabría a qué atenerse con nosotros.
Eso es el verdadero
relativismo moral, cuando no sabemos a qué atenernos con los demás, no el dejar
de cumplir con las prescripciones establecidas más importantes, más formales,
más elegantes o más en boga, porque esas prescripciones antes de ser valiosas e
importantes carecieron de un valor, eran el relativismo de su época. Una tercera pista, que se conecta bastante
con las anteriores, tiene que ver con el postmoralismo: ya es imposible fundar
la moral en una ética -entendiendo a la ética como la teoría de la moral o de
las costumbres-. Ya no tiene sentido fundar una ética en las grandes palabras,
en las grandes filosofías de los grandes temas; al contrario, hay que fundarlos
en una sensibilidad, en la vida misma y allí proliferarán los valores.
¿Por qué es importante la sensibilidad? Los
que venimos del mundo de lo intelectual, del mundo de la gente que piensa,
hemos ido transformando los valores convivenciales en valores estéticos, hoy
día se hace lo que es de buen tono, y se resuelven las cosas en cuanto a composición
más que en cuanto a la responsabilidad que implican. Y caemos en otro tema
interesante.
Tenemos la impresión que
hemos olvidado algo fundamental en la convivencia: hemos olvidado los deberes.
Hemos enfatizado tanto los derechos como mandatos frente a los cuales podemos
hacer exigencias que los deberes han caído en el desuso. Y esto es grave,
luchamos por los derechos de los menores agredidos y no exigimos que cumplan
con sus obligaciones los responsables del cuidado de esos menores. Es, además,
paradojal ya que sobre los culpables no puede haber punición porque, a su vez,
también tienen derechos. También es
trágico, puesto que la convivencia gratuita, como lo son el amor y la amistad,
queda regulado por derechos y, en suma, codificado y artificializado
(prisionero de la racionalidad instrumental). Pero la "buena vida" no
se puede "gerentear", al revés, debe
ser des-administrada.
Una explicación
suplementaria puede ser útil: El problema de los valores no está en cómo nos
relacionamos con el Estado o con el mercado, pues lo opuesto del Estado no es
el mercado sino la sociedad civil. Y la sociedad civil está constituida por los
espacios de poder que construimos colectivamente, como comunidades
profesionales, como comunidades de sensibilidad, como comunidades religiosas,
como gente que tiene ideas compartidas y que se siente libre de experimentar;
ese es el gran desafío. Pero se trata de un desafío hasta cierto punto
político; pero la política hoy, en la modernidad, es secular. Somos nosotros
los llamados a diseñar la sociedad civil. Ya no hay espacio para actores
sociales preconstituidos o para ser unos fundamentalistas; nadie va a
resolvernos el libreto de la vida -no lo resuelven las iglesias, ni los
partidos ni tampoco lo resuelve la escuela-. Y volvemos al principio: el
desafío es cómo construir un mundo en orden consensuado para poder vivir mejor
sin caer en el indiferentismo para eludir involucrarnos en la elaboración de un
proyecto común para una sociedad que se hace cada vez más diversa.
En el contexto de la
educación, un proyecto valórico no puede ser uno puramente formal, porque la
excesiva diversidad social no es asumida por la escuela, y una diversidad
desbordada acaba con la sociedad. Entonces, en cuanto al tópico de los valores,
si la educación no hace una oferta de sentido acerca de cómo vivir la vida, la
educación formal va a ser sobrepasada, y ya lo está siendo cuando en los liceos
y colegios de educación media no entregan lo que la diversidad cultural desea.
Esto entraña un desafío anexo: que las demandas de los alumnos a sus profesores
no concuerdan en lo absoluto con las del profesor a éstos. Quizás lo de mayor
sentido sea que estemos discutiendo estos temas, de cómo enseñamos no sólo
conocimientos, sino también cómo enseñamos sabiduría de la vida. Enseñar
sabiduría significa enseñar a aceptar a los demás, de comprometerse, significa
que se tenga voluntad de hacerlo, de lo contrario seguiremos frente a una
sociedad tremendamente discriminatoria.
Para finalizar añadamos un
comentario estructural: la clase portadora de lo valores en Chile, las capas
medias, están en extinción en Chile; las capas medias son el coagulante de la
sociedad en términos valóricos, porque unen valores y estilos de vida de los
sectores bajos con valores y estilos de vida de los sectores altos, además las
capas medias son más mestizas, incorporan más extranjeros, incorporan sectores
en ascenso, sectores que van cuesta abajo o quedan sin trabajo, por lo tanto
las capas medias son tremendamente fluidas.
Cuando se adelgazan las capas medias en una sociedad, es decir, cuando
se hacen muy altas las distancias entre los grupos que tienen acceso al consumo
con aquellos que tienen menos, obviamente también se adelgaza la cultura y los
valores.
Por eso que una educación para
los valores, una educación para la cultura, pasa por recuperar la primera tarea
que tuvo la pedagogía en el mundo: la pedagogía, como la sociología, la
psicología y el trabajo social, tuvieron sentido en el mundo moderno, porque su
principal sentido fue la construcción de la sociedad, cuando estas profesiones
abandonan esta tarea, la educación hace crisis en todo el mundo y aparecen
las teorías sobre la crisis mundial de
la educación.
[1] Se ha construido la definición de valor a partir de las categorías
de acción social de Max Weber. Cfr. de este autor "Economía y
Sociedad", Fondo de Cultura Económica (México 1987), p. 20.
[3] Seguimos las
ideas de Habermas sobre ética universal comunicativa o dialógica, aunque no de
manera rigurosa, Cfr. de Jürgen Habermas: "La Desobediencia Civil",
en Revista Leviatán Nº 14 (Madrid
1983) y "Conciencia Moral y Acción Comunicativa", Ed. Península
(Madrid 1985).
[4] El concepto de "postmoralismo" ha sido tomado de
Lipovetsky. Cfr. de Gilles Lipovetsky y Enrique Lynch: "Elogio de la Indiferencia",
en Revista de Occidente Nº 169
(Madrid 1995); también véase la
Crítica de Libros sobre Lipovetsky y Savater titulada "La Era del Posdeber", en Revista Leviatán Nº 59 (Madrid 1995).
[5] Las referencias a Chomsky y a Greimas se
basan en Jesús Ibáñez: "El Regreso del Sujeto", Amerindia Editores
(Santiago 19), cap. II.
[6] Por eso Eduardo Bonvallet no es un
personaje menor en la sociedad chilena puesto que forma opinión, enuncia
valores.
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