viernes, 21 de septiembre de 2018

¿La escuela que educa? Una mirada humano-crítica sobre la escolarización y la diversidad


Jaime Reyes Medina[1]
Psicopedagogo y Magíster en Educación.


I. Un prefacio, breve pero necesario

Es muy frecuente escuchar en los noticieros, las calles, hogares y centros educativos, llamados de atención sobre la manoseada “crisis educacional”, fenómeno que ha trascendido a diversos ámbitos de nuestra vida social, económica, religiosa, política, familiar y humana. Es bajo este contexto que aparece como vital el análisis de la institución que por excelencia es la encargada del rol de “educar” a nuestros ciudadanos, la escuela, responsable de transmitir aprendizajes, contenidos mínimos obligatorios, competencias, habilidades, entre otras, vitales para el buen ejercicio del humano dentro de nuestra sociedad altamente patriarcal. Empero, retomo el “entre otros”, pues, también encontramos dentro del rol de nuestra escuela otras tareas implícitamente ejercidas, pero no menos efectivas tales como: la transmisión de miedos, desconfianza, competitividad, también el ego–ismo, el individualismo y las ansias desmesuradas por el exitismo, fundamentales para sostener/sustentar un sistema globalizado altamente deshumanizador, segregador, castigador, gestado al amparo silencioso del curriculum oculto latente en nuestras escuelas.


Con todo, no todo es tan temible ya que, paralelo a este sistema educativo burgués-elitista, surgen también clamores que exigen libertad y humanidad dentro de nuestras aulas, porque hasta hoy nos han visto impávidos, paralizados, knock out. No obstante, no deben confundirnos con seres inertes y mucho menos carentes de espíritu reflexivo, pues, desde el aroma de nuestra tierra, desde nuestras familias y antepasados, desde nuestro enraizamiento y respeto por nosotros y los otros, nos levantamos insubordinados, inquietos y -si lo prefieren- rebeldes, siempre valientes y conscientes del valor de la construcción del humano desde la otredad, desde las diferencias como eje principal de nuestra sociedad y humanidad, buscando un acto democrático-artístico que nos devuelva esa legitimidad inherente a nuestra especie de humanos.

II. Para situar el diálogo

“No te pongas majadero, porque yo vengo con apetito de obrero a comerme a cualquiera que venga a robarme lo mío, yo soy el Napoleón del Caserío…” (Calle 13, 2008).

En este tema el cantautor y líder de la banda Calle 13, de Puerto Rico, realza la importancia del sentido de pertenencia con nuestra tierra, con nuestros orígenes, dando valor incalculable a todo lo que implica el “pertenecer” a un contexto específico/situado, en donde se confabulan historias de vida, lenguajeares, olores, colores y formas, que configuran un todo valioso, en donde cada elemento fluye en armonía con otros, sin hostigarse ni excluirse, sino que todo lo contrario, ahí conviven en una malgama casi perfecta, sólo interrumpida por situaciones exógenas a ese todo, como lo son la imposición de lenguas, de reglas, el abuso de poder, la desvalorización de lo local por sobre lo “universal”, lo estandarizado, lo homogéneo, lo plano, en consecuencia, la valorización por lo anti-natural, lo artificial.


Sin embargo, los versos, ponen en la palestra una voz de alerta, en donde aparecen manos alzadas que exigen libertad y autonomía, no estando dispuestas a bajar la voz y -mucho menos- los brazos, a pesar de que se nos tilde de negativos, pesimistas e, incluso, rebeldes.

Estas líneas cobran mayor relevancia cuando logramos reflexionar sobre nuestro sistema educativo altamente escolarizado, mecanizado, estandarizado, tendiente a arrebatar cualquier mínimo gesto de individualización que ponga en peligro su status quo, su falsa estabilidad y su incompetencia, para ver la riqueza del ser humano instaurada desde su cariotipo, lo que nos hace ser bellamente diferentes.

III. Entre el discurso educativo y las prácticas pedagógicas

Al reflexionar acerca de las políticas educativas instauradas en nuestro país, de las buenas intenciones que percibimos día a día en nuestro quehacer educativo, de las discusiones habituales acerca del verdadero rol de la educación en nuestra sociedad y del rol que debemos cumplir como educadores en nuestras instituciones educativas, me surgen algunas interrogantes ¿ Por qué a pesar del gran paquete de medidas implementadas por el gobierno en pro de una educación equitativa y atractiva para los diversos actores educativos, no logramos conseguir los resultados esperados?, ¿Por qué no logramos que nuestro sistema educativo sea atractivo para nuestros niños, niñas y jóvenes?, y por ultimo ¿Cuál es el eslabón perdido e indispensable para que el discurso educativo y todas sus buenas intenciones se concretice en nuestras aulas?, ¿Serán realmente las leyes las encargadas de cambiar sustancialmente nuestras praxis educativas?, ¿Educamos en base al amor y respeto por la legitimidad del ser humano?


En palabras del biólogo Humberto Maturana, el educar se constituye en el proceso en el cual el niño o el adulto convive con otro y al convivir con el otro se transforma espontáneamente, de manera que su modo de vivir se hace progresivamente más congruente con el del otro en el espacio de convivencia. El educar ocurre, por lo tanto, todo el tiempo; de manera recíproca, como una transformación estructural contingente a una historia en el convivir en el que resulta que las personas aprenden a vivir de una manera que se configura según el convivir de la comunidad donde viven. La educación como “sistema educacional” configura un mundo y los educandos confirman en su vivir el mundo que vivieron en su educación. Los educadores, a su vez, confirman el mundo que vivieron al ser educados en el educar (Maturana, 1992).

Es en este contexto que la educación es considerada como un proceso de transformación en la convivencia, razón por la que no podemos cegarnos y pensar que nuestros estudiantes sólo aprendan matemática y lenguaje durante la interacción con sus docentes en las aulas, pues, ambos actores (estudiantes y educadores) conviven en un espacio físico y temporal compartido, lo que trae consigo un entrelazamiento de nuestros modos de pensar, decir, hacer y, por sobre todo, de vernos, lo que nos mantiene en un continuo acoplamiento a las circunstancias que vivimos con otros y con el ambiente. Entonces, surge la primera interrogante ¿Estamos propiciando espacios relacionales que fomenten un vivir en democracia, en donde el otro surja como legitimo otro, logrando respetarse a sí mismo y perder el miedo a desaparecer en la colaboración?, o, por el contrario, estamos conviviendo con nuestros estudiantes en base a la desconfianza, la autoridad, la imposición, la competencia, en la anulación del otro, arrancando de raíz esa cultura matriarcal que nos pertenece por esencia humana.


Al situarnos en el plano educativo escolar surgen variadas aristas relevantes en este proceso, donde inevitablemente emerge el tema de la planificación, haciendo énfasis en evitar la improvisación de nuestras clases, de nuestras evaluaciones, lo que lleva a plantearnos objetivos claros al momento de situarnos en el espacio intra-aula. En este contexto surge la duda obvia -si la quieren- sobre ¿cuál es el objetivo del profesor cuando entra al aula? Puede ser que el profesor pretenda “pasar” rápidamente los contenidos, puede que busque que los aprendices estén callados y escuchen atentamente, promoviendo la absorción de conocimientos, puede ser que el profesor prepare a sus estudiantes para rendir evaluaciones externas de manera óptima (eficiente y eficazmente). Tal vez es así y, a veces, inconscientemente, solo pretenden que sus estudiantes repliquen de manera automática los patrones culturales impuestos por la clase dominante, traducidos de manera pragmática y simplista en los “aprendizajes esperados”, o, incluso, puede existir algún docente rebelde que intenta promover en sus estudiantes el desarrollo de las llamadas habilidades superiores, logrando crear espacios de reflexión crítica y nutritiva para y con sus estudiantes.

En realidad, pueden ser muchas las intenciones con las que docentes -y otros profesionales- pretendan educar al interior de nuestras aulas, pero lo que realmente me preocupa y ocupa a diario es el hecho de promover desde nuestra praxis espacios en donde cada sujeto pueda hacer valer su derecho a vivir su vida en la colaboración, la autonomía y el respeto por si mismo y por los otros. Por ello, pretendo expresar aquí que existe otra forma de ver la vida, que no es exclusividad de algunos, pues, cada humano es capaz de decidir modificar el ambiente en el que vive y convive, desde su accionar, situado en la convivencia a diario.


Por lo anterior, debemos luchar para dejar obsoletos en nuestras aulas discursos y accionares basados en el control y la desconfianza, pretendiendo someter a niños y jóvenes al discurso del poseedor del conocimiento y la verdad, a la imagen de poder y omnipotencia, “el profesor”, olvidando que la labor docente no es la de traspasar meros conocimientos y formas de ver la realidad, pues, nuestra labor como educadores cobra sentido cuando somos capaces de  brindar espacios de convivencia que permitan a nuestros estudiantes vivir en función de la confianza y el respeto, en donde cada uno de ellos surjan como legítimos, sin miedo a desvanecerse en la colaboración. Recordando la importancia de la convivencia en la siguiente cita: “El aprendizaje es una transformación en la convivencia. Y los niños se transforman en adultos de una clase u otra según haya vivido esa transformación. No aprenden matemáticas o historia, aprenden el vivir que conviven con su profesor o profesora de matemáticas o historia, y aprenden el pensar, el reaccionar, el mirar, que viven con ellos. Ellos aprenden el espacio psíquico de sus maestros y, a veces, lo hacen rechazando aquello que los profesores quieren que aprendan” (Maturana, 2001).

Es bajo este contexto que emerge la invitación espontánea a reflexionar a diario acerca de nuestras prácticas docentes, no desde un punto de vista profesional, sino que, desde el punto de vista del humano como humano, no como objeto de dominio, recordando que la democracia no es en sí algo dado, sino que la construimos a diario, en el respeto, la colaboración, la responsabilidad, en síntesis, en el convivir, el que requiere más que un simple abrir de ojos para lograr ver.

IV. Escolarización en peligro de extinción

“No descansaremos, no dormiremos, y mucho menos rendiremos, hasta que los “poderosos” entiendan que los humanos no somos un bien de consumo, por lo tanto, no hipotecamos a nuestros niños y niñas a su tan preciado mercado” (J. Reyes).


Mayo de 2009, se anota, toma razón y se pública el famoso Decreto 170, que fija normas para determinar los alumnos con necesidades educativas especiales que serán beneficiarios de las subvenciones para educación especial, con el que se pretende favorecer la integración al interior de los establecimiento educacionales chilenos, no obstante, al analizar detenidamente dicho decreto nos encontramos con una serie de elementos que, por lo menos, nos da a pensar sobre cuáles serán sus verdaderas intenciones.

Para iniciar un pequeño análisis pondremos de manifiesto el alto contenido segregador y reducido del contenido del decreto aludido, convirtiéndose en una simple ordenanza que regula y norma los ámbitos relacionados con el ingreso de los estudiantes al sistema de financiamiento especial, cumpliendo, por lo tanto, con un objetivo claro de diagnóstico altamente segregador, rotulador y cosificador de los estudiantes, con escasa declaración de principios y/o normas en cuanto a la integración de algunos estudiantes, sino mas bien, con un claro foco en la identificación de los estudiantes que se encuentran “bajo la norma”, “enfermos” y que, por lo tanto, requieren de un urgente diagnóstico para ser derivados  a la brevedad al proceso de intervención para su pronta recuperación (en el caso que sean determinados como sujetos con necesidades educativas transitorias, pues, si su diagnóstico determina la presencia de una necesidad especial permanente, el asunto cambia al ser casi imposible su “alta”).

Bajo este contexto nos encontramos con una gran cantidad de niños, niñas y adolescentes con diagnósticos basados en su mayoría en textos altamente etiquetantes, como lo son el DSM IV y el CIE-10, que llevan sobre sus espaldas un valor asociado a su supuesta necesidad, por lo que pasan de ser de “sujetos de derechos” a “una cabeza de ganado” con una valor altamente codiciado por el sistema educativo, reafirmando como la escuela se encuentra al servicio del modelo educacional neoliberal predominante.


Es, desde este punto de inflexión, que surge la necesidad de analizar críticamente los efectos nocivos de nuestro sistema escolar en relación al manejo de las diferencias individuales, dejando de lado el espíritu humanizador de la educación, estableciéndose así una tensión entre el acto de escolarizar y el de educar, en que el primero olvida por completo la inquietud de los niños, reduciendo los procesos de enseñanza y aprendizaje a simples actos de repetición y memorización, carentes de significados y significancia, en donde la respuesta surge como ente principal en las aulas, dejando a un lado el vital acto de preguntarse, interrogarse, cuestionarse, que invita al descubrimiento y a la creatividad.

Es así como históricamente la escuela se ha constituido como un sistema basado en las interrogantes del  qué y cómo, característicos de un modelo que focaliza sus prácticas bajo un paradigma instrumentalizado por los intereses burgueses y el afán de control, promoviendo de manera casi perfecta la alienación de aprendices y maestros dejando olvidada la interrogante  que da el sentido a nuestras prácticas, el ¿para qué?, pregunta  que nos lleva al campo de la reflexión sobre nuestro quehacer pedagógico y humano.

Es en este contexto donde toma relevancia lo expuesto por el biólogo Chileno Humberto Maturana: “Lo central de la educación es la formación humana. El que nuestros niños crezcan como seres que se respeten a sí mismos y respeten a los demás, y que puedan decir que si o que no desde sí. El respeto no es la obediencia, el respeto es la posibilidad de colaborar. Pero para que esto pase en nuestras escuelas, nuestros profesores tienen que respetarse a sí mismos tienen que actuar desde sí en la confianza de que ellos son el recurso fundamental de la educación” (Maturana, 1997). Al analizar esta cita nos podemos dar cuenta de la importancia del accionar del educador en el plano escolar, en el cual debe asumir un rol que no sólo implica el acto de enseñar, sino que se asume como un aprendiz de sus estudiantes, donde se asume la importancia del reconocimiento histórico de que cada individuo sea educador o educando, considerando las historias individuales y grupales, con un claro reconocimiento de la situación biológica, histórica, social, económica y política de cada actor educativo.


Finalmente, podemos concluir que, en la actualidad, se hace cada vez más necesario avanzar a una desescolarización de nuestro sistema educativo, revalorando la subjetividad, la creatividad, reconociendo al error como un proceso natural del ser humano que debe convertirse en una oportunidad de aprendizaje y desarrollo, dejando a un lado el afán ciego de entregar aprendizajes a nuestros estudiantes como si fuesen recipientes carentes de experiencias y aprendizajes previos, reconociendo la importancia de trabajar con ambos hemisferios cerebrales, promoviendo, así, desde la biología, un desarrollo íntegro de nuestros estudiantes, acogiendo la contradicción y la duda como parte esencial de la vida de los seres humanos y, por lo tanto, ineludible dentro de cualquier proceso social-educativo.

V. A modo de cierre (Aunque esto no acaba aquí)

Incluso un camino sinuoso, difícil, nos puede conducir a la meta si no lo abandonamos hasta el final” (Paulo Coelho).

Vivimos pendientes y amarrados del mercado, un mercado que impulsa al consumismo desmesurado, a políticas públicas y educativas deshumanizadoras, relaciones humanas basadas en el exitismo y el egocentrismo como pilares fundamentales del desarrollo social, en síntesis, en/con elementos generadores de un descontento social masivo, lo que se traduce -sin dudas- en un contexto desolador e infértil al intentar sembrar luces de esperanza y cambio.


Al llevar a cabo una lectura analítico-crítica de este contexto, se hace difícil pensar en una llegada inminente de la tan esperada desescolarización a nuestras aulas, dando paso a la tan ansiada y manoseada integración o inclusión a nuestra sociedad, pues, a modo personal, creo que nos enfrentamos a una problemática no meramente instrumental (como la mayoría de las políticas públicas en educación) que, en consecuencia, requiere ser resuelta desde una perspectiva de una racionalidad axiológica, que nos lleve a remirar los alcances de nuestra “caja de herramientas” -como plantearía Foucault- en busca de posibles soluciones acorde a esta problemática complejizadora, que nos invita a desprendernos de esa “mala costumbre” que tenemos de buscar soluciones rápidas y pragmáticas; carentes de sentido, de reflexión, de autocrítica, vacías tanto ética como conceptualmente, que sólo nos llevan a tomar decisiones que sólo esconden la falta de voluntad política y axiológica para dar respuestas honestas a esta situación.

Todo lo anterior, es necesario pensarlo en profundidad, para dar paso a un re-encuentro del humano que nos invite a mirarnos y remirarnos, bajo un prisma libre de prejuicios y cegueras, despojándonos, así, de esa obsesión que nos aliena en busca de esa “normalidad” tan inexistente como insensata, y darnos cuenta de que lo que constituye verdaderamente una “dificultad o un trastorno” en el que no aprende, se aloja en nosotros, los “normales”, los prejuiciosos, esos ansiosos de encontrar igualdad donde no existe, esos incapaces de ver lo maravilloso que esconde la especie humana desde su gestación, desde el encuentro virtuoso entre nuestros gametos, desde el primer segundo de vida histórica que nos va constituyendo como seres únicos e irrepetibles.


No obstante -y tan real como lo anterior- es la posibilidad que tenemos de movilizarnos a ese tan necesario cambio paradigmático, en donde cada individuo, cada ser humano surja en “consecuencia armoniosa” con los demás, en donde la colaboración esté por sobre la competencia, constituyéndose como una necesidad imprescindible, pues, ahí radica la verdadera discapacidad, en esa imposibilidad de vernos a los ojos y aceptarnos con nuestras historias y biologías, con nuestros errores y aciertos, desde un respeto mutuo en la convivencia. Porque si consideramos discapacitado al que carece de un brazo, ¿qué sucede con el que carece de empatía, incapaz de sobreponerse a la adversidad, que no logra expresar libremente sus emociones y que no logra esperanzarse por la vida?, ¿no podrían también, ser considerados discapacitados?

Por lo tanto, la invitación es a dejar de buscar patologías y rótulos donde no se requieren y así darnos el tiempo necesario para detenernos a maravillarnos de lo bellos, valiosos y fascinantes que somos como especie humana. 

Para finalizar, en palabras de Paulo Coelho, cuando nos invita a no quedarnos impedidos ante la adversidad, no debemos olvidar que “Incluso un camino sinuoso, difícil, nos puede conducir a la meta si no lo abandonamos hasta el final”. Desde aquí proponemos y advertimos que -si hasta el día de hoy nos han visto impávidos, paralizados, impotentes- no deben confundirnos con seres inertes y, mucho menos, vacíos de sentido, pues, desde el aroma a nuestra tierra, desde nuestras familias, desde nuestro enraizamiento y respeto por nosotros y los otros, nos levantamos insubordinados, inquietos y, si lo prefieren, rebeldes, o sea, conscientes y valientes del valor de la construcción del humano desde la otredad, desde las diferencias como eje principal de nuestra sociedad y humanidad, buscando un acto democrático artístico que, en palabras de Paulo Freire, nos lleve a la liberación, desde un paradigma humano sociocrítico que invite a la unión, a mirarse, que nos incite a una educación de carácter gondwánico, que reconozca el surgimiento del humano desde un todo armonioso, paciente, fraterno, respetuoso de nuestra geografía biológica y planetaria, bajo un matiz ecológico que promueva el respeto del otro con nosotros.


[1] QEPD (durante el primer semestre de 2018). Este trabajo le permitió al autor aprobar en 2014 uno de los ramos del Magister en Gestión de la Inclusión que realizó. Ha sido rescatado y editado para dar a conocer parte de su ideario, de su fuerza pedagógica y de su alma noble.

4 comentarios:

  1. Que artículo más inspirador para nuestra labor como Docentes... lindo trabajo deja Jaime y que aquellas palabras sean un motivo para reflexionar sobre nuestras prácticas.

    ResponderEliminar
  2. Querido Jaime, lo leí con la fuerza de tu voz y el ímpetu de tus acciones. Siempre fuiste de verdad.

    ResponderEliminar
  3. Mi noble amigo! Aun cuando ya no está en cuerpo, su alma no me deja de emocionar.

    ResponderEliminar
  4. Maravilloso mensaje mi querido amigo, tremendamente inspirador, enérgico, un verdadero llamado de atención, a no quedarse dormidos, a no mirar desde la vereda del frente. Construyamos, involucrémonos, respetémonos y convivamos en la fraternidad y en el amor. Un abrazo gigante mi querido Jaime! QEPD

    ResponderEliminar

Déjanos tu opinión... Gracias por visitarnos.