viernes, 21 de septiembre de 2018

Educación universitaria, sentido de vida y romanticismo


Rodrigo Larraín Contador[1]
Sociólogo.Universidad Central de Chile.



1.‑ Todas las veces que se habla en los actos de graduación, las tendencias son dos: primero, se asume un tono algo pomposo y se abordan los grandes temas, o bien se hace una referencia al pasado, el cual mientras más lejano pareciera ser más solemne. Yo quiero decir dos breves cosas sobre lo antiguo y, así espero sinceramente, no expresarme en modo alguno de manera grave ni grandilocuente.

¿Por qué hacemos un acto de graduación, una ceremonia de entrega de diplomas? Contrariamente a lo que se cree, no es para despedir a los ex‑alumnos; al revés, es para recibirlos como colegas, como pares, en la comunidad académica. Se trata de mostrar a la sociedad lo que hemos hecho los docentes formadores con ustedes, mejor aún, lo que ustedes han permitido que nosotros, sus maestros, les entreguemos. Históricamente, hubo siempre jóvenes dispuestos a aprender, personas que se hicieron discípulos de otras tenidas por más sabias; incluso ese discipulado, si su maestro se iba a otro lugar, estaba dispuesto a seguirlo. Entonces, los primeros estudiantes de educación superior que conoció Occidente fueron verdaderas bandas de jóvenes ‑‑los llamados goliardos‑‑ que alegremente iban por los caminos, comían cuando podían, bebían más que comían, cantaban y hacían chistes y bromas, cargaban sus cuadernos y unos pocos libros junto a guitarras y laúdes y… aprendían.


El asunto es que los estudios podían ser eternos, así que las autoridades de la época mandaron que las clases fueran sedentarias, los estudios tuvieran plazos y, al final, se efectuara un acto de reconocimiento formal de que el proceso había sido cumplido y que los goliardos ya no tenían nada más que aprender; ese acto servía también para que los interesados en ocupar los servicios de los egresados los conocieran.

La graduación era semejante a una ceremonia de incorporación o rito de pasaje que marcaba el fin de una etapa y una feria de profesionales y especialistas. Tal importancia se le asignaba que, en las universidades españolas, en el siglo XVII, se mandó que no se omitiera este evento.

2.‑ Otra idea antigua. ¿Por qué se debe hacer un discurso de estilo en estas ceremonias? Esto es más nuevo. Tal vez ustedes no sepan que en el pasado no había programas de estudios, los maestros hacían sus clases de memoria, consultando textos propios o de los grandes autores (lo que llamamos clases lectivas); pero en el período de la decadencia universitaria, a comienzos del siglo XIX, muchos malos maestros empezaron a dictar sus clases (lo que se denominó dictar cátedra y que al comienzo tuvo un sentido despectivo), es decir, leían lentamente para que sus alumnos anotaran. Entonces se mandó que los profesores dieran una clase o conferencia sobre un tema libre ante alumnos, autoridades, pares académicos y comunidad en general, para que no cupiera duda de que eran realmente docentes.


No fue un discurso sino una clase, cuestión que todavía hoy se usa para la inauguración del año académico, el aniversario institucional o las graduaciones, entre otros eventos. Esto es lo que se llama la "prolución", el profesor lee un trabajo a propósito de algo e, indirectamente, rinde un examen. No es, en su sentido originario, una distinción concedida a los mejores maestros, al revés, se les pedía a aquellos que merecían reparos. Aunque estoy cierto que esa no fue la intención cuando se me pidió que pronunciara estas palabras, también sé que un maestro que sea incapaz de intentar una prolución no es tal. A continuación, entonces, desarrollaré un tema que me parece útil para la ocasión.

3.‑ ¿Por qué ustedes estudiaron?, ¿Qué sentido tiene que hayan gastado parte de su vida y de sus recursos en permanecer con nosotros?, ¿Cuánto les puede servir para la vida el haber estudiado? Estas preguntas y otras muchas se deben haber planteado innumerables veces. La respuesta es bien simple. Para las Ciencias Sociales simplemente se estudia para incorporarse a la población económicamente activa, en un nivel superior al que uno habría llegado sin estudiar. Entonces, se estudia para ganar más al trabajar. Se gana en dinero, en recursos, en poder, en satisfacción personal u otros intangibles, pero, al fin y al cabo, algo se gana. Pero hay una pregunta que seguramente ahora último se deben haber empezado a hacer: ¿Sabré todo lo necesario?, o, dicho de otro modo: Me siento inseguro, me parece que no sé nada, no estoy convencido de que pueda desempeñarme tan bien. Y vienen las dudas. Mi posición es que estas dudas no tienen relación con lo que se sabe profesionalmente ‑‑no tienen nada que ver‑‑, sus causas se deben buscar en el mundo en que nos ha tocado vivir.

La incertidumbre hoy por hoy es un signo de nuestros tiempos, es un rasgo de la época, está presente en la realidad y por lo mismo es insoslayable. Palabras como desencantamiento del mundo, postmodernidad, sociedad post‑industrial, crisis de la racionalidad, desaureatización, pérdida del sentido ritual, intervención salvadora en el pasado o fin de la historia, reflejan este estado de ánimo. Por otra parte, y simultáneamente, somos empujados a entrar más de lleno en el mundo real, moderno. En suma, a hacer fe en una realidad a la que no le tenemos fe. Quiero decirlo más francamente, nos ha tocado vivir unos tiempos en que las personas están desgarradas, atravesadas por una paradoja: o viven ignorando la falta de sentido vital y existencial y hacen como si no existiera, o bien se retraen sobre sí mismos y quedan en la parálisis esperando ver claro. Pero esto es una verdadera esquizofrenia, cualquiera sea la posición que tomemos.


4.‑ Entonces si las dudas, el sentimiento de crisis, el malestar en la cultura no se relaciona con el mundo del estudio sino con el mundo de la vida, ¿dónde buscar respuestas?, ¿qué me puede brindar la universidad? No tengo "la" respuesta, sólo barrunto una propuesta tentativa. Si vivimos la crisis, un camino puede estar en hacer de ella una crítica concienciadora o una crítica salvadora, como gustaba decir Walter Benjamin.

En términos estéticos, buscar hacer legibles ahora los sentidos de la tragedia de la historia. Echaré más luz sobre esta idea sirviéndome de algunas ideas orteguianas. El autor español tenía claro que el hombre vive una realidad poliédrica, muchas caras y muchas aristas, por tanto, es fácil perderse en las situaciones y en las cosas. Sabía también que el intelectualismo separado de la vida vuelve inauténticos a los hombres, los que se extravían por senderos de ideas cada vez más extrañas, falsas, incomunicables y privadas. Por ello, para él las instituciones de educación superior deben asumir las siguientes tareas: proporcionar a los hombres los medios para comprender y afrontar la complejidad de la situación histórica, preparar profesionales conscientes de los problemas que afrontarán y transmitir la cultura y la civilización. Lo profesional, como se apreciará es sólo una parte, fundamental es la conciencia, sesenta años más tarde llamamos a esto pensamiento crítico, creativo y reflexivo.


Él no quiere profesionales de las ciencias, es decir, un ingeniero no debe ser un físico, debe ser una persona que posea una idea de la física para el mundo vital; no quiere eruditos en educación, sino una comprensión de los procesos educativos; no quiere estetas, sino unas personas que lleven vida por el arte al mundo. Una persona encapsulada en su saber no es consciente, y le cito textualmente: "No hay más remedio: para andar con acierto por la selva de la vida hay que ser culto, hay que conocer su topografía, sus rutas o métodos; es decir, hay que tener una idea del espacio y del tiempo en que se vive, una cultura actual", y añade, "el profesionalismo y el especialismo, al no estar debidamente equilibrados han roto en pedazos al hombre [...] que por lo mismo está ausente de todos los puntos donde pretende y necesita estar". El hombre es un "integrum" no un fragmento que anda desacoplándose en especialista profesional u hombre corriente en la vida cotidiana.

Esta es la paradoja, este es el desgarro, y para Ortega los profesionales están en mejores condiciones de restañar, por ello, le interesa el hombre culto ya que entiende por cultura al conjunto de ideas y creencias que permiten al hombre orientarse en el mundo y desarrollar su vida en términos de problematización, de quehacer, de preocupación, de destino, de misión. Esta idea de cultura no se opone al ser profesional, no debe ser así, pues, no existen profesionales incultos, o no atentos al pulso de su época.


5.‑ Quiero proponerles una utopía, una misión, un posible rumbo. Bien sé que la palabra utopía no goza de buena fama ni de marketing hoy día. Pero no es tan absurdo que lo haga. Les invito a conservar el espíritu goliardesco, cultivado en tantas canciones, romances, microdramas, cervezas, estudios, amanecidas, textos incomprensibles, textos fáciles, horas perdidas útiles reflexionando sobre los grandes temas de la vida, amistades, desencuentros y algún maestro que fue modelo, divergencia e inspiración. No desearía que se incorporaran a la vida del trabajo renunciando a una etapa de sus vidas, traicionándose quizás en nombre de la responsabilidad y el trabajo. Me asusta esa posibilidad, me asusta por ustedes, por la Región y por mi Patria. Refugiarse en el propio proyecto, en el privatismo social, en el "ni‑ahismo", es altamente peligroso. El riesgo que se corre es caer en la "banalidad del mal". Cuando Hanna Arendt acuñó este término se estaba refiriendo a aquellos apacibles hombres de trabajo, buenos padres y esposos, preocupados del futuro de su familia, de avanzar en el trabajo, de ser honestos y simples y… descomprometidos.

Ese hombre que ama la seguridad. Dista de ser un bohemio, un artista, un aventurero o un fanático, por lo mismo, por salvar su seguridad, sobre todo la económica, se puede ir transformando en contra de su voluntad en un engranaje del mal, de la insolidaridad, del egoísmo y todo por no comprender su mundo. Un goliardo de corazón ‑‑un buen hippie decimos los que vivimos la maravilla de los '6O‑‑ nunca estará dispuesto a sacrificar su conciencia, su dignidad ni su honor y menos en nombre de sus hijos, de su esposa o esposo por una estabilidad económica.


Mi propuesta es cerrar el desgarro, unir los dos polos de la cuestión. Ser profesionales sin abandonar el alma de estudiante, ser responsables y expertos sin dejar de dudar, hacerse un espacio económico y otro para los sueños, integrar dialógica y dialécticamente las puntas de esa esquizofrenia. ¿Pero cuál es la propuesta? Es obvia, está en la radio, está en los jóvenes y adolescentes, está en los viejos y en los soñadores adultos. Lo canta la radio, se abre espacio en el diario y en los libros. Simplemente me estoy refiriendo al Romanticismo. No ha caído ningún paradigma, la modernidad goza de buena salud, no hay ningún nuevo holismo, estamos desmenuzados. Nuestros deseos de reencantamiento y de deseo vital, de goce, de pasión, de aporte han estado siempre allí. A pesar del racionalismo, a pesar de la ciencia y la técnica el ser humano es un romántico aún sin saberlo.

6.- No les aburriré mucho más, sólo les plantearé el desafío. No hay más banderas verdaderas que lo romántico. Allí está la salvación de la crisis como antes dije. Ni el mejor trabajo, ni el mejor sueldo, ni la mejor posición, acallarán nuestras ansias de sentido, de resignificación de la vida. Más claro aún, somos buscadores de sentido a través del amor.


El romanticismo consiste en un movimiento muchas veces reducido a lo estético, mas no es sólo arte, es un movimiento social macizo.

El grupo "Sturm und Drang", acoso y opresión, parece haber sido el antecesor de Romanticismo. En el participaron Hamann, Herder, Goethe y Schiller. Sus objetivos eran la exaltación de la genialidad, la cordialidad, la existencia de fuerzas ocultas que deben ser conocidas, la fe y las creencias como superiores al conocer. Hay una paradoja en este movimiento que toma su nombre de una obra teatral: que el ser humano sale de su egoísmo cuando se conoce cada vez más interiormente y, por lo mismo, llega a recrearse. 

Dos posiciones hay sobre el origen del Romanticismo. Una afirma que no es ninguna consecuencia “natural”, ninguna prolongación de las fases que le preceden; ni siquiera una reacción ante ellas. Para otros, el Romanticismo nació de la protesta contra la civilización, la vida burguesa, la tecnología y la economía, contra todo lo que es práctico y ordenado. Lo romántico es mucho más que la definición del Diccionario de la Lengua Española (escuela literaria de la primera mitad del siglo XIX, extremadamente individualista y que prescindía de las reglas o preceptos tenidos por clásicos) y también diferente a la definición popular que lo iguala a melancolía, soledad, emotividad y sentimentalismo. Nuestra opción es que el Romanticismo fue un movimiento social, de origen estético (pero también filosófico y político), que se opuso al Racionalismo exacerbado cuyas consecuencias estamos viviendo.

En dos lugares floreció el Romanticismo: Francia y Alemania. En el primero de estos países, durante la Restauración, la reacción al racionalismo ilustrado significó adhesión al pasado, a las tradiciones, aún las medievales. Víctor Hugo exaltaba la eversión hacia las normas y recuperaba lo irracional, mágico, lúdico e individual (lo individual como opuesto a la masificación de la Revolución Industrial y la creciente urbanización). El alma popular, las leyendas, el folklore y las costumbres populares han sesgado la visión filocristiana del Romanticismo, al resaltar el interés por lo celta, lo germánico --en suma, lo pagano--, mas en ello vemos un escape al pasado producido por el hastío del presente (de esa época). Alemania, que no tenía una sociedad auténtica, ni standard de vida inherente, ni tradición, era el verdadero hogar del movimiento romántico. Se afirma esto ya que frente al pedante orden de la moralidad racional, la naturaleza pasó directamente a lo sobrenatural, a la alegoría, a la demonología y a la especulación cósmica. La fantasía volaba sin trabas en sueños desenfrenados. Brujas, demonios, lagos encantados, peregrinaciones, además, el Romanticismo se convirtió en un principio, en un programa intelectual, en una rebeldía no solamente contra la razón, sino contra todas las restricciones de la norma. El método antimetódico de aquellos poetas engendró el libre fluir de las ideas, de los pensamientos y de las sensaciones, el juego ilimitado de las afinidades y de la trascendencia sentimental dentro de un reino suprasensible.

Para nosotros, el Romanticismo alemán simplemente opone caos, naturaleza y sensibilidad a orden, cosmos y razón, por ello la dicotomía de Sombart es entre “héroes y mercaderes” (románticos y burgueses). Se debe señalar que en Francia hubo dos Romanticismos.

Mientras para unos el Romanticismo significaba el espíritu triunfante de la libertad y de la revolución, para otros encarnaba al resurgimiento del ideal cristiano y de las viejas tradiciones medievales. Esta atención por el pasado, el Romanticismo la dedicó preferentemente a la Edad Media, a aquellos siglos de fe religiosa que levantaran las grandes catedrales y crearon los cantares de gesta. Correlativamente, en Alemania surgió el Idealismo. La filosofía idealista alemana, en lugar de apoyarse en la oposición entre la edad de la razón y la edad de la fe, introdujo el cristianismo y la religión histórica en su concepción de progreso. Es bueno añadir que propiamente no hay un Romanticismo anticristiano.

7.- Revisemos los elementos que le hacen ser un movimiento social. El Romanticismo es un nuevo ideal estético, religioso, de pensamiento, de “misión” del ser humano, que se expresa en referencia a la “poíesis” y, preferentemente, al hilo de una elaboración de teoría literaria, de hermenéutica, de filosofía de la historia y de una nueva concepción de lo ético. Sus temas son: 

a)      Es una revolución histórica radical, pues, pretende moldear el universo en que el hombre vive y es.

b)      Se trata de una revolución no violenta, los románticos no van a favor ni en contra de nadie (por ello suelen ser calificados de conservadores o progresistas).

c)      Lo romántico entraña una misión, una poíesis, que cada hombre debe asumir. Esto es una cuota de hazaña y heroísmo.

d)      El ideal romántico es la Bildung (la formación o en sentido lato, la cultura). Por tanto, hay una Paideia y un germen pedagógico.

e)      El Romanticismo tiene una conciencia de escisión. El refugio en el sí mismo se debe a que hay dos lógicas que se contraponen en la vida (dos racionalidades, una instrumental utilitaria y otra axiológica y de sentido, diríamos hoy usando la tipología weberiana).

f)       De la escisión surge la búsqueda de la autenticidad. Optar por ella es lograr el ejercicio de la libertad, mejor aún, de la creatividad. Todo sujeto tiene un quantum de energía intelectual o estética.

g)      Hay una comunión entre hombre y mundo (la Naturaleza). El deísmo e incluso el panteísmo de algunos textos románticos pueden ser una inferencia errónea de esta monada: "lo que ellos llaman mundo es para mí el hombre, lo que hombre es para mí un mundo", decía Schiele.

h)      De la creatividad y la Naturaleza surge el papel crucial del símbolo y la fantasía en la praxis cotidiana y en la producción intelectual romántica.


Creatividad, Ecologismo y Paradigma holístico. Tres novedades intelectuales actuales ya estaban presentes en el Romanticismo.

8.- En verdad, el Romanticismo nunca nos ha abandonado. Ha estado siempre presente como un contradiscurso, sólo que devaluado y ahogado por los éxitos tecnocientíficos que terminaron volviéndose contra el hombre. No estoy proponiendo un anticientificismo, no soy tan insensato, además, yo soy una persona que estudió una ciencia con pasión, gusto y cuyo disfrute de ella aún no se ha apagado, al contrario. Mi invitación es a hacer un proceso de introvisión personal y de extrovisión grupal a fin de ver más claro y más lejos, para así no dejarse abatir por las dudas y de recuperar el encanto del mundo para cada uno de nosotros.

Muchas Gracias.







[1] Discurso leído en la Ceremonia de Graduación, Universidad Educares, Sede Rancagua, el 19 de enero de 1995. Dada su vigencia y profundidad en relación a la búsqueda de los sentidos de educarse y de vivir, se ofrece a nuestros lectores la oportunidad de conocerlo. Originalmente, esta ponencia no tenía título, se lo asignamos en Revista Émica tratando de respetar el sentido general del texto.

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