Rodrigo Larraín Contador[1]
Sociólogo.Universidad
Central de Chile.
1.‑ Todas las veces que se habla en los actos
de graduación, las tendencias son dos: primero, se asume un tono algo pomposo y
se abordan los grandes temas, o bien se hace una referencia al pasado, el cual
mientras más lejano pareciera ser más solemne. Yo quiero decir dos breves cosas
sobre lo antiguo y, así espero sinceramente, no expresarme en modo alguno de
manera grave ni grandilocuente.
¿Por qué hacemos un acto de graduación, una
ceremonia de entrega de diplomas? Contrariamente a lo que se cree, no es para
despedir a los ex‑alumnos; al revés, es para recibirlos como colegas, como
pares, en la comunidad académica. Se trata de mostrar a la sociedad lo que
hemos hecho los docentes formadores con ustedes, mejor aún, lo que ustedes han
permitido que nosotros, sus maestros, les entreguemos. Históricamente, hubo
siempre jóvenes dispuestos a aprender, personas que se hicieron discípulos de
otras tenidas por más sabias; incluso ese discipulado, si su maestro se iba a
otro lugar, estaba dispuesto a seguirlo. Entonces, los primeros estudiantes de
educación superior que conoció Occidente fueron verdaderas bandas de jóvenes ‑‑los
llamados goliardos‑‑ que alegremente iban por los caminos, comían cuando
podían, bebían más que comían, cantaban y hacían chistes y bromas, cargaban sus
cuadernos y unos pocos libros junto a guitarras y laúdes y… aprendían.
El asunto es que los estudios podían ser eternos,
así que las autoridades de la época mandaron que las clases fueran sedentarias,
los estudios tuvieran plazos y, al final, se efectuara un acto de
reconocimiento formal de que el proceso había sido cumplido y que los goliardos
ya no tenían nada más que aprender; ese acto servía también para que los
interesados en ocupar los servicios de los egresados los conocieran.
La graduación era semejante a una ceremonia
de incorporación o rito de pasaje que marcaba el fin de una etapa y una feria
de profesionales y especialistas. Tal importancia se le asignaba que, en las
universidades españolas, en el siglo XVII, se mandó que no se omitiera este
evento.
2.‑ Otra idea antigua. ¿Por qué se debe hacer
un discurso de estilo en estas ceremonias? Esto es más nuevo. Tal vez ustedes
no sepan que en el pasado no había programas de estudios, los maestros hacían
sus clases de memoria, consultando textos propios o de los grandes autores (lo
que llamamos clases lectivas); pero en el período de la decadencia
universitaria, a comienzos del siglo XIX, muchos malos maestros empezaron a
dictar sus clases (lo que se denominó dictar cátedra y que al comienzo tuvo un
sentido despectivo), es decir, leían lentamente para que sus alumnos anotaran.
Entonces se mandó que los profesores dieran una clase o conferencia sobre un
tema libre ante alumnos, autoridades, pares académicos y comunidad en general,
para que no cupiera duda de que eran realmente docentes.
No fue un discurso sino una clase, cuestión
que todavía hoy se usa para la inauguración del año académico, el aniversario
institucional o las graduaciones, entre otros eventos. Esto es lo que se llama
la "prolución", el profesor lee un trabajo a propósito de algo e,
indirectamente, rinde un examen. No es, en su sentido originario, una distinción
concedida a los mejores maestros, al revés, se les pedía a aquellos que
merecían reparos. Aunque estoy cierto que esa no fue la intención cuando se me
pidió que pronunciara estas palabras, también sé que un maestro que sea incapaz
de intentar una prolución no es tal. A continuación, entonces, desarrollaré un
tema que me parece útil para la ocasión.
3.‑ ¿Por qué ustedes estudiaron?, ¿Qué
sentido tiene que hayan gastado parte de su vida y de sus recursos en
permanecer con nosotros?, ¿Cuánto les puede servir para la vida el haber estudiado?
Estas preguntas y otras muchas se deben haber planteado innumerables veces. La
respuesta es bien simple. Para las Ciencias Sociales simplemente se estudia
para incorporarse a la población económicamente activa, en un nivel superior al
que uno habría llegado sin estudiar. Entonces, se estudia para ganar más al
trabajar. Se gana en dinero, en recursos, en poder, en satisfacción personal u
otros intangibles, pero, al fin y al cabo, algo se gana. Pero hay una pregunta que
seguramente ahora último se deben haber empezado a hacer: ¿Sabré todo lo
necesario?, o, dicho de otro modo: Me siento inseguro, me parece que no sé
nada, no estoy convencido de que pueda desempeñarme tan bien. Y vienen las
dudas. Mi posición es que estas dudas no tienen relación con lo que se sabe
profesionalmente ‑‑no tienen nada que ver‑‑, sus causas se deben buscar en el
mundo en que nos ha tocado vivir.
La incertidumbre hoy por hoy es un signo de
nuestros tiempos, es un rasgo de la época, está presente en la realidad y por
lo mismo es insoslayable. Palabras como desencantamiento del mundo,
postmodernidad, sociedad post‑industrial, crisis de la racionalidad,
desaureatización, pérdida del sentido ritual, intervención salvadora en el
pasado o fin de la historia, reflejan este estado de ánimo. Por otra parte, y
simultáneamente, somos empujados a entrar más de lleno en el mundo real,
moderno. En suma, a hacer fe en una realidad a la que no le tenemos fe. Quiero
decirlo más francamente, nos ha tocado vivir unos tiempos en que las personas
están desgarradas, atravesadas por una paradoja: o viven ignorando la falta de
sentido vital y existencial y hacen como si no existiera, o bien se retraen
sobre sí mismos y quedan en la parálisis esperando ver claro. Pero esto es una
verdadera esquizofrenia, cualquiera sea la posición que tomemos.
4.‑ Entonces si las dudas, el sentimiento de
crisis, el malestar en la cultura no se relaciona con el mundo del estudio sino
con el mundo de la vida, ¿dónde buscar respuestas?, ¿qué me puede brindar la
universidad? No tengo "la" respuesta, sólo barrunto una propuesta
tentativa. Si vivimos la crisis, un camino puede estar en hacer de ella una
crítica concienciadora o una crítica salvadora, como gustaba decir Walter
Benjamin.
En términos estéticos, buscar hacer legibles
ahora los sentidos de la tragedia de la historia. Echaré más luz sobre esta
idea sirviéndome de algunas ideas orteguianas. El autor español tenía claro que
el hombre vive una realidad poliédrica, muchas caras y muchas aristas, por tanto,
es fácil perderse en las situaciones y en las cosas. Sabía también que el
intelectualismo separado de la vida vuelve inauténticos a los hombres, los que
se extravían por senderos de ideas cada vez más extrañas, falsas,
incomunicables y privadas. Por ello, para él las instituciones de educación
superior deben asumir las siguientes tareas: proporcionar a los hombres los
medios para comprender y afrontar la complejidad de la situación histórica,
preparar profesionales conscientes de los problemas que afrontarán y transmitir
la cultura y la civilización. Lo profesional, como se apreciará es sólo una
parte, fundamental es la conciencia, sesenta años más tarde llamamos a esto
pensamiento crítico, creativo y reflexivo.
Él no quiere profesionales de las ciencias,
es decir, un ingeniero no debe ser un físico, debe ser una persona que posea
una idea de la física para el mundo vital; no quiere eruditos en educación,
sino una comprensión de los procesos educativos; no quiere estetas, sino unas
personas que lleven vida por el arte al mundo. Una persona encapsulada en su
saber no es consciente, y le cito textualmente: "No hay más remedio: para
andar con acierto por la selva de la vida hay que ser culto, hay que conocer su
topografía, sus rutas o métodos; es decir, hay que tener una idea del espacio y
del tiempo en que se vive, una cultura actual", y añade, "el
profesionalismo y el especialismo, al no estar debidamente equilibrados han
roto en pedazos al hombre [...] que por lo mismo está ausente de todos los
puntos donde pretende y necesita estar". El hombre es un
"integrum" no un fragmento que anda desacoplándose en especialista
profesional u hombre corriente en la vida cotidiana.
Esta es la paradoja, este es el desgarro, y
para Ortega los profesionales están en mejores condiciones de restañar, por
ello, le interesa el hombre culto ya que entiende por cultura al conjunto de
ideas y creencias que permiten al hombre orientarse en el mundo y desarrollar
su vida en términos de problematización, de quehacer, de preocupación, de
destino, de misión. Esta idea de cultura no se opone al ser profesional, no
debe ser así, pues, no existen profesionales incultos, o no atentos al pulso de
su época.
5.‑ Quiero proponerles una utopía, una
misión, un posible rumbo. Bien sé que la palabra utopía no goza de buena fama
ni de marketing hoy día. Pero no es tan absurdo que lo haga. Les invito a
conservar el espíritu goliardesco, cultivado en tantas canciones, romances,
microdramas, cervezas, estudios, amanecidas, textos incomprensibles, textos
fáciles, horas perdidas útiles reflexionando sobre los grandes temas de la
vida, amistades, desencuentros y algún maestro que fue modelo, divergencia e
inspiración. No desearía que se incorporaran a la vida del trabajo renunciando
a una etapa de sus vidas, traicionándose quizás en nombre de la responsabilidad
y el trabajo. Me asusta esa posibilidad, me asusta por ustedes, por la Región y
por mi Patria. Refugiarse en el propio proyecto, en el privatismo social, en el
"ni‑ahismo", es altamente peligroso. El riesgo que se corre es caer
en la "banalidad del mal". Cuando Hanna Arendt acuñó este término se
estaba refiriendo a aquellos apacibles hombres de trabajo, buenos padres y
esposos, preocupados del futuro de su familia, de avanzar en el trabajo, de ser
honestos y simples y… descomprometidos.
Ese hombre que ama la seguridad. Dista de ser
un bohemio, un artista, un aventurero o un fanático, por lo mismo, por salvar
su seguridad, sobre todo la económica, se puede ir transformando en contra de
su voluntad en un engranaje del mal, de la insolidaridad, del egoísmo y todo
por no comprender su mundo. Un goliardo de corazón ‑‑un buen hippie decimos los
que vivimos la maravilla de los '6O‑‑ nunca estará dispuesto a sacrificar su
conciencia, su dignidad ni su honor y menos en nombre de sus hijos, de su
esposa o esposo por una estabilidad económica.
Mi propuesta es cerrar el desgarro, unir los
dos polos de la cuestión. Ser profesionales sin abandonar el alma de
estudiante, ser responsables y expertos sin dejar de dudar, hacerse un espacio
económico y otro para los sueños, integrar dialógica y dialécticamente las
puntas de esa esquizofrenia. ¿Pero cuál es la propuesta? Es obvia, está en la
radio, está en los jóvenes y adolescentes, está en los viejos y en los
soñadores adultos. Lo canta la radio, se abre espacio en el diario y en los
libros. Simplemente me estoy refiriendo al Romanticismo. No ha caído ningún
paradigma, la modernidad goza de buena salud, no hay ningún nuevo holismo,
estamos desmenuzados. Nuestros deseos de reencantamiento y de deseo vital, de
goce, de pasión, de aporte han estado siempre allí. A pesar del racionalismo, a
pesar de la ciencia y la técnica el ser humano es un romántico aún sin saberlo.
6.- No les aburriré mucho más, sólo les
plantearé el desafío. No hay más banderas verdaderas que lo romántico.
Allí está la salvación de la crisis como antes dije. Ni el mejor trabajo, ni el
mejor sueldo, ni la mejor posición, acallarán nuestras ansias de sentido, de
resignificación de la vida. Más claro aún, somos buscadores de sentido a través
del amor.
El romanticismo consiste en un movimiento
muchas veces reducido a lo estético, mas no es sólo arte, es un movimiento
social macizo.
El grupo "Sturm und Drang", acoso y
opresión, parece haber sido el antecesor de Romanticismo. En el participaron
Hamann, Herder, Goethe y Schiller. Sus objetivos eran la exaltación de la
genialidad, la cordialidad, la existencia de fuerzas ocultas que deben ser
conocidas, la fe y las creencias como superiores al conocer. Hay una paradoja
en este movimiento que toma su nombre de una obra teatral: que el ser humano
sale de su egoísmo cuando se conoce cada vez más interiormente y, por lo mismo,
llega a recrearse.
Dos posiciones hay sobre el origen del
Romanticismo. Una afirma que no es ninguna consecuencia “natural”, ninguna
prolongación de las fases que le preceden; ni siquiera una reacción ante ellas.
Para otros, el Romanticismo nació de la protesta contra la civilización, la
vida burguesa, la tecnología y la economía, contra todo lo que es práctico y
ordenado. Lo romántico es mucho más que la definición del Diccionario de la
Lengua Española (escuela literaria de la primera mitad del siglo XIX,
extremadamente individualista y que prescindía de las reglas o preceptos
tenidos por clásicos) y también diferente a la definición popular que lo iguala
a melancolía, soledad, emotividad y sentimentalismo. Nuestra opción es que el
Romanticismo fue un movimiento social, de origen estético (pero también
filosófico y político), que se opuso al Racionalismo exacerbado cuyas
consecuencias estamos viviendo.
En dos lugares floreció el Romanticismo:
Francia y Alemania. En el primero de estos países, durante la Restauración, la
reacción al racionalismo ilustrado significó adhesión al pasado, a las
tradiciones, aún las medievales. Víctor Hugo exaltaba la eversión hacia las
normas y recuperaba lo irracional, mágico, lúdico e individual (lo individual
como opuesto a la masificación de la Revolución Industrial y la creciente
urbanización). El alma popular, las leyendas, el folklore y las costumbres populares
han sesgado la visión filocristiana del Romanticismo, al resaltar el interés
por lo celta, lo germánico --en suma, lo pagano--, mas en ello vemos un escape
al pasado producido por el hastío del presente (de esa época). Alemania, que no
tenía una sociedad auténtica, ni standard de vida inherente, ni tradición, era
el verdadero hogar del movimiento romántico. Se afirma esto ya que frente al
pedante orden de la moralidad racional, la naturaleza pasó directamente a lo
sobrenatural, a la alegoría, a la demonología y a la especulación cósmica. La
fantasía volaba sin trabas en sueños desenfrenados. Brujas, demonios, lagos
encantados, peregrinaciones, además, el Romanticismo se convirtió en un principio,
en un programa intelectual, en una rebeldía no solamente contra la razón, sino
contra todas las restricciones de la norma. El método antimetódico de aquellos
poetas engendró el libre fluir de las ideas, de los pensamientos y de las
sensaciones, el juego ilimitado de las afinidades y de la trascendencia
sentimental dentro de un reino suprasensible.
Para nosotros, el Romanticismo alemán
simplemente opone caos, naturaleza y sensibilidad a orden, cosmos y razón, por
ello la dicotomía de Sombart es entre “héroes y mercaderes” (románticos y
burgueses). Se debe señalar que en Francia hubo dos Romanticismos.
Mientras para unos el Romanticismo
significaba el espíritu triunfante de la libertad y de la revolución, para
otros encarnaba al resurgimiento del ideal cristiano y de las viejas
tradiciones medievales. Esta atención por el pasado, el Romanticismo la dedicó
preferentemente a la Edad Media, a aquellos siglos de fe religiosa que
levantaran las grandes catedrales y crearon los cantares de gesta. Correlativamente,
en Alemania surgió el Idealismo. La filosofía idealista alemana, en lugar de
apoyarse en la oposición entre la edad de la razón y la edad de la fe,
introdujo el cristianismo y la religión histórica en su concepción de progreso.
Es bueno añadir que propiamente no hay un Romanticismo anticristiano.
7.- Revisemos los elementos que le hacen ser
un movimiento social. El Romanticismo es un nuevo ideal estético, religioso, de
pensamiento, de “misión” del ser humano, que se expresa en referencia a la “poíesis”
y, preferentemente, al hilo de una elaboración de teoría literaria, de
hermenéutica, de filosofía de la historia y de una nueva concepción de lo
ético. Sus temas son:
a) Es una revolución histórica radical, pues,
pretende moldear el universo en que el hombre vive y es.
b) Se trata de una revolución no violenta, los
románticos no van a favor ni en contra de nadie (por ello suelen ser
calificados de conservadores o progresistas).
c) Lo romántico entraña una misión, una poíesis,
que cada hombre debe asumir. Esto es una cuota de hazaña y heroísmo.
d) El ideal romántico es la Bildung (la
formación o en sentido lato, la cultura). Por tanto, hay una Paideia y un
germen pedagógico.
e) El Romanticismo tiene una conciencia de
escisión. El refugio en el sí mismo se debe a que hay dos lógicas que se
contraponen en la vida (dos racionalidades, una instrumental utilitaria y otra
axiológica y de sentido, diríamos hoy usando la tipología weberiana).
f) De la escisión surge la búsqueda de la
autenticidad. Optar por ella es lograr el ejercicio de la libertad, mejor aún,
de la creatividad. Todo sujeto tiene un quantum de energía intelectual o
estética.
g) Hay una comunión entre hombre y mundo (la
Naturaleza). El deísmo e incluso el panteísmo de algunos textos románticos
pueden ser una inferencia errónea de esta monada: "lo que ellos llaman
mundo es para mí el hombre, lo que hombre es para mí un mundo", decía
Schiele.
h) De la creatividad y la Naturaleza surge el
papel crucial del símbolo y la fantasía en la praxis cotidiana y en la
producción intelectual romántica.
Creatividad, Ecologismo y Paradigma
holístico. Tres novedades intelectuales actuales ya estaban presentes en el
Romanticismo.
8.- En verdad, el Romanticismo nunca nos ha
abandonado. Ha estado siempre presente como un contradiscurso, sólo que
devaluado y ahogado por los éxitos tecnocientíficos que terminaron volviéndose
contra el hombre. No estoy proponiendo un anticientificismo, no soy tan
insensato, además, yo soy una persona que estudió una ciencia con pasión, gusto
y cuyo disfrute de ella aún no se ha apagado, al contrario. Mi invitación es a
hacer un proceso de introvisión personal y de extrovisión grupal a fin de ver
más claro y más lejos, para así no dejarse abatir por las dudas y de recuperar
el encanto del mundo para cada uno de nosotros.
Muchas Gracias.
[1] Discurso
leído en la Ceremonia de Graduación, Universidad
Educares, Sede Rancagua, el 19 de enero de 1995. Dada su vigencia y profundidad
en relación a la búsqueda de los sentidos de educarse y de vivir, se ofrece a
nuestros lectores la oportunidad de conocerlo. Originalmente, esta ponencia no tenía título, se lo asignamos en Revista Émica tratando
de respetar el sentido general del texto.
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