jueves, 5 de julio de 2018

El vínculo pedagógico: la construcción de una noción enriquecida del estar juntos en el aula


Carolina Lau
Psicóloga. Magíster en Potenciación de Aprendizajes


Al nombrar el concepto de vínculo pedagógico se evoca una idea, un pensamiento, una representación o, al menos, se transmite una noción vaga de qué es a lo que nos estamos refiriendo cuando pensamos el estar juntos en el aula. En la literatura especializada se encuentra escasamente desarrollado este par de conceptos de manera asociada (vínculo-pedagogía), no obstante, cada uno, por su parte, ha tenido cierta trayectoria, desde distintos enfoques, con distintos resultados. Intentar, a partir de ambos conceptos, la construcción de un tercero es necesario, es también develar esa conexión potencial, es procurar que ambos términos se entrelacen, se sujeten, se cautiven, se vislumbren, haciendo posible (re)mirar la realidad educativa y profundizar en las dimensiones más cualitativas del aula. Ese es el desafío esencial de este texto.

La noción que sí se ha tratado en algunos estudios es el de vínculo educativo, como una forma de vínculo social con una función civilizadora, de regular el goce y convertir(se) en ciudadano (Domínguez, 2008). Empero, para el presente artículo, dicha definición no trae consigo elementos que consideremos propios de la pedagogía, menos si pensamos en la pedagogía crítica en su vertiente liberadora y problematizadora.

Para explorar el vínculo pedagógico vale la pena indagar en torno a dos perspectivas importantes a tener en cuenta, que son: el enfoque  psicoanalítico y el pedagógico, partiendo de la idea de que para el mismo Freud (1937/1984) hay tres profesiones imposibles: gobernar, educar y psicoanalizar, expresando que ellas tienen en común que su resultado nunca será completamente satisfactorio, puesto que siempre va a existir un otro hablante que no es del todo educable ni psicoanalizable. He aquí una luz para vincular dos imposibles en una conversación común.
los educadores han sido entrenados “para delinear lo que ellos quieren que sus alumnos entiendan, plantear una lección para llevarlos a eso y luego evaluar si ellos llegaron al entendimiento” (Kumashiro, 2000: s/d)


Comencemos en/desde el psicoanálisis, lugar desde donde se ha abordado de manera más profunda el concepto de vínculo pese a que la noción propiamente tal no forma parte de los conceptos freudianos ni tampoco del léxico psicoanalítico de los post-freudianos. Quizás, la excepción a esto sea el autor Bion (1963), quien es el primero en emplearla señalando que utiliza esta palabra para explorar la relación del paciente con una función, más que con el objeto que reemplaza la función, es decir, no es el pecho, el pene o el pensamiento verbal, sino  la función, que es hacer un vínculo entre los dos objetos, es decir, se enfoca en que el vínculo es la función entre. El concepto que sí ocupo Freud fue “relación de objeto” o relación objetal, que es uno de los pocos conceptos de la tradición psicoanalítica que pone atención al desarrollo de las relaciones. Los demás se refieren al individuo solo, en cambio aquí la relación se asoma a la  toma de sentido de interrelación, es decir, no sólo la manera como el sujeto constituye sus objetos, sino la forma cómo estos modelan su actividad (Laplanche & Pontalis, 1996). No obstante, al comienzo del desarrollo de la teoría de las relaciones objetales no se puso suficiente énfasis en la palabra relación, sino más bien en el objeto, el cual tampoco es un concepto del todo definido en el psicoanálisis y su connotación varía de acuerdo a distintos esquemas referenciales, pero en ningún caso debe evocar la idea de cosa, objeto manipulable o de persona, sino en tanto una representación psíquica inconsciente (Laplanche, et al, 1996).

Por otra parte, reflexionando desde su teoría de la intersubjetividad y no meramente en una relación objetal, destaca dentro de los post-freudianos el autor Winnicott (1996), caracterizando la co-construcción como ese espacio entre la madre y el infante, además de la noción de que en un inicio de su vida el bebé, como tal, no existe, sino lo que prima es la unión madre/bebé estando al comienzo ambos recíprocamente indiferenciados.

En la actualidad un referente en cuanto al vínculo es Kaës, autor que ha buscado las condiciones que hacen del vínculo un objeto de conocimiento y de la práctica psicoanalítica. Kaës (2009) define el vínculo de la siguiente manera: “Llamo vínculo a la realidad psíquica inconsciente específica construida por el encuentro de dos o más sujetos (…) un vínculo es el movimiento más o menos estable de investiduras, representaciones y de acciones que asocian a dos o más sujetos para ciertas realizaciones psíquicas: cumplimiento de deseos, protección, defensa, levantamiento de prohibiciones, acciones comunes (hacer, jugar, disfrutar, amar juntos, etc.)”. En cuanto a la pugna entre relación de objeto y vínculo, el autor señala que este último es un asunto con el otro y no son solo figuraciones o representaciones de pulsiones, de objetos parciales, representaciones de cosas o palabras, del sujeto mismo, puesto que los otros son irreductibles a lo que ellos representan para un otro, agregando que: “Las teorías de la relación de objeto no son teorías de la intersubjetividad pero están incluidas en estas últimas” (Kaës, 1999: 87). Adicionalmente, hace énfasis en que el vínculo no es solamente un conector entre objetos subjetivos que se estimulan y responden, sino que tienen su propia consistencia, dotado de una realidad psíquica específica con formaciones, procesos y transformaciones que debe ser considerada en tanto tal, por lo cual se debe descubrir su funcionamiento.


Por otra parte, en lo que sí convergen los diferentes autores es sobre el desarrollo del vínculo desde los estadios precoces del sujeto (madre-bebé), hasta los estadios más evolucionados, los cuales implican una diferenciación creciente dentro del vínculo. Es en esta primera representación vincular madre-bebé que el vínculo consta de una motivación innata, existiendo una necesidad humana universal para formar vínculos afectivos sólidos y estrechos, donde se observa que los integrantes de la unidad dual están conectados como vasos comunicantes que mantienen un nivel constante de fluidez entre la demanda y la satisfacción (Bowlby,1995). Ello finaliza con la separación progresiva del psiquismo de ambos integrantes, quedando como remanente intra-psíquico que permanece escindido en el Ello, lo cual se manifiesta en los estadios ulteriores como persistencia entre los deseos de la fusión y la necesidad de desprendimiento que tiene cada ser humano (Abraham & Torok, 1987).

La cantidad de estudios con respecto a vínculos en las etapas posteriores de la vida son considerablemente menos, pero sí existe la idea de que la vinculación afectiva continúa siendo un resultado del comportamiento social y, a su vez, depende de la capacidad de reconocerse los unos con los otros, expresando una tendencia propia del ser humano de permanecer próximo al otro y, en la medida que los sujetos crecen, el vínculo afectivo podría ser entendido como la atracción que un individuo siente por otro individuo claramente diferenciado y preferido (Bowlby, 1995), es decir, ya no debiese existir esa simbiosis precedente y los sujetos deben estar preparados para que la fluidez inmutable entre demanda y satisfacción pueda sufrir algunos quiebres.


Si pensamos los vínculos como una necesidad humana, presente en toda la vida de las personas, surge la inquietud sobre qué sucede con ellos en el lugar donde pasamos la mayor parte de nuestra infancia y juventud, es decir, en la escuela y, especialmente, qué sucede entre los alumnos y los docentes puesto que algunos estudios señalan que, según la perspectiva de los estudiantes, los vínculos más significativos dentro de la escuela son aquellos que se establecen con sus profesores (Arón y Milicic, 1999). Es por esta razón que es trascendente conocer de manera más profunda cómo es y se constituye el vínculo pedagógico.

Surge, entonces, la inquietud sobre el por qué en algunas áreas de las ciencias sociales se ha preguntado y profundizado acerca del vínculo con categorías tales como intersubjetividad, coexistencia, conexión, relación o, simplemente, acerca del estar con otro; mientras que en pedagogía no parece haber similar interés en circunstancias que el vínculo podría/debería ser el centro de las preocupaciones educacionales. Al contrario, ello no ha ocurrido, encontrándonos más bien con una escuela acusada de anti-emocional, una institución que ha privilegiado la racionalidad y el intelecto, centrando su proceso formativo en someter a los alumnos a la voluntad de los docentes, por lo que los estudiantes aprenden a aparentar lo que están pensando y sintiendo, sin considerarse reconocidos, pudiendo esto llevar a la desconexión de sus vínculos con los docentes (Casassus, 2007). Frente a este escenario, parece no ser casual que la pedagogía efectivamente se ha apuntalado en ciertas premisas de la psicología en cuanto al  desarrollo humano y el aprendizaje (Bazán, 2008), reduciendo el aporte de la psicología a las mediciones, los diagnósticos y los tratamientos, alejándose de esta otra vertiente vincular.

Todo lo anterior nos llevaría a pensar la escuela, además de anti-emocional, como un espacio anti-vincular, sin embargo, en la práctica se hallan vínculos favorecedores de relaciones positivas. Además, existe una visión prometedora al respecto cuando se habla del papel de la educación en la formación del logro del bienestar subjetivo para el desarrollo humano, con una base vincular pedagógica. Si bien en nuestro país no se ha planteado lograrlo como un propósito explícito de la educación, se relacionaría con la idea que sí se ha trabajado acerca de que la educación debe ser “integral” (Castillo y Contreras, 2014), holística o comprensiva (Bazán, 2008). Este bienestar subjetivo -del cual se está empezando a dialogar- para que pudiera procurarse tendría que tener a su base un vínculo pedagógico, puesto que cualquier tipo de aprendizaje sucede en/por la participación de una relación emocional entre el profesor y el educando (Casassus, 2007). Se trata de un aprendizaje con miras al pleno desarrollo humano, al desarrollo del hombre y la mujer en sus distintas dimensiones de lo humano. Dicho bienestar subjetivo pudiese ser, quizás, el propósito central del vínculo pedagógico, además tendería al desarrollo humano fundamental para lograr la felicidad del individuo (Naranjo, 2007).


Para llegar a una finalidad como esta -que aspira a la formación para el bienestar subjetivo- es menester desarrollar en la escuela las plenas capacidades de los estudiantes: interesa que se les ofrezcan herramientas para la construcción de sus proyectos de vida, que se les ayude a buscar sentido a sus vidas, que los lleve a estar satisfechos con sus existencias y con la sociedad en la que viven (Castillo y Contreras, 2014). Este gran propósito no es posible sólo a partir de un mero vínculo educativo -que tiene como función el ser civilizador anclado en la concepción de educación como transmisión de la cultura del grupo de una generación a otra (Bazán, 2008), pues, hace falta un vínculo más co-existencial e intersubjetivo, como sólo lo puede dar una intencionalidad pedagógica hermenéutico-crítica.

En otras palabras, si pensamos en el vínculo pedagógico estamos ante un concepto de mayor fertilidad comprensiva toda vez que la pedagogía involucra la noción educativa de transmisión de saberes –de orden adaptativa- pero se ve enriquecida con elementos hermenéutico-críticos propios tales como la reflexión sobre la educación, junto con una  intencionalidad explícita de liberación y de transformación de lo humano. Por lo tanto, fundar el concepto de vínculo pedagógico como un conocimiento propio de la pedagogía, en base a su inherente reflexión y meta-análisis, otorga mejores posibilidades de ser vivido y construido por los mismos actores, entendiendo que tal pedagogía tiene a su base la participación plena de los sujetos y la idea de democracia, de lo cual carecen otras disciplinas más instrumentales y reduccionistas.

A partir de ello, se irán entrelazando dos miradas: las similitudes del trabajo del pedagogo con la labor del psicoanalista -en cuanto al vínculo establecido- y,  por otra parte, los elementos propios de la práctica educativa que, posiblemente si se observan y vivencian bajo un prisma pedagógico, favorecerían que en las relaciones docente-alumno se promueva el desarrollo de dicho vínculo.

Comenzando con que en pedagogía y psicoanálisis no se debería centrar la mirada exclusivamente en la infancia, puesto que son disciplinas que requieren el concepto de sujeto y todo su historial ontogenético. En efecto, el niño nace, pero el sujeto es una co-construcción, por lo tanto, el sujeto es también efecto del lugar dado desde el otro (Aromi, 2008), en este caso desde y con el pedagogo/analista. Dicha construcción del sujeto, en ambos casos, puede ser vivenciada en un acto: “El acto educativo como aquello que produce una transformación en el sujeto” (Aromi, 2008, p 98.), con la conjunta aparición de algo distinto en el estudiante, similar al término de acto en el sicoanálisis que incluye necesariamente a otro que apoye la desestabilización del sujeto.


La pedagogía y el psicoanálisis necesitan un tercero, un mediador entre el sujeto y el saber, que en el campo analítico se llama transferencia, que es el nexo entre el analizante y el analista (Aromi, 2008). La transferencia se da dentro de la relación analítica y genera una “repetición de prototipos infantiles, vivida con un marcado sentimiento de actualidad” (Laplanche &Pontalis, 1996, p. 439), existiendo, así, un desplazamiento del afecto desde una representación a otra, es decir, la substitución de una persona anteriormente conocida y significativa por la del analista. Recordemos que “Freud distingue dos transferencias: una positiva, otra negativa, una transferencia de sentimientos de ternura y otra de sentimientos hostiles” (Laplanche &Pontalis, 1996, p. 440).

Por su parte, la adquisición de conocimientos que hace el alumno del profesor está íntimamente ligada con el tipo de relación transferencial positiva-negativa, la cual reproduce el modo de relación del niño con su padre a la salida del complejo de Edipo, donde hay conjuntamente sentimientos de admiración y hostilidad arcaicos dirigidos al padre que se reactualizan en la transferencia hacia el maestro, por lo tanto, el profesor representa la función paterna, es decir, las normas sociales, el acceso a la humanidad y al orden simbólico (Freud 1914/ 1984).

El vínculo educativo no funciona si no hay transferencia, puesto que esta se basa en una suposición de saber del otro, existe en el estudiante un interés en algún rasgo del educador que para él sea signo de deseo. Por el contrario, la depreciación de su saber afectaría el vínculo educativo (Domínguez, 2008). Aquí podemos vislumbrar que un vínculo pedagógico va más allá que el vínculo educativo cruzado por el saber del otro y por la mera transferencia psicoanalítica donde se reactualizan los vínculos, es más, el vínculo pedagógico tendría a su base la posibilidad de construcción conjunta, no una mera recreación sino la producción de subjetividades en la interacción.

Ambas disciplinas utilizan las palabras para influir en la vida de las personas (Aromi, 2008). Es el mismo padre del psicoanálisis el que señala que las palabras son el instrumento fundamental del tratamiento analítico ya que pueden eliminar fenómenos patológicos (Freud, 1915-1916/ 1984), siendo así las palabras y el lenguaje lo que brinda la posibilidad de que esta disciplina se pueda  constituir como praxis, puesto que renuncia a cualquier otro instrumento, sin embargo, no hay sólo palabras en ese intercambio, también se encuentra el deseo y la libido, pero todo trenzado por el leguaje. Esta sería la misma herramienta que utilizan los profesores para transmitir sus conocimientos a los discípulos, determinando sus juicios y decisiones, constituyendo el medio más importante para la influencia recíproca de los hombres.


La experiencia pedagógica también produce el efecto de cambiar al otro por medio del lenguaje. Así, “Lo que hace que un niño aprenda a leer son las palabras que le dirige su profesor. Esto funciona con palabras a través de palabras” (Aromi, 2008, p.130). Es decir, es por medio del lenguaje con lo cual se media, no solo con los libros, sino con la entonación que le entrega el docente a cada contenido, así también  la forma de mirar a sus alumno es parte de este lenguaje, que lo ocupa muchas veces de forma premeditada –otras no- según lo que se quiera lograr en el proceso.

Si avanzamos más allá del lenguaje y de las palabras, pensando la estructura comunicativa utilizada en pedagogía en cuanto experiencia conversacional e intersubjetiva, ocurre que “El diálogo es el encuentro de los hombres que pronuncian el mundo, donde no puede existir una pronunciación de unos a otros” (Freire 1970, p.107). De este modo, el lenguaje se nos presenta como un medio para compartir experiencias y producir un lugar de encuentro, como una instancia muy propicia para la formación de un vínculo pedagógico y no para la conquista de unos sobre los otros.

En el propio Freire queda claro que el lenguaje es medio y sentido para la emancipación. Dada su relevancia, los profesores deberían ser sensibles y conocedores de la forma en que funciona el lenguaje para “ubicar” a las personas en el mundo y construir activamente la realidad, en vez de simplemente reflejarla, de modo que les correspondería comprender el poderío del lenguaje como constitutivo de sus propias experiencias y de las de sus alumnos (Giroux, 1993). También es posible vislumbrar una diferencia entre un vínculo educativo y uno pedagógico si pensamos en el uso que se le da al lenguaje: “El lenguaje hace más que simplemente presentar “información” de manera recta; en realidad, se lo emplea como la base tanto para “instruir” como para producir subjetividades” (Giroux, 1993, p.41). Un vínculo educativo tendría una finalidad más cercana a entregar información, en cambio un vínculo pedagógico produciría subjetividad y una intersubjetividad de suyo dialogante.


Por consiguiente, legitimizar la subjetividad o la singularidad del alumno sería un factor esencial en el vínculo pedagógico, reconocer que se encuentra inscrito en un contexto, una historia y cultura particular y que, al mismo tiempo, simboliza una superación de esta historia (Meirieu, 1998), es decir, tener expectativas y confianza en el otro. Por el contrario, hacer “como que” confiamos en sus capacidades no tendría significación ni valor. La esperanza es indispensable, nos moviliza y sin ella sería puro determinismo (Freire, 2004) y, por lo tanto, no se estaría legitimizando ni, por ende, vinculando.

Al legitimizar al otro en el vínculo debemos tener en cuenta cuáles son sus deseos, sus conocimientos previos, las preguntas existenciales e interrogantes que le hagan sentido con su proyecto personal (Meirieu, 1998). Para esto se necesita estar disponible, abierto y atento a las situaciones y experiencias que le generen, ya que “sin aceptación y respeto por el otro como un legítimo otro en la convivencia, no hay fenómeno social” (Maturana, 2001, p.19); y mucho menos podría construirse un vínculo pedagógico al controlar continuamente al otro, negarlo, desvalorizar sus conductas y desconfiar.


Por el contrario, la aceptación lleva a la unión del diálogo y el amor, este último como fundamento de lo social y de nuestras interacciones con otros seres humanos (Maturana, 2007), por lo cual el amor no puede estar ajeno a un vínculo pedagógico. En este sentido, Freire (2004) apoya la idea de que el diálogo se fundamenta en un profundo amor a los hombres, así también el amor como compromiso con los seres humanos. Esto, visto desde el psicoanálisis y desde la mirada infantil, permite decir a Freud (1915/1984) que: "El niño no se tarda en comprobar que ser amado es una ventaja a la que se puede y se debe sacrificar muchas otras", por ende, en la escuela se debe ser capaz de tolerar cierto displacer por la renuncia a la satisfacción inmediata, ya que se le ofrece amor a cambio. En este contexto, podría especularse que el amor sería la emoción fundamental en un vínculo pedagógico, que tendría características de colaboración mutua y transversal, sin embargo, ello está empíricamente mermado cuando existe una falsa conexión entre seriedad, neutralidad, docencia y afectividad. No obstante, lo que debiera  existir es una apertura al querer bien de los alumnos (Freire, 2004).

Por otra parte Freud (1914/1984) subraya que ni el educador ni el analista pueden arrogarse el derecho de imponer fines y objetos a las pulsiones del paciente y el educando, proponiendo al educador que se limite solo a favorecer las virtudes propias del alumno, como una educación que tiene en cuenta los deseos del sujeto y cuestiona a aquella que los ignora e impone los propios deseos. Así como también lo esencial que debe realizar el “maestro” es acoger, contener y dar cuenta de lo que provoca al otro, además de conocer  lo que sabe y establecer conexiones adecuadas para posibles reconsideraciones de sus ideas (Meirieu,1998). Es decir, al educador le corresponde valorar las necesidades fundamentales de sus estudiantes y reconocer las emociones, especialmente aquellas insatisfechas para resignificarlas.


Reconocer al otro sólo sería posible dentro una vinculación. En la pedagogía, de hecho, sería a través del diálogo y la reflexión ya señaladas, más concretamente por medio de la apertura a interrogantes humanas esenciales, fundacionales, las cuales enriquezcan al sujeto en cuanto a su pasado, su presente y un estar dispuesto para otras experiencias venideras. Posiblemente, mediar y ahondar en preguntas del tipo: ¿Quién soy?, ¿Qué busco?, ¿Cómo me siento?, ¿De dónde vengo?,  así como también reflexionar sobre las emociones, las relaciones y las conexiones del todo con sus partes. Un vínculo pedagógico permitiría dialogar, reflexionar y problematizar porque existe una confianza en el otro y en sus capacidades.

Por lo tanto, la educación debiese centrarse en la relación entre los sujetos y del sujeto con el mundo, movilizando todo lo posible para que se sostenga en él, apropiándose de las interrogantes de la cultura humana y que se les brinde la posibilidad de construir una respuesta propia (Meirieu, 1998). Es aquí donde las interrogantes vuelven a tener un sentido fundamental en el vínculo, al respecto Aromi (2008) señala que: “no se puede pensar la función educativa sino es bombardeando con preguntas (…) el educador debe ser un cultivador de buenas preguntas” (p. 124); sólo así,  por medio del cuestionamiento, es posible vincularse pedagógicamente con el otro puesto que se aproxima a sus intereses y determina qué es lo que desea recibir del patrimonio cultural y del mundo. En consecuencia, lo que se debe hacer es problematizar a los hombres en su relación con el mundo y es la problematización de los propios temas lo que hace la búsqueda de una temática significativa (Freire, 1970).


De igual modo, el sicoanálisis coloca a la pregunta como el motor central que activa, organiza y desarrolla la vida psíquica, como en el caso de los neuróticos en torno a una pregunta: “¿qué quiere el otro de mí?”, por lo cual aprendemos sobre nuestro deseo mediante la interrogación del deseo del otro, el cual considero significativo (Lacan, 2009). Aquí es donde la pregunta y los deseos propios son también la pregunta y los deseos del otro, sincrónica y diacrónicamente, en un vínculo.

Para acercarnos a un cierre y a una aproximación del significado del concepto de vínculo pedagógico -y es sólo una cercanía puesto que para que sea tal se necesita que el concepto sea público, compartido y dependiente de distintas formas de discurso- es necesario que se negocien las diferencias e interpretaciones de éste (Bruner, 2009), razones por la cual para llegar a un concepto más acabado se necesitará del desarrollo de observaciones de aula y de estudios empíricos dentro de un contexto que se intencionará como participativo, reflexivo y crítico, esto es, propicio para que los estudiantes puedan construir y vivenciar el concepto.


Por el momento, diremos que el vínculo pedagógico es un singular espacio entre un docente y un estudiante, que involucra la transmisión de saberes producto del vínculo educativo, enriquecida con elementos propios de una pedagogía comprensiva, como la reflexión, el diálogo, la problematización y la pertinencia cultural. Por lo tanto, se consigna aquí que para la existencia de un vínculo pedagógico deben coexistir dos actores (estudiante- docente), en un contacto sensible, significativo, amoroso, intencionado, reflexivo, de apertura, de confianza y de esperanza; y legitimización del otro tanto en sus deseos, como en sus intereses y proyectos personales, dentro de un contexto escolar que apoyen y potencie la co-construcción del bienestar subjetivo e intersubjetivo, para el desarrollo humano de ambos.

A modo de epílogo, se señala aquí el planteamiento de que no hay –ni se necesita- una separación del campo de la educación, las disciplinas espirituales y la sicoterapia, ya que todo debe apuntar hacia la existencia de un único proceso de crecimiento-curación-iluminación del sujeto, hombre y mujer, lo que implica hacer esfuerzos precisos e intencionados en evitar y no permitir realizar tal división epistémico-disciplinaria, sobre todo porque el Chile actual sufre una crisis profunda que es una crisis de relaciones (Naranjo 2007), una crisis de los vínculos.

Bibliografía

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