María Francisca Rigollet
Psicopedagoga. Estudios de Magíster en Potenciación de Aprendizajes.
Docente de la UNAB.
Palabras preliminares
En estas líneas pretendo generar una aproximación
teórica que permita un primer esbozo de crítica hacia los procedimientos de
evaluación de carácter comparativo, estandarizados y reduccionistas en el
ámbito educacional. En el desarrollo del texto parto de la premisa de que la
evaluación es un proceso consustancial al ser humano, no como la conciben
algunos profesionales y expertos que comúnmente la utilizan como sinónimo de
medir para constatar o corroborar aquello que se desea saber. Esta concepción
de evaluación y (des) legitimación del otro se evidencia hace años y la podemos
constatar en la conocida frase latina res non verba, que alude a que se
puede evaluar sólo a través de los hechos, no las palabras, por tanto se suprime
toda intención, emoción, subjetividad e intersubjetividad en la validación de
un acontecimiento, hecho, fenómeno o situación. Esta segunda concepción es la
que urge develar y reducir, pues, se instrumentaliza un proceso dentro de
sospechosas intenciones de control y sometimiento.
Lo que
entendemos por evaluación está permeado por la cultura
Somos en nuestra
cultura occidental herederos de una filosofía dogmática, empirista,
racionalista y fragmentaria, que nos hace transmutar todo lo que sentimos,
percibimos, intuimos o soñamos, a una cosa a ser medida, cuantificada,
mensurada. No importa el valor del ser humano, sino lo que tiene, lo que posee,
para poner en la balanza de la categorización. Así, un proceso necesario en la
viabilidad y desarrollo humano como lo es la evaluación se ha ido reduciendo a
una medida, un dato, un número para discriminar y luego categorizar en el
binomio mejor/peor del ser humano. Luego, con la masificación de la educación
institucional, esta tarea se ha ido perfeccionando por el mismo sistema para
medir rendimientos hasta llegar a clasificar a estudiantes en primera y segunda
categoría.
En nuestra sociedad se
tiende a permanecer y privilegiar lo cuantitativo y observable. Esto lo podemos
constatar en la definición que plantea la Real Academia de la Lengua Española en su 22ª edición (2001), para referirse al
concepto de evaluar. Dice:
1.
Señalar el valor de algo.
2.
Estimar, apreciar, calcular el valor de algo (Evaluó los daños de la inundación en varios millones).
3.
Estimar los conocimientos, aptitudes y rendimiento
de los alumnos.
En estas
significaciones podemos observar que evaluar tiene y mantiene una connotación de carácter eminentemente cuantitativo;
sobreponiéndose el positivismo ante el constructivismo, cuya finalidad moderna es
predecir y cuantificar los sucesos naturales y humanos, entre otros. Evaluar
para muchos es sencillamente medir, un reduccionismo en todas sus líneas, como
si fuese la única forma de validar lo que se sabe, sin importar el cómo ni el
por qué sino que solamente interesa el cuánto.
Sabemos que, desde un
punto de vista epistemológico alternativo o contra-hegemónico, el ser humano no
es pleno ni valorado auténticamente cuando sólo se le observa ni cuando sólo se
le mide; que la objetividad no existe sino como una construcción social y que, por lo tanto, es modificable,
flexible, plástica, situada. En esta dimensión comprensiva, la evaluación
también sería una construcción social y, en consecuencia, también
intersubjetiva, cultural, contextodependiente. Así, como lo señala Miguel Ángel
Santos Guerra (1993), la evaluación es un constructo democrático en el cual el
evaluador no abusa del poder que tiene sobre los otros, pues no lo tiene, ya
que es un proceso de co-construcción donde prima el diálogo en la mutua
negociación y comprensión, es decir, la evaluación debería estar al servicio de
los evaluados.
El aprendizaje y la evaluación: indisociables procesos educativos.
Nuestras prácticas, entiéndanse éstas como acciones
que realizamos cotidianamente, son
sucesos inherentes/coherentes con nuestras construcciones y comprensiones sobre
la vida, sobre nuestra sociedad o nuestro mundo.
Estas prácticas reflejan inevitablemente nuestra
epistemología, que se levanta sobre determinadas plataformas paradigmáticas. Si
yo formo a un niño diciéndole qué es lo que tiene que hacer, cómo lo tiene que
hacer, cuándo lo tiene que hacer, por qué lo tiene que hacer y para qué lo
tiene que hacer, estoy demostrando que ese niño no puede reflexionar sobre sus
propios qué, cómo, cuándo, por qué y para qué. Se puede interpretar, entonces, que
existe una explicación dominante de la persona como ser pasivo que no puede ni
merece construir sus propias interpretaciones y/o juicios sobre el mundo; siendo
verdadero también que -más allá de la importancia atribuida al niño o la niña -
se concibe al ser humano desde teorías conductistas-objetivistas, que la
política escolar debe ser autoritaria, que la vida familiar debe ser reguladora
o que la escuela debe ser reproductora de aquellos valores centrales de la
modernidad y el capitalismo. Es decir, nuestras acciones nos delatan y en ellas
subyacen nuestras concepciones y un sinnúmero de conceptos y creencias relacionadas.
Como sabemos, el campo de la pedagogía tiene ciencias
auxiliares que le colaboran con ciertos aportes para una comprensión más allá de
su singularidad y de sus intereses. Entre ellas, sociología, antropología,
biología, economía, etc. De estas ciencias de la educación, la psicología ha
hecho muchos aportes, a tal punto que se ha tendido a psicologizar la pedagogía
y la concepción de aprendizaje ha sido comprendida fuertemente por el paradigma
dominante de la psicología en un contexto sociocultural determinado, dejando en
segundo plano otras ciencias auxiliares que pueden aportar a la compleja
comprensión del ser humano y la educación, encerrando y ensimismando así a la
pedagogía en un paradigma psicologista. Hasta ahora la pedagogía –en su
pretensión de hacerse cargo de la educación- no ha podido “asumir que junto a
una relativamente fértil contribución de la psicología es necesaria una potente
y complementaria mirada de la sociología y de la antropología que den cuenta de
la naturaleza pluridimensional del hecho pedagógico” (Bazán, 2008). De esta forma,
sigue pendiente aceptar socialmente que la base de las proposiciones
explicativas del aprendizaje y la educación se fundamenta en los diversos estudios
de estas ciencias y, por tanto, no se puede desprender de todas y de ninguna de
ellas.
Recordemos que, en un inicio, la psicología adoptó
los ideales de la ciencia objetiva expresados a través del conductismo: “Las
teorías estímulo-respuesta del aprendizaje soñaban con crear una psicología que
desechara todo lo que oliera a “mental”. Estas teorías, impecables pero
periféricas, no podían perdurar” (Gardner, 1987), pues, anulaban al ser humano
y su capacidad mental de construir, aportar, crear e interpretar. Por tanto, el
aprendizaje al ser influenciado/hegemonizado por el paradigma dominante de la
psicología, era concebido como la simple absorción de conocimientos y, por
consecuencia, la evaluación representaba la simple mesura o constatación de la apropiación
del contenido por parte del estudiante.
La
comprensión del aprendizaje como absorción de conocimientos no fue la única
forma de explicar la cognición. Para Vygotsky, el papel de la psicología no
puede ser concebido como el estudio de conductas observables. El comportamiento
humano parece ser bastante más complejo de lo que explican las teorías
fisiológicas. El ser humano, se ha señalado, no puede comprenderse de manera
aislada de su cultura, su contexto y sus experiencias. En el ser humano el
aprendizaje se co-construye, se construye con otros y, a la vez, formamos parte
del aprendizaje de terceros en una acción de permanente recursividad e intersubjetividad.
Sin embargo, esta
nueva concepción del aprendizaje como construcción social –que, a la vez, es
propia y única para cada ser humano- ya existía en Pestalozzi, quien
argumentaba con firmeza que toda enseñanza
del hombre no es sino el arte de tender la mano a esa tendencia natural hacia
su propio desarrollo, que ese arte reposa esencialmente en los medios de poner
en relación y en armonía las impresiones que han de grabarse en el niño en la
graduación precisa del desarrollo de sus fuerzas (Pestalozzi, 1801). En esto se
reconoce al aprendiz como sujeto en el mundo, dueño de su historia y
protagonista de un futuro. Se respeta al otro y se legitima su derecho de
desarrollar aquella tendencia natural que le es propia, estando claro que no se
debe/puede moldear al gusto de un tercero. Por tanto, en esta comprensión de
los procesos de enseñanza y aprendizaje se representa la co-construcción del
conocimiento a la que se hace referencia; representa al ser humano desde sus
experiencias y en relación con el otro. Desde este punto de vista, la enseñanza
no es la reproducción y transmisión de conocimientos y, por tanto, la
evaluación no debe entenderse bajo un paradigma positivista sino más bien desde
uno de orden comprensivita, debiendo argumentarse y valorarse a partir de la
subjetividad de las personas, desde el contexto, desde la cualidad del ser.
Como se ha expuesto anteriormente, el aprendizaje es
consecuencia de la historia de un ser humano, de su pasado social, de lo emocional,
ético, genético, cultural; de modo tan multidimensional que no se puede plasmar
por escrito. De esta manera, “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear
las posibilidades para su propia producción o construcción” (Freire, 1996,
p.74). Quien enseña críticamente tiene una intención y una epistemología
definida; promueve en el otro la posibilidad de crear su propio conocimiento ya
que es así como se fundamenta el aprendizaje, por lo tanto, cuando se evalúa se
respetan las diferencias cualitativas entre la evaluación de uno y otro
individuo; éstas no se descontextualizan del sujeto, sino que son inherentes a
él.
Como plantea Santos Guerra (2003, p. 69): “La
evaluación es un fenómeno que permite poner sobre el tapete todas nuestras
concepciones. Más que un proceso de naturaleza técnica y aséptica es una
actividad penetrada de dimensiones psicológicas, políticas y morales. Por el
modo de practicar la evaluación podríamos llegar a las concepciones que tiene
el profesional que la practica sobre la sociedad, las instituciones de
enseñanza, el aprendizaje y la comunicación interpersonal”. Por ende, la
evaluación no es en vano ni banal, la evaluación debe reflejar el más profundo
pensamiento y la mejor epistemología pedagógica. La evaluación educativa refleja
las concepciones que se tienen sobre el ser humano, la sociedad, las
organizaciones políticas y la comprensión de sí mismo como sujeto
sujeto-en-el-mundo y no del sujeto-objeto-en-el-mundo.
Rol de las políticas públicas en la praxis evaluativa
Si bien la evaluación es un proceso que se lleva a
cabo en diversos contextos, comúnmente es asociado al aula, pues, durante el
proceso de co-construcción del aprendizaje los alumnos son sometidos a
evaluaciones periódicas y de manera sistemática en todas sus asignaturas. Por
lo tanto, es el campo en que mayormente se expone a individuos a evaluaciones
formales, en la cual subyace la idea de querer tener un control absoluto sobre
la cantidad de aprendizajes acumulados. Se habla de cantidad porque las
políticas educativas implementadas en nuestro país promueven instancias de
aprendizaje estáticas y cuantificadoras, siendo un referente de esto el sistema
de medición SIMCE, utilizado en nuestro país hace ya varios años. Esta
evaluación no se puede descontextualizar del proceso educativo y evaluativo que
se concreta en las aulas, pues, ambos están orientados a satisfacer las necesidades,
modalidades e indicadores preestablecidos por dicho sistema.
Sabemos que, en este
contexto, “La misión del Ministerio de Educación
es asegurar un sistema educativo equitativo y de calidad que contribuya a la formación
integral y permanente de las personas y al desarrollo del país, mediante la formulación e implementación de políticas, normas y regulación sectorial” (MINEDUC 2013). De esta manera, el Ministerio ha creado un Sistema
de Aseguramiento de la Calidad de Educación Escolar que -como dice su nombre-
tiene por objetivo asegurar calidad educativa en igualdad de condiciones para
todos los niños y niñas en edad escolar. A partir de lo anterior, surge la
Agencia de Calidad de la Educación que cumple un rol fundamental en este
proceso puesto que su labor es de evaluar y orientar los logros del sistema
educativo para que éste propenda al mejoramiento y, así,
se acceda a la calidad educativa. Entonces,
“Su
principal propósito consiste en contribuir al mejoramiento de la calidad y
equidad de la educación, informando sobre los logros de aprendizaje de los
estudiantes en diferentes áreas de aprendizaje del currículo
nacional, y relacionándolos con el contexto escolar y social en el que estos
aprenden” (Agencia
de la Calidad de la Educación, Gobierno de Chile, 2013).
La metodología que utiliza este
sistema se basa en cuatro focos centrales. El primero, evaluar los logros de
aprendizaje alcanzados por los alumnos en todas las escuelas y colegios de
Chile. Para realizar esta medición utiliza las pruebas estandarizadas SIMCE; es
decir, instrumentaliza el aprendizaje utilizando criterios de evaluación estáticos
y descontextualizados de los aprendizajes construidos en el aula, por tanto,
homogeniza el aprendizaje. Segundo, ordena los establecimientos de acuerdo a
criterios de logro de los aprendizajes y nivel de vulnerabilidad de sus
alumnos, es decir, los segrega de acuerdo a niveles de desempeño establecidos
por la evaluación, lo que limita la existencia y legitimidad del individuo a
simples estándares de aprendizaje. Tercero, evalúa y orienta a las instituciones
educativas junto a sus directores y sostenedores, a través de sus Planes de
Mejora Educativa, los cuales tienen como una de las principales metas mejorar
los estándares de aprendizaje evaluados en el SIMCE; es decir, entra en un
círculo vicioso de enseñanza y evaluación descontextualizada que reduce o
significa el aprendizaje escolar a indicadores de logro de
áreas instrumentales y/o asignaturas. Estos indicadores de logro se basan en el currículum vigente y se denominan
“Estándares de Aprendizaje”, los que describen lo que los estudiantes deben
saber en estas evaluaciones.
Recientemente, el SIMCE ha ampliado su cobertura
para poder monitorear y “ofrecer mayor calidad educativa”. El año 2012, se
incorporó la evaluación en 2º básico y el año 2013 se comenzó a evaluar 6º año,
evaluando, así, a alumnos de 2º, 4º, 6º, 8º básico y II año de enseñanza media
sistemáticamente cada año. Por lo tanto, el buen puntaje que los alumnos
obtengan en estas pruebas será muy relevante, puesto que para esta entidad
-MINEDUC- ello indica que los alumnos han comprendido significativamente los
objetivos planeados por el currículo del Ministerio de Educación, dando cuenta
así del nivel de calidad educativa que puede ofrecer cada establecimiento a
nuestros niños, niñas y jóvenes de Chile.
Lamentablemente, tenemos que cuestionar esta postura
educativa oficial, dado que este sistema de medición evaluativa no se puede
descontextualizar de los procesos evaluativos llevados a cabo en nuestro país,
puesto que -como se mencionó anteriormente- el sistema educativo se adhiere a
esta metodología de evaluación con el fin de obtener una categoría de desempeño
bien valorada, pues, la calidad educativa y el prestigio como institución se mide
de acuerdo a esos puntajes obtenidos.
Por otra parte, a nivel nacional y gubernamental se
avala un modelo de educación y de evaluación centrado en el producto, por lo
tanto, subyace la idea de que estas entidades -que suponen ser confiables- son
expertas, o dicho de otro modo, son modelos a seguir. Es decir, se fundamenta
en la evaluación como un producto estático donde los procesos de enseñanza y
aprendizaje co-construidos en el aula son irrelevantes, pues, no se interroga
por metodologías empleadas, por el vínculo afectivo, por el contexto social y
cultural ni por el potencial del alumno. En otras palabras, la política pública
suele dejar de lado muchas dimensiones aportadas por una pedagogía crítica,
comprensivista y transformadora.
Al contrario, el tipo de evaluaciones promocionadas
por el sistema educativo son configuradas a partir de un concepto centrado en el
control minucioso de la mente y el aprendizaje de los individuos. No se
considera la multidimensionalidad del ser humano, en los hechos lo limita, lo
fragmenta y lo reduce puesto que la evaluación sólo se centra en ciertos criterios
o indicadores de habilidades cognitivas. Entonces, ¿qué sucede con las
desviaciones que no se preestablecen en las rubricas de evaluación?, ¿qué pasa
con la totalidad indivisible de cada sujeto?, ¿qué otras áreas de importancia
en el desarrollo humano, no son consideradas o se dejan de ver?
Breve
corolario…
Parece claro y razonable –al mirar de lejos la
política y la práctica educativa- la necesidad de distanciarse de referentes de
aprendizaje que priorizan la exteriorización de un saber que ha sido estático
en el tiempo o la acumulación de conocimientos que le ofrece un tercero y que
el alumno ha interiorizado a través de la memorización.
La evaluación debe ser abordada como un proceso que,
en cuanto tal, debe dar cuenta de cómo se ha construido el aprendizaje y el
potencial de éste, en vez de dar cuenta de la cantidad de aprendizaje que se
monitorea desde afuera por un ser externo (y a veces extraño), así, “la
evaluación educativa es un fenómeno habitualmente circunscrito al aula,
referido a los alumnos y limitado al control de los conocimientos adquiridos”
(Santos, 1993, p.23).
Gran desafío nos plantea la evaluación cuando se le
concibe desde una epistemología reduccionista y fragmentaria y se le
sobrevalora desde una racionalidad instrumental y tecnocrática. El ser humano
es mucho más humano, más pleno, más emancipado, cuando se le concibe desde una
mirada coexistencial, sistémica y holística. Tal vez el mayor desafío sea
pensar y operar en y desde una evaluación verdaderamente auténtica,
significativa y personalizada; es decir, dejar de reproducir evaluaciones
psicométricas para desplazar el centro de la atención a la tarea de generar
dispositivos y procedimientos consecuentes con una evaluación auténticamente edumétrica,
esto es, de tono constructivista y crítico.
Referencias
1.
Academia Española 22ª edición, (2001). On line. Disponible
en: http://lema.rae.es/drae/?val=evaluación
2. Bazán, D. (2008). El oficio del pedagogo. Rosario:
Homosapiens.
3.
Freire. P (1996). Pedagogía
del oprimido. México: Editorial siglo XXI.
4. Gardner, H. (1985). The Mind's New Science: A history of the cognitive
revolution. New York:
Basic Books. Edición en español, (1987). La Nueva Ciencia de la Mente. Barcelona: Ed.
Paidós.
5.
Santos, M.A. (1993). La evaluación: un proceso de diálogo, comprensión y mejora. Investigación
en la Escuela, N° 20, Universidad de Málaga.
6.
Santos, M.A. (2003). “Dime cómo evalúas y te diré
qué tipo de profesional eres”. Revista
Enfoques Educacionales,
(1): 6091 - 8105, 2003.
7.
Pestalozzi, J. (1889). Cómo Gertrudis enseña a sus hijos. Veracruz: Coatepec.
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