Patricio Alarcón
Carvacho
Doctor en Educación. Académico de la Universidad
Academia de Humanismo Cristiano
“Tengo la lengua
larga/Podría ser libélula o lagartija/ Tengo los ojos de almendra/ tal vez salí
de un nogal/ Mis manos son
pequeñas/ podría ser un niño/ Creían que todos éramos gorditos/ podría ser un
globo/ Y nadie le apunto/ Sólo tengo Síndrome de Down“
María Luisa Chávez
(Educadora Diferencial y estudiante de la
Carrera Salud Integrativa, UPV.)
0.
Motivos para un pensar a esos otros
Un intento de
mirar el Síndrome de Down (SDD), desde una perspectiva integrativa y
coexistencial, trae a la mente muchos temas y matices, surgidos de la experiencia
teórica y vivencial. En este sentir, sólo a modo de semilla, para continuar
sembrando esta reflexión y búsqueda de la apertura a un paradigma más parecido
a como es la realidad, se desarrollan brevemente los siguientes tópicos.
1.
Menos comparación negadora del otro y más validación potenciadora del ser
Las
investigaciones caminan en dirección opuesta al hombre, mientras más explicamos
la realidad más nos alejamos de ella, cuanto más intentamos comprenderla por
esta vía metodológica más desconocida e incomprensible se torna.
La descripción
de algunos o alguna dimensión de esos algunos, como un conjunto de síntomas,
como una persona en falta, enferma o imperfecta, es producto de un tipo de lenguaje
que tiene una vestimenta predeterminada por una macro estructura creada para
controlar e influir, esta dominación e influencia ejercida sobre nuestro modo
de pensar, somete y determina nuestra semántica lingüística. Algunos de estos
recursos de dominación epistemológica son: el prejuicio, que es una especie de
economía mental, que opera reduciendo el todo
a una de sus pseudo-partes; otro modo
de control gnoseológico es el recurso de agrupar la realidad de acuerdo a
estándares de normalidad, impuesto según la conveniencia de moda.
La explicación
de la realidad y el afán sobre-legitimado de hacerlo, es la “realidad” establecida y homogenizada por los
sistemas de poder. Es de esta pseudo-realidad o espesor del mundo, del que se requiere librarse para verse a sí
mismo y a los otros. A más explicaciones más espesor, a más explicación del otro más distancia entre el yo y el
tú.
Se requiere
reducir las explicaciones que nos alejan de los otros; y cambiar o a lo menos
complementar tanto pensar; con más caricias, más abrazos, más sonrisas y más
miradas. Más ser quien se es para que el otro pueda ser quien es.
No deja de ser
curioso que lo que se requiere para ver y acercarse al otro, son las
competencias propias de un niño o niña con SDD. Parecen ser portadores de la
llave que abre la puerta a la existencia del otro. Saben hacer visible lo
invisible, sin ningún debería, fue o
será. En como un gesto validador que facilita que todos los seres del planeta
sean creados al existir. Es como tener entre nosotros, ciertos co-habitantes
que desean enseñarnos a ser “dioses” creadores de los otros.
Se necesitan más
"con" y menos "sin": Menos sín-dromes reductivos y
negadores del ser e identidad de los prójimos y más cón-dromes, videntes de las potencialidades, virtudes y sentidos de
los otros. Ya no es necesario seguir repartiendo etiquetas y de poner a los
niños y niñas en estantes diferentes, según lo dicta la taxonomía de moda, con
el pretexto de comprenderlos mejor. Un niño o una niña no necesitan ser comprendido
en su etiología, o en su neuropsicobiología, sólo necesitan ser vistos y
acariciados. Menos pensados y más sentidos.
2.
Menos mapa y más territorio
Nuestra herencia
y condena epistemológica es el hábito de sobre racionalizar, de operar en la
vida como si hubiera una equivalencia ontológica entre la representación mental
o semántica de la realidad y la realidad política o “sin paréntesis” que esta
representa.
En lo emocional también
se suele vivir estos dos dominios como equivalentes, por ejemplo, se puede
experimentar como semejante, pensar en alguien que estar con alguien, chatear
con otro que conversar con otro, estar con la descripción o mapeo del otro (que no es el otro), que estar con el ser o territorio del otro (que es el otro).
El camino
explicativo del otro nos puede ocupar la vida, podemos pasar mucho del tiempo
de estar con un prójimo, construyendo un mapa de él, intentando que sea lo más símil
a la realidad para lograr conocerlo mejor cada día. La paradoja es que mientras
más se intenta conocer y acercarse a ese otro desde la óptica de la ”ontología
del explicar”, menos se le conoce y más se aleja, dado que el sólo existe, como
si fuera otra habitación, en el dominio político, habitación a la se puede
acceder, sólo con los lentes de la “ontología hermenéutica”.
El desafío o la
dificultad para entrar a esa habitación contigua, donde un niño o niña con SDD “es”,
es aún mayor, sobre todo cuando se tiene un mapa que se perfecciona
inclaudicablemente, generado desde una necesidad que brota principalmente de
esta supra-mente, a la que se le atribuye el poder creador de todo lo que
existe. ¿No serán los niños y niñas con SDD, las puertas abiertas o las manos
que invitan a cruzar desde la habitación del no ser a la habitación del ser,
desde el dominio de la inexistencia al dominio de la existencia?
3.
Incorporemos el universo al encuentro
Es muy distinto
ver en un hijo, sólo al propio, que ver en su mirada a todos los hijos
existentes y existidos. El desarrollo de una mirada transpersonal, permite ver
en el otro a todos los otros y todo lo otro. Es muy posible que una de las
miradas más conectoras con la totalidad, la mejor ventana a la trascendencia, esté
en los ojos de un niño o niña con Síndrome de Down.
Sólo cuando en
los ojos de un niño se ven todos los niños se ha visto a ese niño, existe una
simultaneidad hologramática, que hace
posible ver el todo a partir de una de sus partes y la parte a partir de ver el
todo. Al parecer hay seres parte-todo,
facilitadores del unitas múltiples. Seres
que desde su mismidad nos facilitan el encuentro con la otredad. ¿Habrá algo
más parecido a esos seres que un niño o una niña con SDD?
4.
Aprovechemos a los traductores de la belleza de Dios
La conexión con
el todo incluye la belleza, no cualquiera, la trascendente, la genuinamente
estética. Es tan artista el que crea como el que recrea lo bello. Pocas
personas sienten, resuenan y recrean lo bello como los niños y niñas con SDD.
Por alguna misteriosa razón tienen vía libre a la belleza trascendental, tienen
la capacidad de conectarse directamente con el goce de lo estético pleno.
Entonces, reguémoslos de poesía, de música, de teatro, de pintura, para que florezcan
en sus ramas todas las expresiones y recepciones artísticas como un todo.
También esta supra capacidad de los niños y niñas con SDD, es una reiteración
de su aporte coexistencial en dirección a la trascendencia, con la distinción
diferenciadora, de que es una invitación con los pies en la tierra, en la
perspectiva de la psicosíntesis de Assagioli, un acceso a la azotea del
edificio, habitando el subterráneo y cada uno de los pisos intermedios.
No es extraño
que muchos artistas consagrados se hayan inspirado en el arte infantil o
primitivo. Como ha ocurrido con movimientos pictóricos como los conocidos naif, cubista, fauvista u onirista o con la variada música moderna que ha tenido
su origen en los ritmos y sonidos originarios de África. Es como si en esas
edades tempranas de la vida y de la historia, más próximas al naturalismo y la
pre-cultura, el alma se conectara directamente con la belleza y con la unidad y
armonía que le son inherentes.
5.
No olvidar al niño interior holístico, libre y sabio
La naturaleza
sabia se encarga de mantener a los niños y niñas con SDD, lo más posible en
estado de niñez y con ellos la prolongación de su estado de seres existentes.
En esta condición conservan la capacidad de interactuar con los otros, como
holo-seres y pueden dar holo-abrazos,
holo-besos, holo-sonrisas... Enteros en cada una de sus partes y dimensiones.
También sus
emociones surgen diáfanas y directas de su vertiente natural, sin ninguna
brizna de pensamiento que las modifique o las confunda.
No se pierden en
la inexistencia del pasado y del futuro, existen plenos y completos donde son,
su presencia es plena y consciente en el aquí y el ahora. Sus verdaderas
dificultades están en su incapacidad de negarse a sí y de negar al otro, de
dejar de ser o de rechazar la intimidad en la coexistencia.
Un atajo para
encontrarse más rápido con ellos, es precisamente, reencontrarse y liberar al
niño interior y volver a ser como niño, entonces se desplegará ante nosotros la
existencia perfecta y completa de él o ella y los puentes del co-sentir, del
co-amar y del coexistir estarán abiertos y unidos para el nosotros.
Cuando se está y
se coexiste con cualquier otro, incluido uno con SDD, como lo hacen los mejores
maestros que son los niños, se experimenta el gozo óntico de estar con la mejor
persona y en el mejor momento de la vida.
6.
Liberémonos para poder “ver” y “amar”
Una madre cuando
su hijo con SDD ya había cumplido 25 años, después de fundar y liderar una
asociación pro protección de niños(as) y jóvenes con dicho síndrome, en un
taller de desarrollo espiritual, pudo por primera vez expresar el dolor y
contradicción que la dominaba por años, en un llanto desgarrador, confesó que
aún no podía superar el impulso de hacer algo para que su hijo no existiera. ¿Qué
esclavitud no le permitía mirar y ver a su hijo y en ese acto simultáneo e
inherente, amarlo?
Algunas
posibilidades esclavizantes, generadoras de esta “ceguera de ver al otro”
pueden ser:
(a) El mito familiar. La escuela sistémica
de Milán señala que las familias tienen un contexto predeterminado para la
venida de un nuevo integrante, antes de llegar se le ha definido como va a
“ser”, cualquiera sea su forma ontológica asumirá la que el sistema familiar le
ha preparado. En ocasiones, la vida juega en contra de esa intención pre
determinista y envía seres resistentes o rupturistas a ese mito o forma
ontológica predefinida y, por más que se intente, ellos se resisten a perder su
libertad de ser y de ejercer la existencia que le es propia.
(b) La imposición estética y ética que
establece el sistema del control e influencia social sobre lo que es “bello” y
“bueno” para ser, tener y saber. Constituye lo obligatorio para entrar al
“reino de los cielos” de la vida moderna: de la inmediatez, del consumo y de la
inexistencia, sustentada en la negación de sí y del otro. Que la vida haga
entrar a la propia familia, a un ser opuesto a los estándares impuestos, a un
pre-condenado a la exclusión social es, sin duda, una prueba máxima. Es como
intentar colocar una pieza dentro de un rompecabezas equivocado ¿cambiamos el
rompecabezas, la pieza o a ambos?
(c) Liberarse de los debería ser que habitan como creencias construidas y aceptadas
en nuestra cabeza, alimentados por las comparaciones de lo “real” con lo
“ideal” o estándares de “normalidad” o “perfección” y, sobre todo, por lo que el
teórico sistémico de la comunicación humana Paul Watzlawick denomina: “el arte
de amargarse la vida”.
7.
El otro camino
En definitiva, cada
uno de estos seres naturales, con una condición e identidad exclusiva y
necesaria, son la nota exacta y única, requerida para completar la
"sinfonía de la vida", de la cual todos somos parte. Es por ello que la
exclusión de sólo uno de ellos, nos incompleta a todos.
Sin embargo, el
camino más transitado ha sido la exclusión y las negaciones, en sus muchas
formas, como por ejemplo la "divinización", que es sólo un modo de
evitación de ver al otro, especialmente en una dimensión de realidad que cuesta
aceptar. Otra versión que tiene el mismo fin es la "normalización",
igualarlo a aquellos socialmente más aceptados, otro modo más de negar su ser
para imponerle a asemejarlo a otro. También el apego generador de dependencia e
inseguridad con muchas de sus variantes, producto de la descripción de su
condición humana como inferior, vulnerable o enferma.
Lo más opuesto a
su razón de estar en el mundo, es recluirlos en un ghetto de "semejantes", sea este un taller protegido, una escuela
agrícola o una ciudad, finalmente es quitarle el sentido de su presencia entre
nosotros.
Comprender dicho
sentido y operar en consecuencia es el otro camino. La invitación es a coexistir
con ellos en la plenitud de su aquí y su
ahora, aceptando los regalos transformacionales que nos ofrecen. Como por ejemplo, el cambio
paradigmático que nos invita a salir de la "cárcel"
psicosociocultural en que nuestros valores, satisfactores de necesidades y
proyectos de vida se encuentran condenados. Estos liberadores, no claudican en
su esfuerzo de que hagamos la tarea, de aceptar aquello que se nos enseñó a
rechazar, de validar aquello que se nos enseñó a negar, de incluir aquello que
se nos enseñó a excluir, de integrar aquello
que se nos enseñó a fragmentar, de dudar de aquello que se nos impuso como
certidumbre, de ver lo que se nos ha invisibilizado.
El otro camino, como ya se ha señalado nos
invita a ver a esos otros como nuestros espejos; para reencontrarnos cada día con
nuestro niño interior, para que no olvidemos existir y abrazar con todo el ser,
a coexistir y sonreír en el aquí y el
ahora, a sentir las emociones, a enamorarnos de la vida y gozarla
convirtiendo cada instante en un momento
único y perfecto.
Ese otro camino,
nos abre las puertas a la trascendencia (a la azotea del edificio) de modo simultáneo
que nos invita a tener siempre presente la realidad humana originaria en sus
raíces ontogenéticas y filogenéticas (subterráneo del edificio). Este otro camino
es aprender a integrar el ser del otro y el propio en cada una de sus
dimensiones temporales, evolutivas, socio-bio-efectivas y espirituales. A
pensar, sentir y vivir como un todo con el todo.
Ese otro camino
es aceptar nuestra condición humana, nutriendo con especial énfasis nuestra
libertad, nuestra capacidad de amar la vida, a nosotros y la projimidad. Ahí
están los maestros al alcance de nuestras manos, de nuestros corazones y de
nuestras almas, podemos huir de ellos o alejarnos de nosotros y volver a
encadenarnos en las sombras de la
caverna, o bien aceptarlos, aceptarnos y salir liberados a la
"luz" de la felicidad.
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