Miguel Alberto González González
Docente e Investigador de la Universidad de Manizales, Colombia.
Licenciado en Filosofía y Letras. Magíster en Educación
y Doctor en Ciencias de la Educación.
1. La paradoja de la
prosperidad.
La
prosperidad hace amigos, la adversidad los prueba.
Anónimo.
Sin acudir a refinamientos poéticos, la amistad
es un portillo, una ventana que se abre en el ser para permitir la llegada del
otro. La amistad no puede ser un instrumento para medir, será una posibilidad
de otorgarse, pero jamás de equipararse. Cercar las lógicas donde la amistad es
para la prosperidad es interrogar los comportamientos que se aprendieron para
desheredar al otro cuando no nos presta algún servicio, cuando deja de ser
útil.
El tema ha sido tratado por diversos pensadores
en todas las épocas. Al respecto, dijo (Emerson 1963, 191): “Me he despertado
esta mañana con una devota acción de gracias para mis amigos, los antiguos y
los recientes”. Así, es probable que
debamos despertarnos un tanto agradecidos con aquellos que no son
amigos, pues también, contribuyen, y de qué manera, a forjarnos. Ahora bien, la
misma persona que amanece en amistad, no siempre es la misma del atardecer,
esto porque variamos o modificamos nuestras relaciones. Los estados de ánimo
alteran las cercanías o lejanías, pero los estados de ánimo no pueden aceptar
el darwinismo social en la amistad.
En su justo tremor, la amistad es como el arco
iris, en muchas tonalidades, atrayente como el que más, pero con el riesgo que
al primer movimiento o palpitación desaparezca, esa es su paradoja. En los
horizontes humanos, la amistad preguntará por el otro en sus deficiencias y en
sus grandezas, pero también indagará por mis cielos e infiernos, por las
geometrías, por las simetrías y asimetrías del exceso de presencia o exceso de
carencia.
a) El origen.
El cómo nació la
amistad entre los seres humanos aún no es claro, faltan mayores y mejores
indagaciones para aclararlo, pero la caza, el clima, el peligro, los rituales,
el comercio, el amor, el sexo, la procreación, los juegos, las religiones, las
guerras, las mascotas y la música es probable que hayan acelerado las
necesidades de cercanía entre personas y grupos raciales, luego, las
instituciones, que todo lo añoran controlar, forzaron las relaciones que se
regularon con normas.
El término amistad
surge del latín amicitas que indica
afecto personal que es puro y
desinteresado, que es compartido con otra persona, que nace y se fortalece con
el trato, con ese estar en con-tacto. En tal sentido, amigo se origina del
latín amicus, quien profesa la
amistad. Siendo un tanto literario, la expresión amigo podría ser a=sin,
ego=yo; es decir, sin egoísmo. Amigo es alguien que dándose al otro deja
de tener ego, de perderse en sí para encontrarse en lo alter.
La amistad involucra una serie de principios
vitales como honestidad, lealtad, sinceridad, respeto, confianza, amor,
compañía, libertad, transparencia, trascendencia, auto-re-conocimiento,
paciencia y capacidad de entrega. En efecto, la amistad es un proceso elíptico
que se contrapone a las lógicas de la soledad o de la desolación que,
reconociendo las patologías sociales e individuales, permite al sujeto
encontrarse con el otro en unos umbrales de esperanza.
No es para desconocer cuando Saramago (2006,
237) expone “Las palabras también tienen su jerarquía, su protocolo, sus títulos
de nobleza, sus estigmas plebeyos”. Con seguridad la amistad ostenta esa misma
clasificación o taxonomía; por tal motivo, cuando se jerarquiza, se le adjudica
un protocolo, se le adjuntan títulos de nobleza o cuando o pasa de sangre azul
a plebeya, la amistad se ha desviado.
En los Diálogos, Platón, en el texto Lisis o de la amistad, hace una
discusión de la conveniencia de la amistad, resaltando que cuando dos personas
son amigas es porque existe alguna conveniencia. Insiste que un amigo es útil y
negarlo es un absurdo. Destaca que lo injusto se hace amigo de lo injusto, de
la misma manera que lo bueno se hace amigo de lo bueno. Pondera la dignidad,
donde la amistad se debe pagar con amistad. Sócrates y los asistentes discuten
sobre el valor de la amistad, de si es posible ser amigo de lo bueno y de lo
malo a la vez, qué si lo conveniente y lo bueno son la misma cosa. Se preguntan
por lo conveniente o bueno de una amistad. Dentro de la larga disputa llegan a
concluir que no han podido descubrir lo que es ser un buen amigo; extraño no
sería que veinticinco siglos después aún no sepamos que es un buen amigo ¿De
qué evolución hablamos?
En épocas y sociedades del desarraigo, como las
de este siglo XXI, hablar o discurrir sobre la amistad y sus profundidades no
es un asunto sencillo, donde la amistad es un objeto mercantil. ¿Cuál es la
profundidad y la verdad de la amistad?, puesto que no se puede afectar la
profundidad sin afectar la verdad. Hay que cuidarse de respuestas sencillas o
bajos formulismos éticos; puesto que, existen abundantes ejemplos, donde la
ética no alcanza a hacerle una cirugía a la conciencia.
La amistad es mucho más que un juego de
estéticas, de políticas o de éticas. No está probado que la amistad filial sea
la base de las sociedades actuales, pero si tiene bastantes seguidores dicha
especulación; tampoco es gratuito que muchos padres hubiesen asesinado a sus
hijos para no tener sucesores en el trono y que, incluso, en la tragedia griega
los dioses devorasen a sus hijos; en unos y en otros el amor filial se
confundía con el poder y, claro, el poder poco sabe de amistades. Hubiera
podido escoger otras expresiones, pero nos provocan cierto rumor las palabras
de Castoriadis (2008, 35): “La philia de Aristóteles no es la amistad de los
traductores y de los moralistas. Es el género cuyas especies son amistad, amor,
afecto paternal o filial, etc. Philia es el vínculo que entablan la afección y
la valoración recíprocas”. Desde luego que la amistad tuvo, tiene y tendrá, sus
crisis en épocas de desarraigo filial-fraternal, pero el afecto, el vínculo y
el amor si son indispensables en el arraigo de la amistad.
b) ¿Y las religiones?
La biblia dio claros ejemplos de una amistad
mal concebida: la relación de Adán y Eva con el creador no partió de la amistad
sino de la imposición; Caín y Abel es la muestra de una cercanía de sangre que
no resolvió las envidias; el último ejemplo bíblico, burdo por demás, donde la
amistad falló fue la tarde del leño.
Las religiones han tenido su forma particular
de comprender la amistad, siempre exigen sometimiento al Supremo, ahí no existe
amistad sino imposición, digamos que en lo sacro, la amistad es una relación
vertical, no hay conciliación con el mal, cual muestra el proverbio que
aconseja “Aléjate del hombre necio, pues no encontrarás en
él labios de ciencia”. Se evidencia desde el libro sagrado de los católicos que
la amistad es selectiva, que no se puede ser amigo de toda persona y que cuando
alguien es dificultoso u opositor lo mejor es dejarlo a la deriva, no brindarle
confianza, es decir, no aceptar su
amistad. De otra parte y queriendo consolidar el proceso de la amistad, el
Eclesiastés aconseja no olvidar al amigo fiel, ni perder su memoria en
medio de las riquezas. El mensaje no admite contradicciones: hay que ir con el
amigo hasta el final del camino. Por si fuera poco aparece en Proverbios 17:17: “En todo tiempo ama el
amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”. Esa fidelidad y entrega
permanente que permite no dejar desfallecer lo que se ha encontrado en alguien
que no soy yo.
El Corán, libro
sagrado de los musulmanes, en el Azora sobre la familia en la aleya 118 dispone:
“¡Oh, creyentes! No toméis por amigos confidentes a quienes no fueran de los
vuestros, porque los incrédulos se esforzarán para corromperos, pues sólo
desean vuestra perdición. Ya han manifestado su odio, pero lo que ocultan sus
corazones es peor aún. Ya os hemos evidenciado su enemistad, si es que
razonáis”. Esta prescripción sagrada para muchos hombres, debe considerarse en
toda su extensión y que no se le diga a la economía que ha desviado sus
principios, puesto que las religiones lo han tenido claro: ninguna indulgencia
con el enemigo; pero dentro de sus contradicciones, como la biblia, también
dispone en la Prosternación, aleya 34 que: “No se equipara obrar el bien y
obrar el mal. Si eres maltratado responde con una buena actitud, sabiendo
disculpar, y entonces verás que aquel con quien tenías una enemistad se
convertirá en tu amigo ferviente”. Hay, con evidencia, un cambio de mirada, se
pide nobleza y grandeza frente a quien no se considera un amigo; es decir, las
dos grandes religiones monoteístas del judaísmo son ambiguas para tratar la
amistad y la enemistad.
El budismo, que se
dice no es una religión en la forma que se conoce en occidente, tampoco
descuida la amistad e incluso se acerca a la Biblia o al Corán cuando dice: “No busques la amistad de quienes tienen el
alma impura; no busques la compañía de hombres de alma perversa. Asóciate con
quienes tienen el alma hermosa y buena”. Aquí, como en los anteriores, la
amistad sólo es posible con los llamados buenos hombres. En otro momento
responde muy similar a los libros que hemos venido referenciando: “El odio no
disminuye con el odio. El odio disminuye con el amor”. Lo
anterior viene siendo una propuesta contradictoria, a veces se condena al
enemigo y en otras se le da espacio para la indulgencia.
El confucianismo
también tiene sus miradas a la amistad o a las formas de encontrarse con el
otro, refiere que: “El noble busca lo que desea en sí mismo; el
hombre inferior lo busca en los otros”. Esta demanda no es menor, puesto que la
nobleza que Confucio alude no es la venida de los dineros u orígenes raciales,
es aquella que logra distinguir y apartarse del utilitarismo.
El taoísmo indica que: “Si pudiésemos abandonar la sabiduría y la sagacidad la gente podría
disfrutar el ser todos iguales; si pudiésemos abandonar el deber y la justicia,
todo podría basarse en las relaciones de amor o amistad”. Es una demanda por el deber ser, donde el
amor y la amistad se sobreponen, se imponen en sí mismos; pero exige ciertos
abandonos, cierta limpieza del ser.
Estas religiones sustentan sus literaturas en
la amistad que, en el más de los casos, termina confundiéndose con la lealtad a
ultranza. Se pacta amistad con los dioses, siempre y cuando se haga lo que
sugieren los textos, de lo contrario el reino de las sombras será el destino de
aquel que no es amigo. Entonces, la amistad como en los paraísos, sólo ha
tenido espacio para los denominados buenos, pero esta forma de exclusión exige
lugares para los opuestos. ¿Cuál es el lugar que se le destina a los que no son
amigos?, esos territorios hay que explorarlos para reconocerlos. San Mateo 5, 44 dice: “Amen a sus enemigos”.
Hasta el momento, lo estipulado, no parece suficiente.
Sabido es que los problemas no se acaban, pero tampoco las soluciones,
esto para rescatar que en las religiones se insiste en la amistad, pero la
manera de conservarla alberga sus pobrezas.
c) Las sombras.
¿Hay sombras en el saber? Si éstas existen, no
es extraño que aparezcan en la amistad; diríamos en primera instancia que de
las sombras sabemos menos que de la luz o al menos le tememos más a las
penumbras que a las luminarias.
Se asombra cuando se toma distancia de sí
mismo. El asombrarse es desacostumbrarse de lo habitual, es un extrañarse, un
hacer sombra a lo dado ¿La amistad requiere extrañarse o habituarse? Más bien
exige inocencia, confianza y poiesis con
la certidumbre de saberse puerto. No desconozcamos que se es puerto para el
bien como para el mal, esas son las sombras humanas que, tal vez, las
religiones no comprendieron y en donde fracasaron las éticas.
La vida es como el juego, por mal que estemos,
aspiramos a ganar la siguiente partida, diría un optimista. Si no queremos
sombras, la amistad no puede convencerse de este aforismo de casino; si alguien
piensa que la amistad es un juego de ganancias y pérdidas está cayendo en las
lógicas del comercio, en los métodos del dinero que todo lo mide por ganancia o
pérdidas; incluso, se venden las siguientes partidas con la garantía de ganar.
Hay que ser muy pobre o bastante inocente, como para creer que todo se puede
comprar con dinero.
Lo sombrío no siempre afecta, muchas formas
sociales han desistido en buscar la luz, esa demanda de las religiones, de la
ciencia y de la filosofía escenificada en el mito de la caverna cuando el pensador
saca de las sombras al obnubilado hombre que se pierde la luz que significa
conocimiento. En oposición surgen grupos que ven en la sombra el punto de
encuentro o la forma de edificar, la amistad en la sombra entrega otras
posibilidades de congregación que la consabida luz no resuelve; tal vez,
podríamos explorar las políticas de la amistad nocturna.
d) Los desarraigos.
Desarraigo es un desraizar, un sacar de donde
se es, quitar de su sitio, desprender de su origen, desheredar y, como dice
Hugo Mujica, en lo hondo no hay raíces, hay lo arrancado. Nos desarraigamos de la amistad, llegamos a
creer que el interés es la dinámica entre las personas, el usufructo, la
utilidad de la amistad, por ello -en el fondo- ha quedado el vacío, lo que nos
arrancaron y arrancamos con tanta barbarie e inhumanidad.
Como quien no dice nada, pero quiere decir
algo, es posible que debamos instaurar unas demandas contra aquellos que nos
vienen convirtiendo en seres del desarraigo; si no estamos unidos a algo, es
más sencillo el desplazamiento, cualquiera nos moviliza, bien con asentimiento
o, si es el caso, con violencia. En épocas de desarraigo, de modernidades
liquidas, de realidades acuosas, es difícil que se logren crear rizomas donde
no hay raíces. Esa sensación de vacuidad la describe Kertész al decir que el
vacío provoca un sentimiento de culpa, una angustia que también preocupó a la
creación “El horror vacui es un hecho ético”.
Dada la situación, la amistad que transita por
desarraigos, visualiza la necesidad del otro para recibir favores, rara vez,
para estar o compartir, incluso, las familias modernas son examinadas y
conformadas por netos intereses económicos, raciales o culturales, aprendiendo
un tanto lo de aquellas monarquías antiguas donde la unión de dos personas era
permitida siempre y cuando los imperios se ampliaran. La amistad como imperio
desarraiga la idea primera: amicitas,
afecto personal.
En estas épocas de desarraigos, de humanos en
soledades, construir amistad es un riesgo; pero aún estamos para aprender de
los antiguos cual expone Sánchez (2004, 60): “Construir la hospitalidad no como
morada sino como estar dispuestos a la amistad: Tessera Hospitalis para enriquecer la ciencia histórica y para
narrarnos las historias en conversaciones interminables”. Bien es asistir a
esas conversaciones infinitas para que no se agote el lenguaje en ninguna de
sus formas. La tessera hospitalis,
conocida como testigo de humanidad, era una tablilla que se dividía en dos
partes, una se la llevaba el visitante y la otra quedaba en manos de quien
invitaba; al cabo de los años, cuando volvían a encontrarse, juntaban los
maderos para establecer su coincidencia, de serlo, se fortalecía aquella
amistad que antes se cultivó, pero que la memoria pudo olvidar. Así, el rito de
una amistad que habitó en el pasado, se recobraba en el presente para
arraigarse en los cuerpos que comportan el tiempo, la materia, la energía y el
espacio.
De los desarraigos,
advierte Paz (1990, 45): “Soy otro cuando soy, los actos míos son más míos si
son también de todos, para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme
entre los otros, los otros que son si yo no existo, los otros que me dan plena
existencia”. Esta provocación del alter, del leerse en el otro constituye una
exigencia para la amistad; aunque el poeta avanza un tanto más al comprenderse
en una interdependencia.
2. Las pérdidas.
Buscar
la muerte con humildad como quien busca el sueño.
Jorge Luis Borges.
Nada mal quedaría buscar la amistad, buscar al
amigo con la humildad de quien busca un sueño. Ser humilde en los encuentros y
desencuentros no implica aceptar la sevicia externa, aunque si demanda
paciencia y desapego por tanta forma terrenal que hemos adoptado del tener o el
de movernos en la pedantería que arriesga los destinos de la amistad.
Los seres humanos llegamos a una etapa donde
vamos aceptando las pérdidas, pero de pronto hay un límite y no queremos perder
más. En esa frontera de la paciencia, del no querer más privaciones, es cuando
llegamos a nuestras incapacidades para afrontar la crudeza del tiempo o del
espacio. Así sucede con la amistad, algunas se pierden, pero llegamos a un
momento en que decidimos recuperarlas pese a la sevicia del tiempo.
Para la filosofía, la ciencia, los líderes
políticos, los economistas o militares, la amistad ocupa un espacio enrarecido;
sabido es que en filosofía nada es claro porque todo es confuso, cuando no
relativo; no es extraño que luego de una larga faena entre filósofos no se
llegue a un principio de acuerdo, ni falta que hace, argumentan muchos dentro
de sus desarraigos; lo grave es que allí se habla de racionalidad, lógica y
hasta de sentido común. En estas formas de compartimentar la amistad o colegaje se establece, bien por la
tradición del pensamiento o los intereses particulares, ciertas afinidades
conceptuales que acercan, otras que distancian; tal vez, para los filósofos,
los científicos, los políticos, los economistas, los jerarcas religiosos y los
militares el concepto de amistad esté más empobrecido que en las demás
instancias de la sociedad.
El sabio Borges sugiere buscar la muerte con
humildad, sin escándalos triviales, entonces, para estar en la línea del
maestro, a un amigo ido o por venir -entiéndase animal racional o no, in elemento
del cosmos-, se le debe buscar con
humildad, como quien busca el sueño para reconciliarse con el universo.
a) Precariedades, los
riesgos.
Se ha transitado por sinnúmero de precariedades
en la sociedad, por unos territorios que parecen distopías donde lo humano yace
restringido, por no decir caído.
La mistad interesada siempre ha existido y, por
lo pronto, no dejará de exhibirse porque bajo ese signo sigue siendo potente
para engañar, para insertarse en los intersticios e imponer sus rigores;
cualquier amistad convenida con alguien de mayor poder es una amenaza que no
podemos desconocer, al fin de cuentas, los seres humanos somos transgresores,
utilitaristas y no tan altruistas como sentencian ciertas morales del buenismo
ingenuo.
En la idea del acercarse aparecen las
invasiones como dispositivos de dominación, ningún horizonte está a salvo de
riesgos, menos el de la amistad donde emergen los falsos amiguismos, Freire (1970, 135) alerta al escribir que: “En verdad, toda dominación
implica una invasión que se manifiesta no sólo físicamente, en forma visible,
sino a veces disfrazada y en la cual el invasor se presenta como si fuese el
amigo que ayuda”; la amistad que domina va pasando a los planos del poder, del
sometimiento y eso es lo que han hecho los grandes imperios, los
megapoderes, hacernos creer que somos
sus amigos para luego tiranizarnos.
Hay instituciones precarias de valores, en las
cuales la amistad es una anécdota, un asunto de interés momentáneo con nefastos
desenlaces. Precarios en valores son los campos de concentración, las zonas de
secuestrados, los manicomios, las cárceles, los hospitales, los lenocinios, las
bandas de delincuentes, algunos congresos, senados o cámaras de diputados. Al
revisar con detalle estas formas de organización, encontramos una ausencia de
humanidad que causa horror; allí la amistad se concibe, sin abuso de metáforas,
como entre lobos esteparios y hambrientos; quizá en oposición a lo que expone
Derridá: “La amistad no pone condiciones ni espera devolución alguna: es igual
sin reciprocidad ni simetría”. Así las cosas,
y no porque lo confirme este pensador francés, sino porque el sentido
común lo corrobora: la amistad nunca espera recompensas; en ese campo es donde
nos rondan las precariedades, cuando acechamos la devolución simétrica de lo
que creemos haber entregado dentro de la amistad.
Derridá sugiere que se debe perdonar lo
imperdonable, ese es el más elevado concepto de la amistad, perdonarse a sí
mismo, primero y, luego, aprender a perdonar lo inaceptable o imperdonable.
Esta sugerencia es acudir a los orígenes del término donde la amistad no espera
nada a cambio, no es utilitarista ni racional.
De las precariedades saltan las urgencias de
dibujar el deseo de una amistad posible, pintarla en los lienzos, entonarla en
los ritmos musicales, diseñarla en las arquitecturas urbanas, presentarla en
los cuerpos que danzan, iterarla en las redes electrónicas; es decir, seducir y
seducirse de una cariñosa contigüidad con los demás.
b) Destinos.
Los destinos de la amistad son imponderables,
pero el poeta Martí fue más generoso al decir: “Si dicen que del joyero tome la
joya mejor, tomo a un amigo sincero y pongo a un lado el amor”. De consuno, ese
hombre sincero se preguntará por su destino y por el de la especie. Visto así,
la amistad ha de superar el ego de acumular, para aprender a entregar, puesto
que la amistad se basa en la confianza y, por sobre todo, en el placer de dar,
quizás por ello nuestro poeta desprecia al amor por sobre la amistad.
Se comprenden los destinos de la amistad en el
darse al cosmos, en no deprivar las condiciones biológicas de los elementos por
alimentar ese Narciso que habita en nosotros. Nietzsche, quien supo descomponer
el cadáver del cristianismo, no desdeñó el tema de la amistad, refiriendo
(Nietzsche, 2004, 27): “Tres cosas en una son los amigos: ¡hermanos ante la
escasez, iguales ante el enemigo, libres… ante la muerte!”. Ser amigo exige
libertad de participar, de aceptar, de rechazar, aún de abandonar.
La mistad necesita navegantes del abismo, así
como no hay una única explicación del mundo, tampoco existe un modelo, si es
que se requiere, exclusivo para definir o comprender el proceso de la amistad.
3. Constitutivos de la
amistad.
“-¿Quién
le enseñó todo esto, doctor? La respuesta fue instantánea: -l sufrimiento”.
Albert Camus.
El aprendizaje venido del sufrimiento se ha
resaltado en numerosos textos y sigue siendo una creencia humana, un tanto
masoquista, de que el sufrimiento forja al hombre. Hay que sufrir para valorar
lo bueno, dicen docentes, políticos y religiosos. En la amistad el sufrimiento
tiene un valor inusitado, incluso es de sabiduría popular: “El amigo se conoce
en las dificultades”, es como si el sufrimiento fuese la llave maestra para
reconocer la amistad, puesto que en la alegría o en el éxito la mayoría se
suma. ¿Qué enseña el sufrimiento que no enseñe la felicidad?
Hay unos constitutivos de la amistad que
aparecen en libros, revistas y periódicos cuyos autores consideran básicos para
que se conserve. Es evidente que en la amistad han de existir unos aspectos
psicológicos que no pueden ser desconocidos como el identificarse a sí mismo en
sus potencias y carencias; reconocer en el otro a un sujeto de posibilidades;
no condenar ni descalificar los comportamientos por satisfacer las propias
intrigas y aprender a mostrar consideración ante las ideas que no corresponden
a nuestras ambiciones.
El saberse en la amistad denota y connota
tantos aspectos como modos de ser tiene el hombre, pero es suficiente con
observar aquellos que el sentido común demanda. La amistad se construye en la
permanencia, bien en el silencio o en el espesor de las palabras, de lo que no
existen dudas es que siempre exigirá la práctica de aquellos actos que dan
rigor a la vivencia de la misma.
a) La amistad en el
proceso pedagógico.
El acto docente que no pase por la amistad va
tomando forma de imposición, de agresión intelectual y hasta física. Amistarse
con el saber construido y el por venir, es una acto de entrega mutuo donde se
requiere familiaridad lingüística y afinidad conceptual. Cuando estos aspectos
no confluyen, se requiere de unas didácticas del perdón, que logren integrar lo
agradable con lo desagradable.
No ver lo ético como remiendo o sutura, puesto
que la señal sigue perceptible. Lo ético en el proceso pedagógico corresponde a
un acto preventivo más que correctivo, de lo contrario, los comportamientos
seguirán como a lo estilado en esta época, un extintor de incendios al cabo que
ni bosques quedan.
La pedagogía honesta siente su labor como una
posibilidad de estar uniendo puentes, el profesor será crítico, pero exuberante
en la amistad, un buen profesor es crítico, no se vence en la hipocresía, se
amista con las búsquedas para que los estudiantes no duerman en la indiferencia,
tal cual lo sugiere López en su texto: “Los buenos profesores son muy críticos
con ellos mismos, con los demás y con el sistema educativo, pero no se quedan
sólo en la crítica, sino que proponen y emprenden acciones para subsanar las
deficiencias, para afrontar las amenazas y para aprovechar las oportunidades” (López
2009, 217). La amistad, en el proceso pedagógico, pasa por no caer en ligerezas,
ni aceptar a primera vista lo que emana de las teorías, ni se duerme ante los
cantos de la política, ni frente a las promesas de un mundo mejor, que no estén
construidas bajo premisas de humanidad.
Al buscar los territorios del vivir, de la
investigación, de la pregunta, aparecen los territorios del aula, del maestro
y, por supuesto, de la amistad. En principio, el lugar de la amistad no es el
materialismo, ese territorio ha de situarse en el plano del compartir; en
definitiva, el utilitarismo es una especie de no-lugar, ahí muere cualquier
bondad que la idea de amistad traiga consigo.
b) La amistad en todo
sentido.
La pregunta por la amistad en la política, la
academia, la ciencia, la ética, la estética, las religiones, el medioambiente y
la economía entre otros, debe seguirse explorando en el ámbito de las ciencias
humanas y físicas.
La amistad es una habilidad emocional y, para Goleman,
(1996, 345): “Las habilidades emocionales
comprenden la identificación y designación de sentimientos; la expresión
de sentimientos; la evaluación de la intensidad de los sentimientos; el dominio
de impulsos; la resolución del estrés y el conocimiento de la diferencia entre
sentimientos y acciones”. Esto que parece venido a menos es un asunto de
supervivencia. Los sentimientos, la emotividad de los mismos y el manejo de los
impulsos darán respuestas a las preguntas por la amistad que, a veces, quieren
resolverse desde una racionalidad pura, en un querer negar o desprestigiar la
inteligencia emocional.
La amistad en todo sentido corresponde a un
ideal que se puede consolidar aún en las derrotas del ser o de la especie:
“Hasta donde entiendo, los seres humanos, para no vivir en soledad, hicieron
plazas, mercados, coliseos, anfiteatros, baños públicos, catedrales, teatros,
estadios, discotecas, restaurantes, salas de cine, zonas de recreación, centros
comerciales y hasta cementerios. Por todos los medios hemos combatido la
soledad” (González 2009, 193). De buenas a primeras, se podría pensar que la
amistad surge como esa necesidad de enfrentar la soledad del ser y de la
especie; la soledad definitiva nos desola.
c) La poética.
La poesía le ha dedicado infinidad de líneas a
la amistad, la enjuicia, la exalta, la respeta y la desprecia cuando menos,
pero siempre en la creación, en la plétora del lenguaje, mas no se basta con el
cadáver del odio.
José Martí, en el poema Cultivo una rosa blanca,
escribió:
Cultivo una rosa blanca
en Junio como en enero,
para el amigo sincero,
que me da su mano franca.
en Junio como en enero,
para el amigo sincero,
que me da su mano franca.
Esa mano franca es un ideal, sin embargo, puede
ser una realidad cuando lo sin-cero se constituye en la acción permanente de la
persona.
Cualquier aforismo está manchado de
subjetividad, pero quizás estamos asistiendo a la sepultura del cadáver del yo,
ese yo que cree conocer las cosas, que puede controlar o saber todo, está en
desaparición; esta extraña premonición puede ser el nacimiento de una amistad
que, enunciada desde la poética, logre recrearse en la fragilidad de lo humano
y en la potencia de lo cósmico.
Hay amores que se han ido sin nunca haber
llegado, algo similar puede ocurrir con la amistad, ¿Cómo prevenir que se
ausente lo que jamás hizo presencia? El uso inexperto de las relaciones con los
cercanos facilitaría la huida de los que tenían previsto venir; del tacto, de
la poiesis en la estancia con el otro
dependerán muchos poemas memorables para la humanidad, por suerte la poesía aún
nos susurra.
d) La cultura.
Lo cultural es determinante para comprender las
relaciones, si entendemos que según Schaefer (2006, 47): “La cultura es el
conjunto de costumbres, conocimientos, objetos materiales y comportamientos
aprendidos y socialmente transmitidos”. Esos comportamientos aprendidos y
transmitidos de generación en generación sobre la amistad, son selectivos y
excluyentes. La amistad es importante cuando hay utilidad, lo aprendimos de
algunos teóricos de la modernidad, lo escuchamos en algunas tonadas y lo
mantenemos en esta modernidad difusa. Por lo pronto, uno de los destinos de la
amistad sería romper o vencer esas lógicas mercantilistas.
León Gieco insinúa que “La cultura es la
sonrisa que brilla en todos lados... que se va la vida, mas la cultura se queda
aquí. La cultura es la sonrisa para todas las edades. La cultura es la sonrisa
con fuerzas milenarias”. Las fuerzas milenarias de nuestra cultura no han sido
muy pródigas en la amistad, puede ser una hipótesis que apenas estamos dando
pasos significativos para rescatar de nuestros odios unos auténticos principios
de amistad; lo opuesto también es pensable frente a los miedos, no tan
fundados, de que el planeta tierra colapsará y que las guerras por el agua, el oxígeno
o zonas cultivables, apenas va a surgir; entonces, la amistad se reducirá a los
que integrantes que logren conquistar los territorios citados; dramas que aún
estamos a tiempo de prevenir.
Así como hay unas etapas en la vida donde sólo
le sacamos provecho a las cosas, incluidas las amistades, debiera pensar en
tener unos ciclos donde la vida del sujeto se transforme en una actitud de
donación, de entrega sin que implique quejas, en una especie de retribuir lo
recibido o lo retenido.
La amistad de las comunidades adultas no son
las mismas de las infantiles o juveniles, tampoco sobrevinieron de la misma
forma en el transcurso del tiempo ni del espacio. Tal vez, el querer unificar
una sola forma de amistad para la humanidad nos ha deparado odios y
segregaciones que de no resolverse con buen juicio no modificará lo por
devenir.
e) Las culturas
juveniles.
En el transcurso humano muchas congregaciones
se constituyeron y se siguen conformando como unas logias cerradas de amistad,
ejemplo de ello son las diferentes cofradías, los caballeros templarios, los
apóstoles, los masones, los satánicos, los góticos, los punk, los emos, los
hardcore, los skinhead, los hip-hop u otros grupos que han querido establecer
sus propias formas de amistad, puesto que las entregada por la sociedad del
momento no les satisface.
Al dar una mirada cercana a los diversos grupos
juveniles que subsisten o nacen en la primera década del siglo XXI, se puede
tener una idea de cuan variado es el concepto de amistad en épocas de
desarraigo. El caso es que los vestuarios de los góticos de color oscuro, sus maquillajes o exuberancia blanca en la
piel con labiales negros y rojos; la urgencia de expresar la parte oscura, la
atracción por la muerte, por las películas, música y literatura de terror, la
idea de provocarle miedo a la sociedad que ya no les satisface constituyen unas
formas de amistad que van relevando las formas culturales existentes. Este
movimiento alemán de los 60s aún sigue teniendo seguidores y nuevos adeptos, ya
que permite al joven revelar su lado oscuro, aquellos comportamientos que la
sociedad no quiere dejar ver, para el
gótico es una necesidad de expresión: lo oscuro como punto de congregación.
En tanto que los skinhead o cabezas rapadas, surgido en Inglaterra en los 60s, al
finalizar el siglo XX, algunos skinhead
se han identificado como neonazis, utilizando la esvástica como símbolo, aunque
no es cierto que todos los skinhead
tengan por modelo a Hitler, si es una muestra que sus símbolos nos son
estáticos y que la sociedad del momento les hastía.
A su manera, los hip-hop, movimiento popular de los años 60 quieren hacer de la
danza y la música una protesta que sirva a la unidad grupal. Amistarse en torno
a la música es la distinción de cualquier integrante del hip-hop que ha pasado
por la música electrónica al rap y que continúa atrayendo a jóvenes del mundo
¿Qué amistades transitan allí?
Circulan por las calles los hardcore o punk duro, de origen inglés y norteamericano en los
70s. La velocidad de los ritmos, el skate como su deporte visible, los
vestuarios sueltos y la libertad del sujeto es lo que fortalece la idea de
amistad entre ellos. Lo curioso es que con los otros grupos se practica la
enemistad.
Por su parte, los emos, movimiento de finales de los 80s, cultivan una figura
melancólica, la infelicidad es la bandera de quienes así viven, consideran la
tristeza y la depresión como su gran punto de unificación, los vestuarios
ajustados de color negro con ribetes rosados, el cabello cubriendo una vista y
la apariencia de extrema debilidad los vincula en una amistad que otros grupos,
aunque comprendan, rara vez aceptan. Se dice en su contra que el emo tiene una alteración neuronal que
le dificulta distinguir la realidad.
Sin paradoja, puede investigarse a profundidad
el surgimiento de varios movimientos juveniles que, como cualquier revolución,
terminan siendo una revolución traicionada; es decir, van desapareciendo para
que las venideras recojan sus banderas o las abandonen; aunque es claro que
bien se trate de maleantes o no, la amistad reglada dentro de los mismos
jóvenes es la que configura la perduración de estos grupos. Así se podría
seguir avanzando en muchas organizaciones juveniles que desean ser visibles
ante la sociedad con sus propias expresiones, pero que les hace ser temidos o
fastidiados por sus relaciones internas de amistad que rompen las venidas de la
tradición cultural, del gran conglomerado social.
Como se percibe, los grupos juveniles centran
su identidad, que es su manera de amistarse, en el vestuario, en la música y en
medios acordados para agotar el tiempo libre, siempre en oposición a las
culturas dominantes; a estos jóvenes los modelos de amistad tradiciones no les
satisface, no les atrae.
f) ¿Y la academia?
En rigor a la discusión, ¿quiénes conforman la
academia? Suponemos que son sujetos que, dentro de unas instituciones o fuera
de ellas, han decidido explorar el saber y avanzar con el conocimiento
construido, para encontrar espacios habitables-amigables para la humanidad.
¿Cuándo se integra o no la academia? Desde aquel momento en que se asume una
responsabilidad enseñanza-aprendizaje de un sujeto para con el sujeto. ¿Qué
defiende o promueve la academia? A título de información, las academias, sin
auscultar su historia de dolor o de pasión, fueron creadas por Platón para la
enseñanza de las matemáticas, las ciencias naturales y la dialéctica. Queda por
aclarar un hilo, ¿la academia conserva el conocimiento o libera el pensamiento?
Bien para no caer en dualidades se puede agregar que si la academia o sus
integrantes son honestos, en parte conservan el conocimiento, pero lo reforman
cada que sea pertinente, es decir, la buena academia defiende una constante
creación y movilidad del pensamiento.
En consecuencia, la amistad en la academia
sufre los mismos avatares de la sociedad; en la escuela o universidad se sigue
presentando la escisión entre verdad/mentira, sabiduría/ignorancia,
estudiante/profesor, claro/oscuro, montaña/valle, reconciliación/venganza,
amigo/enemigo. De lo último, hay mucho por avanzar, pues en los productos y
elaboraciones académicas, prima el concepto mal habido de la amistad sobre la
pertinencia y potencia de lo que como acto intelectual se propone.
A la academia se la han signado sinnúmero de
responsabilidades que parecen tareas para un gobernante, pero si deberá tomar
cuenta el cómo concibe los encuentros con propios y extraños, Bauman señala (2002,
103) que: “El encuentro entre extraños es un acontecimiento sin pasado. Con
frecuencia es también un acontecimiento sin futuro”. Ese verse con el extraño
que no represente posibilidad de amistad sino una continuidad del desconocer,
sentencia una clasificación, si a ello se le anexa la opción de no futuro, el
paisaje es menos prometedor. Aprender a estar entre extraños como amigos
retardados o por consolidar, alcanza a invertir está lógica del uso, de la
utilidad, cuyos contornos podría emprender la academia.
A ojo descubierto, el hombre es un ser de
irrealidades; un ser de futuro, inacabado y hasta inacabable; es el único que
siente ansias de hacerse cargo de la realidad; en palabras más dramáticas, el
hombre es un ser proyectado, tendido al futuro, que se considera una posibilidad
en ese-pretender-ser en un-no-ahora. En consecuencia, la amistad
no sólo es presente o pasado, es la tensión del adelante; es esa confusión del
porvenir la que pre-viene y deja en dificultades el proceso, el acto de la
amistad.
Nos dice Calvo (2008, 355): “El educador es un
hacedor de preguntas inocentes, luego insiste que al poeta siempre le faltan
las palabras y tiene que inventarlas”. En el primer caso, es probable que
carezcamos de preguntas inocentes, de aquellas que indagan por los paisajes de
la amistad en el contorno de la educación y, en extensión, de la humanidad; en
el segundo, es de revisar si nos hace falta inventar palabras que den cuenta de
la amistad, sus fragilidades, sus temores y, cómo no, sus panoramas
teórico-prácticos.
De ahí que a Carlos Calvo, pensador chileno, se
le ocurre disoñar la escuela desde la
educación. A este tenor, quizás haya que disoñar
la amistad desde la educación, buscarle sus prácticas, escribir sus teorías y
hacer del aula un juego de amistades más que de poderes que, a veces, parece
pedirle demasiado a un sistema que se especializó en instruir personas, pero no
en formar sujetos pensantes y decididos en estudiar la amistad hasta
comprenderla, para luego de vivirla, enseñarla.
Los destinos de la amistad deben estar en la
educación, en la política, en la familia, en la empresa, en la estética, en la
ética o en las religiones, en las culturas juveniles, en los desencantos de la
adultez o en las entregas de la niñez, es decir, en cada una de las
instituciones y espacios de la humanidad.
¿Cuál es la legitimidad de la pregunta por los
destinos de la amistad? A favor se dirá que las preguntas ilegítimas son las
que ya tienen respuestas, es decir, hay un manual construido donde específica
los pasos a seguir; los cuestionamientos legítimos son aquellos cuyas
contestaciones no se intuyen o están en construcción. Es probable que con la
amistad apenas estemos haciendo las preguntas legítimas, las demás cayeron en
la ilegitimidad que tampoco significa ilegalidad.
g) Horizontes de la
amistad.
En una artesanía de la mirada, sin la soberbia
del saber y bajo la seducción de la palabra como resultado de muchas voces, los
horizontes de la amistad se suscitan desde los límites, es como si en las
fronteras estuviera el mundo de posibilidades, el lugar para la tessera hospitalis, puesto que el origen
es uno sólo, nada se origina dos veces, lo demás es comenzar.
Bajo ningún precepto, la amistad puede dejarse
morir en las sospechosas aguas de la utilidad o en los desiertos del abandono;
las relaciones sociales deben superar los intereses económicos; la política de
la amistad no traduce abuso del poder; las estéticas de la amistad deben dar
cuenta de las éticas; las políticas nocturnas deben legislar para las amistades
de la oscuridad. Por si acaso, en la educación, el proceso
enseñanza-aprendizaje es más fluido en el afecto que en la parquedad del absolutismo.
De manera que las amistades del amanecer no son
las mismas del anochecer, pero ello no implica que el odio cobre por
ventanilla; acudir a la generosidad de buscar al amigo o al desconocido en la
exuberancia del amor no de la necesidad; comprender que la dignidad de la
amistad debe preocuparse por la vida y la libertad; aprender a revitalizar la
solidaridad en los extremos del dolor o de la alegría.
En cierto sentido, develar lo íntimo y lo
externo de la amistad para que no emerjan las suspicacias propias de las
angosturas del lenguaje; no caer en las lógicas de los lenguajes filosos o
resbalosos que desprecian y odian. Es honroso saber que la palabra amistad aún
tiene la “maña” de encontrar territorios para refugiar.
Sin falsos verbalismos, no hay que dejarse
hundir en las políticas del engaño y, cuando se detectan, regresarse en la
calma para rescatar el lenguaje del pensamiento vengativo. Aún en la caída,
insistir en los valores humanos, no clausurarlos, no derrotarlos, sabiendo que
somos humanos de forma distinta.
En efecto, la humanidad tiene un buen
equipamiento para lo catastrófico; el pensamiento sombrío comporta atracción,
una estética de curioso convencimiento; por lo tanto, el devenir de la amistad
hay que filtrarlo de las construcciones apocalípticas o de aquellas puritanas
que todo lo llevan a un paraíso.
Desprenderse de los estereotipos para
comprender las búsquedas juveniles e incluso infantiles, reconocer que sus
horizontes de amistad no se llenan con las fórmulas fallidas de los adultos;
estamos a tiempo de dar cuenta de que la grandeza de la humanidad radicará en
conceder espacios a las generaciones que van escalando o reemplazando las
existentes.
La academia, las comunidades científicas y
filosóficas están en mora de avanzar en todas las implicaciones psicológicas,
sociales e individuales que han configurado nuestras formas de amistad y que
continúan siendo pobres para resolver la tragedia que llega a ser el estar
juntos.
Afrontar el analfabetismo emocional, la
ignorancia de la razón es un requisitorio, la emoción está en desequilibrio en
relación con la tozuda razón; por lo tanto, digno es adelantar una higiene
emocional y racional, una profilaxis a nuestras éticas, desinfectar nuestros
odios para que la amistad no sucumba en sus precariedades.
Es tiempo de comprender que la tolerancia es el
acicate de la amistad, a esto nos dice Abad (2007, 112): “La primer regla, por
tanto, de la higiene mental es la tolerancia con la conducta ajena, siempre que
esta conducta no esté claramente causando daño al grupo”. No entrega una salida
para reencauzar al contraventor, pero si deja claro con letras de molde que
aprender a tolerar es la primer norma para acatar y, tal vez, la última que se
piense en transgredir.
Requerimos interpretaciones actualizadas de la
amistad, en ese esperar como lo enseñó Gandhi o el soñar como lo sugirió
Shakespeare. Sin usura del lenguaje, la amistad ha de colocarse en cualquiera o
en ambas configuraciones políticas o literarias que nunca aprobaron la insidia;
por lo tanto, la amistad jamás podría emprender la huida cual lo supo hacer
aquellos ejércitos de tierras arrasadas en disyuntivas del horror y del
abandono humano.
Si bien es cierto que el poder es un discurso,
una forma de ver el mundo, no es menos dramático que hay un cansancio histórico
desde aquellas prácticas del poder que no reconcilian al hombre. En las
flaquezas del poder, ante la orfandad, se suscitan valores emergentes
provenientes de discursos álgidos, donde la pluralidad, la diversidad, la
reparación, la tolerancia, la esperanza o la confianza, aparecen como una
respuesta para reconstruir un modelo social donde la vida no esté en amenaza y
sin espionajes telemáticos o telefónicos, para así abrir espacios a unas formas
de amistad más generosas, menos científicas o religiosas si se quiere.
En efecto, el ser humano es el único que sabe
de la amistad y, por lo tanto, se le exige comportarse, ajustarse a esa
condición, no puede, ni bien le queda, apearse del compromiso con el otro. El
hombre es historia, proyecto, trayecto, deyecto y realidad que se
identifica-para-sí y para-los-demás, así de sencillo pero de trágico, a la vez.
En desborde de ánimo, el sujeto que construye,
a su vez, está destruyendo, aunque también lo están diseñando o reconstruyendo.
Al extremo emerge el que destruye y lo destruyen. Es pertinente ahondar en ese
proceso para que la amistad no pase por la dialéctica que se empobrece y de
paso empobrece al sujeto que ni se verifica ni se basta en la síntesis y dé
paso, ideal por supuesto, a una conversación donde no exista la urgencia de
convencer sino de hablar, en definitiva, de estar con el otro; estar con el
otro implica aceptar al diverso, al diferente, al que no me quiere, al que no
me agrada, de lo contrario se abundará en la lógica del paraíso, sólo caben los
buenos.
En los horizontes de la amistad nos
reinventamos y des-cubrimos, es una odisea que sin barco encuentra olas que le
permiten navegar, después llegan los vientos fuertes que ponen en tremor, para
bien o para mal, las texturas de la amistad y, por supuesto, de la humanidad.
Por lo tanto, afirmar lo humano, pero tampoco
negar lo inhumano que rompe o desintegra e insistir en superar o trascender
estos extremos que no pueden cerrarse en aporías lingüísticas serán urgencias
de todos los tiempos; estos son paisajes de la educación devenida para que la
política, la economía, la ciencia, las religiones y la utopía no nos
desintegren de aquello que aún conservamos de humanos: la amistad.
Cabe concluir que, para no acordarnos de los
silencios de los amigos o sólo del ruido enemigo, precisamos de mayor bonhomía
en el habitar la amistad, requerimos de unas estéticas de la existencia donde
podamos volver a conversar y donde hasta el aburrirse sea licito.
Al
final, no nos acordaremos tanto de las palabras de nuestros enemigos, sino de
los silencios de nuestros amigos.
Martin Luther King, Jr.
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