sábado, 7 de diciembre de 2013

Educación Especial y diagnóstico de jóvenes privados de libertad. Una Mirada desde la Pedagogía Crítica



Ponencia presentada en el Seminario de la Carrera de Pedagogía en Educación Diferencial: 
“Educación Especial y Educación no Formal: ¿Oportunidades laborales o nuevos territorios educativos?”
Sábado 23  de noviembre de 2013


Por María José Manzano Jaña
Psicopedagoga


0. Introducción

Quiero agradecer la invitación a participar de esta instancia de diálogo, que es tan importante para problematizar la educación, en general, y lo que nos convoca hoy, la educación diferencial.

Me gustaría aclarar dos puntos importantes para mí. Primero, decir que hoy no vengo en representación de un modelo pedagógico del diagnóstico acabado, más bien vengo a contarles de mi experiencia personal en torno a estos loci[1] de acción y su relación con los procesos diagnósticos. Sin embargo, es importante declarar que cuando digo personal en ningún caso me refiero a lo individual, a lo único o exclusivo, ya que me dificulta comprender mi experiencia desde ese punto, debido a que las reflexiones y proceso que acá les quiero contar necesitan la constante interacción dialógica, por tanto, cada una de mis palabras necesariamente involucran a personas y equipos de trabajo que hoy no están físicamente conmigo, pero si desde lo discursivo.

Junto con esto, quisiera decir que la presente presentación es en torno de relatos en pleno proceso reflexivo, no de resultados acabados, lo que me entusiasma más ya que éstos (los primeros) son modificables y siempre perfectibles. Asimismo, deseo mencionar que el fin último de la ponencia no es legitimar conocimiento sino, por el contrario, cuestionarse, ya que solo a través del cuestionamiento personal y colectivo se puede re-pensarse, re-crearse y volver a problematizarse.

Dicho esto, les cuento que la ponencia -que se titula: Educación Especial: diagnóstico y jóvenes privados de libertad (una mirada desde la pedagogía critica)- consta de tres partes y supone un cuestionamiento que me parece importante dialogar:

1. Fundamentos que definen embarcarse en estos loci de acción

2. El contexto fuera de la escuela, una experiencia con jóvenes privados de libertad.

3. El diagnóstico, ¿qué saber? y ¿para qué?

1. Fundamentos que definen embarcarse en los loci de acción

A partir de las constantes reflexiones críticas con distintos educadores y educadores diferenciales con los cuales me rodeo, así como lo que la literatura dice al respecto de esas reflexiones, es importante cuestionarse… ¿Qué fundamentos me han o nos han llevado a pensar en las prácticas educativas fuera de la institución escolar?

Al respecto, D. Bazán (2012) menciona algunos fundamentos, que los planteo acá para iniciar la discusión  de los porqué y para qué, de la educación diferencial extra-escuela.

1.1. Ampliar el territorio de lo educativo:

Se valora que al mirar fuera de los muros escolares se puede observar mejor la realidad social, por tanto, las posibilidades de transformación y cambio son más fuertes, ya que afuera las experiencias son menos normalizadoras, estandarizadas y/o estructuradas.


Como dice M. Foucault: “qué es aquello que tiene la escuela que la paraliza epistemológicamente y la hace un lugar natural de opresión y control”. Similares argumentos agrega B. Bernstein, en su definición de “materias imaginarias”, aludiendo a la idea de lejanía entre los saberes entregados en las escuelas y las características propias de ese saber, ya que supone que cualquier conocimiento sufre una esencial transformación al entrar al contacto con el medio escolar, de modo que éste adquiere un saber descontextualizado, poco o nada útil y escasamente placentero.

1.2. Reconceptualizar lo que entendemos por aprendizaje:

Comprende la evolución histórica del concepto de aprendizaje es, a la vez, comprender y cuestionar su intencionalidad a lo largo de la historia. Actualmente, el constructivismo es parte del simulacro pedagógico cotidiano, a pesar de que las prácticas en sí y en su mayoría dista mucho de ese ideal, sin embargo, todos se declaran constructivistas (para salvaguardar el honor pedagógico); desde el diseño de los planes y programas, los proyectos institucionales de las escuelas, los materiales, guía, entre otros. Sin embargo, ese constructivismo declarado se relaciona más con lo metodológico instrumental,  desconociendo los conflictos sociales, lo que sería su verdadero espíritu. Por tanto, ampliar el territorio de lo escolar supone argumentar que los niños, niñas y jóvenes (NNJ) pueden aprender algo en el encuentro con el saber desde el contexto y en la interacción dialéctica con otro.  

Entonces, no puede ser constructivista quien impone un orden dominante o quien percibe al estudiante de forma fragmentada. Claramente, como dice D. Bazán, no puede ser constructivista un profesor monoculturalista, que no dialoga, que teme a la subjetividad del otro, que impone verdades a sus estudiantes, por más que su planificación sea constructivista, sus alumnos especiales o que tenga el mejor material didáctico…  ser constructivista implica necesariamente cuestionar la cultura y develar la intencionalidad de éstas en los contantes proceso históricos.

1.3. Redefinir el rol de educador desde categorías liberadoras:

Al visualizar el aparato escolar desde la resistencia epistemológica, consideramos que el espacio extra-escuela es una oportunidad de realizar una práctica educativa liberadora, redefiniendo así el rol del educador.

Es así como Paulo Freire nos aporta al respecto: “Ambos, educador y educandos, se educan entre sí mientras se establece un diálogo en el cual tiene lugar el proceso educativo. Con la «Educación Problematizadora» se apunta claramente hacia la liberación y la independencia, pues destruye la pasividad del educando y lo incita a la búsqueda de la transformación de la realidad, en la que opresor y oprimido encontrarán la liberación humanizándose” (Freire, P. 1970).


Dentro de este constante diálogo, surgen en el educador cuestionamientos en que subyace su interés cognitivo, interrogándose: ¿para qué educar? ¿Qué contenidos enseñar?

Ante esto, advertimos, con plena convicción de que cualquier tipo de educación (fuera/dentro; general/especial) debe necesariamente ir acompañada de vigilancia epistemológica e interés emancipador, de lo contrario, no se liberará a las personas de la opresión que le impone la sociedad y una educación individualista, academicista, reduccionista. Basadas en la competencias y en el lucro como ideal de progreso.

1.4. Resignificar el papel  de la mirada pedagógica en el quehacer de los educadores:

Significa comprender que la pedagogía en sí misma es la principal disciplina llamada a reflexionar sistemáticamente sobre la educación, frente a las llamadas ciencias de la educación que -tanto ayer como hoy- orientan las políticas públicas en temáticas de educación, tales como la psicología de la educación y sociología de la educación que han tendido a una mirada fragmentaría y unidimensional de la realidad escolar.

Más claro aún, al reflexionar sobre la educación diferencial, comenzamos a entender que ésta pretende hacer de la atención a la diversidad la razón de ser de su labor profesional, pero que termina muchas veces haciendo diferencialismos, como nos dice C. Skliar, ya que operan frente a los otros con categorías patologizantes, dicotomizantes y asistencialistas. Entendemos que, generalmente, dicho educador recoge acríticamente aportaciones psicológicas y socioculturalistas que no cuestionan la realidad ni los intereses cognitivos que subyacen en los contenidos de aprendizajes ni tampoco de la cultura dominante.

Por tanto, creemos que es responsabilidad de quienes hacemos educación, en general, y  más aún de aquellos que nos encontramos más cercanos a las problemáticas sociales, hacer de la pedagogía la disciplina que cuestione la educación que vivenciamos, pero no de forma neutral, sino más bien develando los intereses centrales que se esconden en los distintos actores que piensan, gestionan y hacen la educación, rechazando la escolarización que ha resultado ser controladora, castigadora, asistencialista  y homogenizadora.

Es en esta realidad de dónde nacen las primeras interrogantes que retomaremos más adelante…

¿Qué importancia tiene el diagnostico pedagógico, psicopedagógico, diferencial en patologizar la enseñanza/aprendizaje e incrementar la desigualdad en las trayectorias educativa de NNJ  de nuestro país?


¿Las NNE y su paradigma de las habilidad/necesidades actualmente tienden a la integralidad y comprensión crítica o, más bien, se han transformado en un nuevo dispositivo de estigmatización?


2. Contexto: una experiencia con jóvenes privados de libertad.

Mi historia laboral está enmarcada -desde hace más de 5 años- en una experiencia significativa con jóvenes que se encuentran privados de libertad.

Soy parte de un programa de reinserción escolar (ASR-Reinserción Educativa) que pertenece a la Fundación Tierra de Esperanza (FTDE). Esta es una institución chilena, sin fines de lucro, creada con la misión de defender, proteger y difundir los derechos esenciales de la infancia y adolescencia más vulnerada y marginada. De esta forma, sin consideración de etnia, religión u opinión política, acoge y recibe con afecto a más de 3 mil niños y niñas que, conjuntamente con su familia y la comunidad, reciben una atención especializada y comprometida para asegurar la calidad de vida que les permita proyectar su futuro.

Hoy, con 14 años de trayectoria, esta institución presenta en ejecución 75 proyectos a lo largo del país, financiados mediante SENAME, MIDEPLAN, SENDA, Ministerio de Educación, fuentes internacionales y recursos propios, lo que le ha permitido posicionarse territorialmente en nuestro país.

El proyecto en el cual me desempeño como psicopedagoga es un programa de la línea educativa, en donde, en este caso la (FTDE), opera como colaborador de SENAME, ya que dicho programa se encuentra dentro del CIP (Centro de Internación Provisoria) de la Comuna de San Joaquín.

Dicho centro recibe a jóvenes que han cometido algún delito y se encuentran privados de libertad como medida provisoria hasta que se resuelva su medida judicial, según lo que indica la ley 20.084 (la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente) que tiene distintas modalidades de sanción. Sin embargo, el espíritu de la ley no es tan sólo el cumplimiento de la sanción (castigo), sino también una intervención educativa amplia orientada a una plena integración social.

Es así como surgen estos proyectos dentro de los centros privativos de libertad, en el marco de esta nueva ley penal para jóvenes, que entra en vigencia el año 2007, en donde los distintos equipos -tanto de la fundación como de otras entidades- se comienzan a problematizar sobre la educación (prácticas, metodologías, teorías, diagnósticos) en estos espacios de sanción, a la vez que se identifican los primeros nudos críticos como, por ejemplo, ¿qué tipo de educación están recibiendo los jóvenes y para qué? ¿En qué aportan en sus procesos vitales? ¿Cuál es la participación? ¿Qué pasa con ellos y su trayectoria educativa una vez que abandonan estos espacios? ¿Cuál es la relación que se establecen entre los programas y jóvenes? 


Asimismo, es importante mencionar -a modo de contexto- que este centro recibe jóvenes (varones) entre los 14 y 17 años 11 meses de edad, con distintos niveles de escolaridad y trayectorias educativas. Además, se encuentran en internación un promedio de 3 meses, por lo cual, para muchos, este centro es considerado de tránsito, ya que casi todos los jóvenes egresan a cumplir sanciones a otros programas e instituciones en su mayoría en el medio libre. Esto llevó, sin duda, a que el equipo de profesionales del cual soy parte se cuestionara -profundamente y durante todo el tiempo que lleva en ejecución- sobre el diagnóstico pedagógico y psicopedagógico que debía hacerse a los jóvenes con los cuales se trabaja y que nos son pocos, ya que el programa tiene una plaza-cupo de 165 jóvenes con una alta tasa de ingreso y egresos mensualmente por la calidad de internación mencionada con anterioridad.

3. El Diagnóstico… ¿qué saber? y ¿para qué?

A partir de lo anterior surgen los cuestionamientos enunciados con anterioridad, pero con una mirada más cercana de la realidad. ¿Para qué? ¿qué? y ¿cómo diagnosticar? ¿Cómo repercute la mirada patológica en la trayectoria de vida de los jóvenes? ¿Cómo influye la criminalización de los jóvenes en su proceso educativo? ¿La detección de las NEE aporta en los procesos educativos de los jóvenes o perpetua el sentido de deficiencia?

Estas y otras problemáticas nos han llevado a pensar que el diagnóstico centrado en los saberes escolarizados y a través de instrumentos estandarizados lejanos a la realidad, por más que su objetivo este centrado en la integración, tiende por sí mismo a la segregación y a aumentar el sentimiento de fracaso. Ahora, al pensar en las experiencias educativas de los jóvenes como procesos históricos, acentúa con mayor fuerza a la reflexión crítica de estas trayectorias.

Fue así como, en un primer momento, centramos nuestros esfuerzos en la contextualización de instrumentos evaluativos, así como también en una interacción mediada al momento de evaluar. También innovamos al tratar de centrar nuestros esfuerzos no en las deficiencias sino más bien en las necesidades.

Estos esfuerzos fueron los primeros impulsos críticos en el entendimiento de que debía haber otras formas de relaciones que fueran más significativas y que relevaran el rol -tanto del educando como del educador- en una interacción “liberadora”, comprendiendo, por cierto, lo contradictorio e irracional de la relación -educador/educando- en estos espacios punitivos, tal como dice Foucault al respecto, “educación como pena y castigo del alma”.

Al poco andar y tras la experiencia directa con una realidad específica (estudio de caso) dentro de la población de jóvenes con los cuales trabajamos, nos demostraron que el concepto de NEE -lejos de aportar en la trayectoria educativa de éstos- con mayor frecuencia, los estigmatizaba hasta el punto de la marginalidad educativa por parte del sistema escolar, lo que, en la mayoría de los casos, se traduce en la segregación del joven del sistema por el despliegue del mecanismo que el mismo sistema crea y perpetúa, para tales efectos, la “normalización”. Por tanto, todo lo que queda fuera de ésta será marcado como diferente o anormal, la misma suerte corren aquellos que son considerados con NEE.


En este sentido, me gustaría compartir con ustedes un relato que ejemplifica lo anteriormente enunciado:

Pablo, de 15 años, asiste a primero básico y al poco tiempo la escuela comenta a la familia que él tiene NEE y lo derivan a una escuela de educación especial a la cual nunca deja de asistir, siempre con la idea de progreso y escolarización. A los 13 años la escuela especial, tras una evaluación estandarizada, determina que ya no tiene la NEE que lo llevo ahí y determinan el alta (seguramente porque sin dicho diagnóstico no podrían seguir cobrando la subvención) es así como llega a una escuela de educación regular la que, previamente a la matricula determina -creemos, como único criterio, la edad como estándar de normalización- la incorporación del joven a octavo básico. Esta experiencia estuvo llena de frustración, estigmatización y desesperanza, lo que concluye finalmente en la transformación de sus deseos y sueños de progreso en torno a los 12 años de escolarización, ya que a mediados del año escolar siente que no puede más y no sigue asistiendo.

Cuando se reflexiona con la familia, ésta comenta; “Todo esto fue una experiencia traumática, Pablo sentía que no entendía nada, se frustraba con facilidad, se enojaba y no quería asistir, en la casa andaba de mal ánimo y constantemente expresaba que no quería ir, sentía vergüenza y mucha rabia…  los profesores no le creían, no creían que era difícil el cambio y nos decían que él no tenía interés ni motivación que por eso le iba mal… a mitad de año no fue más…”.

Cuando se reflexiona con el joven, comenta: “creo que aprendí cosas en la escuela especial, me sentía bien, me gustaba ir, me llevaba muy bien con todos, ahora pienso y creo que fui a puro perder el tiempo… no me prepararon bien y creo que ya no voy a poder  terminar mis estudios, no estoy ni ahí de andar pasando vergüenza… si no entendía nada”

Este y otros relatos nos llevaron a la convicción de que el camino del paradigma de las habilidades y necesidades, más que aportes nos da categorías de pensamiento, estándares de aprendizajes y números de deficientes, datos que encontrábamos poco relevantes para el diagnóstico, ya que nuestro ideal pedagógico era que los jóvenes pudiesen cuestionar(se) sobre su trayectoria educativa y, con esto, lograr la re-significación e identificarse como legítimo aprendiz.

Para tal tarea teníamos la convicción que nuestro motor era la voz del joven, la participación activa y voluntaria, el cuestionamiento constante de la cultura como parte de nuestra didáctica y el reconocimiento de que los jóvenes son productos y productores de historias, por tanto, la construcción de la trayectoria educativa juega un rol fundamental en nuestro nuevo modo de concebir el diagnóstico, tanto para el educando como para el educador, ya que ambos -en una relación no vertical, democrática y de confianza- aprenden de los proceso históricos que se esconden a los hechos visibles, “la deserción, el rezago, la escolaridad discontinua”.

Para tal concepción del diagnóstico realizamos ciertas prácticas que son flexibles y orientadoras, ya que al entender la trayectoria educativa como proceso histórico, entendemos que es propia de cada sujeto que cuestiona y construye. Orientaciones tales como:

  1. Establecer una relación de confianza y abierta.
  2. Involucrar el diálogo como herramienta de interacción.
  3. Indagar las redes, familia, datos (certificados, informes) y hacer parte a la comunidad.
  4. Utilizar intereses y motivaciones para que se desplieguen las potencialidades de aprendizaje.
  5. Proporcionar espacios de participación activa (opinión)
  6. Comprender los sucesos como “hechos racionales” a la vez que develamos las intenciones y discursos que subyacen de esos sucesos.
  7. Cuestionarse todo aquello que parezca como “normalizador” 


4. Reflexiones finales

Por último, es fundamental insistir en denunciar y hacer visible lo in-habilitador e in-cómodo que puede ser la prisión y educarse en condiciones intra-penitenciarias, tanto para el sujeto aprendiz como para el sujeto que intenta una educación emancipadora, comenzando por los distintos grupos e instituciones que persiguen lo contrario, esto es, quienes trabajan para definir, confinar, controlar, incapacitar, cosificar a estos jóvenes (el mercado y la industria del delito).


Por lo que, tanto para mí como para quienes trabajamos desde de la pedagogía crítica, lo que está en cuestión es la posibilidad de las llamadas “prácticas liberadoras” de grupos ya fragmentados por las estructuras institucionales en espacios donde empíricamente "los cuerpos físicos" de los niños y jóvenes son utilizados e intervenidos para apartarlos, sujetarlos, eliminarlos simbólicamente. Es así como lo que intentamos día a día es empoderar a los distintos actores (educadores, educandos, comunidad) a reflexionar sobre los procesos históricos de las distintas instituciones que se crean para establecerse la sociedad como tal, en conjunto de develar la intencionalidad de dichas instituciones.



[1] En latín, el plural de locus es loci.

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