martes, 27 de noviembre de 2012

Violencia escolar y violencia social


 
Eduardo de la Vega

Conferencia dictada en el 4º Congreso Nacional de Educación: “Los mundos posibles de la escuela”, realizados en Firmat, Argentina, 9 de junio de 2012. 
El autor es Doctor en Psicología (U. Nacional de Rosario) y docente en el doctorado de la Facultad de Psicología de dicha Universidad. Es también profesor en la Maestría en Educación de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos y en la Maestrías en Educación para la Diversidad y Educación y Docencia en la Universidad de Manizales, Colombia.


I

Voy a proponerles pensar el tema de la violencia en la escuela a partir de ciertos características del mundo en que vivimos y de la cultura que le es propia. Es decir, pensar la violencia escolar, o la violencia en la escuela en paralelo con la violencia social.

No obstante debo hacer una aclaración. Es un error pensar que lo social es algo exterior a la escuela, algo que contamina a la escuela desde una exterioridad. La escuela ya es lo social. Lo social es una abstracción, una generalización compuesta de una multiplicidad de particularidades, de la cual la escuela es una de ellas.

Lo primero que quiero decirles es que la violencia en la escuela es un fenómeno reciente, no existió violencia escolar prácticamente desde la fundación de la escuela pública hasta hace sólo algunas décadas. Una investigación reciente, que recorre la revista Anales de la Educación Común creada por Sarmiento, revela la inexistencia del término violencia en los artículos publicados sobre temas de indisciplina, delincuencia y anormalidad, durante más de 50 años (entre 1914 y 1959)[1].

La violencia en la escuela tiene una fecha precisa de aparición. Nace junto al terror, se desprendió claramente de él; es decir, la violencia en la escuela apareció luego de las dictaduras que arrasaron a casi toda Latinoamérica durante la década del 70. Su aparición corrió paralela con el avance lento pero inexorable de la producción global de desechos humanos, cuando proliferaron junto a la violencia de los sujetos, los grupos huérfanos, las comunidades inhóspitas, la masa amorfa.

Violencia institucionalizada —violencia escolar, violencia en el fútbol, violencia en las tribus urbanas— que debemos distinguir de las formas anteriores de la violencia, las cuales estaban encuadradas siempre, o casi siempre, en marcos ideológicos. Se trataba del mundo moderno, mundo ideológico, donde los conflictos eran expresados en términos de ideas, de sistemas de ideas (grandes relatos) y resueltos en enfrentamientos políticos, conflictos que tenían diversas maneras de resolución (estrictamente políticas o las distintas formas de violencia que, como la guerra, según el célebre aforismo de Clausewitz, era la continuación de la política por otros medios (era, digo, porque ya no lo es, según muchos autores posmodernos las actuales guerras de exterminio, terroristas, guerrillas ya no devienen del enfrentamiento político sino de otra cosa…).

Violencia que cuando deja de ser ideológica o política se institucionaliza y la vamos a encontrar en la escuela, en el fútbol, en la calle.

II.

Vamos a intentar pensar ahora estas nuevas formas de violencia y para ello comenzaré leyendo un registro etnográfico, que corresponde a la observación de una clase, realizado por Carina Ratero:

Se trata de una escuela secundaria como tantas otras, de un día cualquiera, de un clima reconocible y recurrente. El estilo del texto —poético, emotivo, apasionado— contrasta con los afectos que dominan el relato:

Al ingresar allí, ese jueves de  mayo de 2010, sus ojos espían todavía con extrañeza, aquello que el tiempo continuo de los días, quizás termine por familiarizar.

En el hall de entrada observa la actividad febril de un hormiguero. Cuerpos que se arremolinan en la frenética música de un mp3. Jóvenes vivaces se divierten entre abrazos y empujones. 

En medio de la muchedumbre y de las risas, algo sabe a ganado humano.

Un bullicio punzante ensordece el aire. La gritería no presta atención al  tiempo que conlleva la sucesiva alternancia de clases y recreos. El timbre suena por segunda vez, completamente ignorado

Una veintena de alumnos divididos en dos grupos,  alienta en el pasillo a otros cuatro que pelean a golpes de puños. No se ve ningún adulto. Entre el amasijo y los gritos, la violencia va cobrando fuerza gradual. Por un momento parecen bestias desconocidas.

La clase de Filosofía comienza, sin que esto acalle las risas ni el parloteo de voces chillonas. Es en una división de quinto año. “El 5to A” orientación Ciencias Naturales. El profesor intenta desarrollar las concepciones de Hombre. Son pocos alumnos, apenas once. Nadie parece prestarle atención.


Ella, observándolo, por unos segundos se pierde en sus propios pensamientos. El hombre le parece atractivo, fantasea, quizás si lo viera en otro sitio… Sin embargo, allí, en medio del desorden de la clase, y a pesar de sus afanes explicativos, no existe ningún derroche. Nada que encendiera.

Después de haberse vaciado de esas preguntas inútiles, ella vuelve allí en una mezcla de curiosidad y desazón. Es entonces que recorre con extrañeza los rostros de los estudiantes, observando en algunos casos ausencia y en otros, una marcada indiferencia. Alguien bostezaba hundido en el banco de atrás. Advierte como algunos parecieran escuchar, pero lo hacen de modo intermitente.

(…)

Miró el reloj. Los minutos que restaban para el timbre le parecieron una eternidad.

Una vida se hace de meses, días, horas, minutos, segundos...  Pensó en las horas de vida que ese profesor y cada uno de esos chicos pasan en la escuela secundaria. En los minutos eternos, que ella  llevaba  allí.

En algunos sitios el tiempo pasa con rapidez, sin embargo, en otros…  Aquí parecía sometido a una lentitud adormecedora. El tiempo pareciera no pasar –anotó. ¿Pasa algo más?

(…)

¿Qué es lo que hace que este tipo, o que alguien, siga dando clases a pesar de todo?

(…)

El profesor da tiempo para leer y responder a la consigna. Los alumnos hacen actividades varias: leen y contestan mensajes de texto, conversan entre ellos, se pasan papelitos, se tiran cosas.

Todo parece indiferenciado en el activismo desmesurado de un puro presente. Apenas dos, tres, discuten  la tarea.

Un grupo hace avioncitos de papel y se los tira a los compañeros. En el fondo toman un avioncito y le prenden fuego.

—Vení que te tomo a vos— dice el profesor a uno de los estudiantes de las primeras filas.

Mientras espera que los chicos lean y todo esto sucede, el profesor toma lección oral sobre postmodernidad a un alumno que se adelanta con gesto impasible, luciendo con la visera hacia atrás, un gorro negro con inscripciones coloradas.


Ella percibe allí, que tal vez, tomar lección a un alumno pueda ahorrarle a un docente de humillaciones complementarias.

(…)

No percibe ningún interrogante vital circulando en la clase. Se pregunta si el profesor esta atento a esto. Si alguna inquietud intelectual se abriera paso entre ese profesor y los chicos.

Unos minutos después el Profesor retoma:

— A ver… ¿Qué concepción de Hombre puedes dar de la lectura?—.

Magdalena lee lo que escribió: —Descartes pone en duda los conocimientos tradicionales  y todo es puesto en duda, el hombre se guía por la razón y dice “pienso luego existo”—.

—A ver qué bolazo le meto ahora a este… —  dice Mateo, mirando a sus compañeros.

Apoyado sobre el respaldo del asiento de adelante, los hombros caídos hacia un costado  Mateo dice: —En la postmodernidad, profe, el Hombre entra en crisis y lo que entra en crisis es el sujeto racional y hay incertidumbre—. Magdalena le sopla, él repite: —Nahuel tira sus cosas por el aire.

 Otros juegan con las bufandas y se luchan en el aula.

—A ver huevón si te me animás…—.  

—Callate boludón…—.

Van y vienen las palabrotas y las piñas. Dos desaparecen entrelazados en las bufandas debajo de los bancos.

—¡¡Chicos el vocabulario!!—  reclama el docente.

 El Profesor continúa explicando, como si asignara a sus palabras un carácter infalible,

Caos, indiferencia, confusión, falta de sentido, de acontecimientos (allí no acontece nada), instantes eternos (presente adormecido, intoxicado). Los enfrentamientos físicos sobresalen sobre ese fondo de humillaciones, hastío e insignificancia. Algo vital desaparece allí, mientras la pregunta por el sentido conmueve al corazón de la escuela.


III.

¿Ahora bien, cual es la realidad de lo que ocurre en el aula, o de tantas otras realidades, más allá de la escuela, que hace tiempo han perdido su sentido, su historia, su brillo?

¿Como llegamos a esto? Esto no pasaba 30 o 40 años atrás, la escuela era un recinto sagrado, un templo que se diferenciaba claramente de su exterior, la vida ordinaria, cotidiana. ¿Cómo pasamos de una sociedad con ideas, con relatos ilusionantes a una sociedad sin ideas ni ilusión vital?

Porque debemos saber que actualmente habitamos en sociedades posideológicas, en las cuales ya no hay ideologías, pues, hemos deseologizado todo y reemplazado los antiguos relatos por conocimientos positivos, deconstructivos, analíticos, etc.


Un mundo que tiene una compulsión por conocer todo, comunicar todo, mostrar todo; nada, absolutamente nada debe quedar desconocido, incomunicado u oculto. La ciencia y la filosofía, los dispositivos cibernéticos y las pantallas se encargan de que todo eso se cumpla. No hay sucesos que no sean racionalizados, deconstruidos, comunicados, mostrados por los diversos tipos de pantallas o dispositivos, cada vez más sofisticados y complejos. En virtud de esta obsesión por conocer, comunicar, mostrar el mundo se ha vuelto transparente.

Paralelamente, hemos experimentado una orgía de liberación en todos los ámbitos: el de la razón donde se sustituyó lo falso por lo verdadero, en el arte donde asistimos a la expulsión de lo feo por lo bello, en relación al deseo el sexo se liberó de su prohibición, también hemos liberado al niño del adulto, a las mujeres del patriarcado, al discapacitado de las instituciones de normalización, de corrección, etc.

Luego de la liberación, y en la transparencia de un mundo que ha construido su doble simbólico, todas las categorías comienzan a desdibujarse, a confundirse, a contaminarse: lo masculino y lo femenino ya no se distinguen fácilmente; el niño y el adulto nivelaron sus diferencias; el profesor y el alumno (ya no se sabe quien enseña a quien),….. Pasa también con la política que la encontramos en todas partes (ej.), con el arte, el cual ya no es un reducto exclusivo, todo es arte…

Habitamos un mundo en el cual se acabaron las polarizaciones ideológicas. Se trata de un mundo atonal, como señala Alan Badieu, sin tonos, en el cual ya no nos orientamos. Hay un agujero, un vació en el centro mismo del mundo simbólico. Han desparecido las antiguas oposiciones y demarcaciones fuertes que nos orientaban y posicionaban en tierra firme. Se terminó el mundo dialéctico, de adhesiones y rechazos, de filiaciones, pasiones e identidades sólidas.

Tras esas liberaciones consumadas todos los objetos, ahora devenido signos, son estatizados y vendidos en un mercado globalizado  y gobernado por las pantallas y los ordenadores. Allí todos los objetos y significados coexisten en una confusión generalizada que genera indiferencia, desaliento,  desorientación y miedo.

Existe una violencia sistémica en el centro mismo de nuestro universo simbólico.

IV.

Avancemos ahora en dirección a los vínculos que se generalizan en estos nuevos contextos.

En las sociedades ideológicas el control de la población se hacía fundamentalmente por medio de los aparatos ideológicos o de disciplinamientos y la represión que tenían como contrapartida la rebelión y el enfrentamiento simbólico o real, que se desplegaban por entero en el ámbito de las ideologías.

En las sociedades posideológicas, también pospolíticas, donde han caído los grandes relatos, el control, en cambio, se realiza por medio de la producción del miedo, que desalienta, chantajea, disuade cualquier conflicto, lo obliga a retraerse y lo congela.

El miedo hoy está en todas partes: en primer lugar, como vimos, en el sistema de signos que no nos orientan ya, en esa encrucijada que nos hace recordar al semidios Pan, de los griegos (de donde proviene la palabra pánico) que se les aparecía a los viajeros en los cruces de camino; pero también en los ataques terroristas, en los bombardeos quirúrgicos a las poblaciones civiles de la guerra posmoderna, en la ciudad (Virilo), en el crimen organizado, en los desastres naturales, en los accidentes, en la TV, en la vida cotidiana, etc.


El miedo es hoy el principio que gobierna las relaciones sociales. En sus formas extremas, el miedo se transforma en pánico y terror. No es casual que una de las manifestaciones más generalizadas del sufrimiento subjetivo sea hoy el panic attack.

También lo vemos en la escuela, cada vez con mayor frecuencia, en su forma simbólica aparece en nuestra clase y en su irrupción real, terrorífica los encontramos en las tragedias de Columbine o Carmen de Patagones, chicos, adolescentes disparando a quemarropa y asesinando a sus propios compañeros.

Cual es el objetivo del terror, del miedo: impedir que los conflictos se manifiesten, disuadirlos antes que vean la luz, desalentar sus expresiones y manifestaciones. Es decir, habitamos un mundo diferente, indolente, un mundo en el cual tenemos miedo y en el cual los conflictos no pueden formularse, son disuadidos, desalentados antes de que puedan manifestarse.

El esquema fundamental ya no es, como lo fue en las sociedades ideológicas, es decir modernas,  el del amo y el esclavo (en cualquiera de sus variantes —el capitalista y el proletario, el profesor y el alumno, el adulto y el niño, el hombre y la mujer, etc.—) sino el del terrorista y el rehén. Producir el miedo, el pánico, el terror está en la base de nuestras relaciones cotidianas y configura una dialéctica reversible: somos, a la vez, el terrorista y el rehén. La violencia y el miedo son producidos por la estructura misma del sistema que habitamos, todos lo retransmitimos, todos somos terroristas y rehenes en forma reversible y alternativa.

Allí hay una violencia (que es la otra cara del miedo) que está en el centro mismo de nuestras vidas, la violencia de un mundo que ha perdido su encanto, el secreto, la seducción, su ilusión vital. Un mundo en el que ya no es posible inventar nada porque ya todo ha sido inventado, sólo es posible allí la copia, el simulacro, la parodia vacía.

El terror hace visible esa violencia sistémica que se generaliza. Constituyen la forma visible y catastrófica de esa violencia.

Responde también de otra lógica: de inversión de roles. De espectador pasivo a actor abismado. Lógica que está inscrita en el corazón de las pantallas y en la socialización participativa que se nos ofrece aquí y allá como solución ante los problemas.

Violencia que ya no es explosiva y liberadora sino implosiva y devoradora. Violencia de un organismo que se devora a si mismo: alumnos acosando a sus profesores; hinchas amenazando a sus ídolos o a sus rivales; estudiantes agrediendo a sus compañeros o a sus profesores; jóvenes atacando a sus vecinos, etc.

Antes, la violencia, en sus distintas formas, simbólica o real, era dirigida al otro (al indígena, al negro, al pobre) hoy, que nos hemos quedado sin otro, sin alteridad radical, la violencia va contra nosotros mismos.

La constelación del rehén y el terrorista de la cual he hablado aparece también en nuestra clase; uno tiene la impresión que unas veces el profesor es rehén de los alumnos y otras los alumnos lo son del profesor. La parodia terrorista fue evidente en ese episodio que vimos hace algún tiempo por TV, donde unos alumnos prendían fuego en la cabellera de la profesora mientras la filmaban.

Carmen de Patagones o Columbine muestran tal cristalización en estado puro, el terror en estado puro. Uds. recuerdan lo que aconteció aquella mañana fatídica del año 2004 en Carmen de Patagones, cuando Juniors, un chico de 15 años, entró a su escuela portando una pistola Browning 9 milímetros y disparó, sin pausa, sobre sus compañeros, asesinando a tres de ellos e hiriendo a otros tantos.

 Estos episodios revelan, creo yo, otra de las características centrales de esta violencia, que tiene que ver con cierta lógica social que se está generalizando en distintos ámbitos (instituciones, medios, etc.). Uds. saben que la escuela de Junior estaba asesorada y orientada por los equipos escolares (Buenos Aires posee el mayor aparato psicoeducativo del país), por lo cual era de esperar que las rarezas del chico no pasaran desapercibidas. Evaluado por el Equipo de Orientación, Junior fue derivado rápidamente a psicoterapia.

Más allá de la intervención local, resulta reveladora la estrategia que había sido utilizada por la escuela bonaerense, quien exhibió, en el contexto de un programa del Ministerio de Educación, el documental de Michael Moore, “Bowling for Columbine”. Es un dato conocido, que eligió la masacre en el colegio norteamericano como tema de una monografía encargada por el profesor de Derechos Humanos. Una extraña conjunción se produjo en aquel escenario tensionado aun, sin dudas,  por la fractura y el drama social.

Esto nos obliga a reflexionar sobre las propuestas participativas que están siendo muy utilizadas por la política, no solo la política educativa sino la política, en general, y creo que es el caballito de batalla que más utilizamos para intervenir actualmente en el ámbito de las instituciones, la escuela entre ellas. Existe actualmente una discusión en relación a ciertos aspectos de estas estrategias de intervención  que es necesario creo retomar.

Desde fines de los sesenta, de la mano del psicoanálisis lacaniano y de la psicosociología (que brilló luego del mayo francés) se insistió en la necesidad de tomar la palabra, tanto al nivel del sujeto como al nivel de las instituciones. El surgimiento de una palabra verdadera, extraída del inconsciente individual o del inconsciente político, guiaba las intervenciones y sus estrategias. Más adelante, desde la filosofía surgieron nuevas justificaciones. Habermas habló de la acción comunicativa y de la importancia de crear espacios de comunicación libres de dominación para avanzar en la construcción de sociedades más democráticas. Rorty, desde el nuevo pragmatismo, avanzó en una dirección bastante similar a la de Habermas. El lenguaje, la comunicación, en este registro, era un antídoto contra la violencia y otros males. Más tarde Foucault, Deleuze  y Guattari, con sus nociones sobre micropolítica, permitieron a estas estrategias participativas sacar su carta de ciudadanía en varios ámbitos.

Ahora bien, otros autores han puesto en cuestión esta idea del lenguaje como un instrumento pacificador y liberador. El mismo Lacan, en sus desarrollos tardíos puso de manifiesto cierta dimensión mortífera del lenguaje que corre en paralelo con la producción de sentidos y significados. Zizek, desde una nueva articulación de Marx y Lacan, se pregunta: ¿y si los humanos superan a los animales en su capacidad para la violencia precisamente porque hablan? para situar luego, cuestión con la que estarían de acuerdo muchos, desde Hegel a Baudrillard, pasando por Heidegger y Levinas, que hay siempre violencia en la simbolización de algo.

Desde aquí, y para cerrar, quiero examinar la hipótesis de Baudrillard que me parece osada y brillante a la vez, pues, creo yo nos da pistas para interpretar ciertas características de la violencia actual o, al menos, algunas de sus expresiones, especialmente su afinidad con los medias (TV). Baudrillard plantea que hay en todo psicodrama o sociodrama participativo o deliberativo una transición potencial del espectador al actor que se da también en la TV actual. Tomar la palabra, ser protagonista del cambio social. Ser actor, dejar de ser espectador. Se terminó la sociedad del espectáculo y la posición pasiva que tenía allí el espectador alienado frente al medio.


Esa transición suele ser letal en el contexto descripto del vació de sentido e insignificancia que caracteriza al mundo posmoderno y en ciertas situaciones: Baudrillard da ejemplos vinculados a la violencia en el fútbol pero creo yo que podríamos poner allí también los trágicos ejemplos de Patagones, Columbine, etc.

En los talleres de la deconstrucción, en el diván público de la escuela, en el teatro de los relatos escolares, la locura irrumpe con su rostro sin voz allí donde se había solicitado la palabra. Extraño agenciamiento maquínico, en términos de Deleuze–Guattari, entre la locura, la pantalla, la escuela y el lenguaje.

Extraña transición también: de la imagen o de la escritura a lo real. Sorprende también, la mecánica de aquella transición; hay una presesión de la pantalla —que es muy evidente también en actos terroristas o en determinadas tragedias— sobre ese tipo de violencia, existe una solicitación a pasar de espectador a actor, demanda que no es solo televisiva sino que está inscrita en el corazón de todo psicodrama de la participación, de toda simulación psicologista de tipo participativo.

Exceso del protagonismo en el vacío del sentido, solicitación del narrador en el teatro del cinismo, transición del espectador al actor abismado. Sin duda, la hipótesis es aplicable a la escuela.

Referencias:

1.       Baudrillard, J. (1996) El crimen perfecto. Barcelona: Anagrama.
2.       Baudrillard, J. (1993) La transparencia del mal. Ensayo sobre  los fenómenos extremos. Barcelona: Anagrama.
3.       Baudrillard, J.: (1978) Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós.
4.       Camus, Albert. (1994). El primer hombre.  Barcelona: Tusquets Editores.
5.       Bracchi, C. (2009) El tema de las violencias en la historia del sistema educativo. Una búsqueda en la revista Anales de la Educación Común. En:
6.       De la Vega, E. (2011) Sueños multiculturales y post violencia. Sobre las promesas de la escuela. Revista Plumilla Educativa. Nº 7. Instituto Pedagógico. Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Universidad de Manizales. Colombia.
7.       De la Vega Eduardo: (2008) Las trampas de la escuela integradora. La intervención posible. Buenos Aires: Noveduc.
8.       Massumi, B. (2002) Navigating Movements. Nueva York: Routledge.




[1] Bracchi, C. (2009). “El tema de las violencias en la historia del sistema educativo. Una búsqueda en la revista Anales de la Educación Común”. En: Kaplan, C. (Directora). Violencia escolar bajo sospecha. Buenos Aires: Miño y Dávila.

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