Blanca Astorga Lineros
Profesora de la Carrera de Pedagogía en Educación
Diferencial, UAHC.
Asúmanos lo complejo del escenario socio-político actual, evidenciado concretamente
en fuertes demandas sobre le educación y la formación de profesores. Esto se
traduce en una evidente tensión profesional que nos hace transitar y responder
erráticamente entre los lineamientos y ordenanzas ministeriales, las
evaluaciones estandarizadas y los anhelos transformadores de los estudiantes y
del profesorado.
Este presente, querámoslo o no, define el contenido de las prácticas
educativas que diseñamos y desarrollamos al interior de las instituciones
formativas. Lograr avanzar hacia la construcción de competencias profesionales
no resulta ser tarea fácil, pero, sin duda, representa una labor imprescindible
para llevar adelante aprendizajes legítimos y más pertinentes en los futuros
profesores, los cuales propiciarán, a su vez, nuevos aprendizajes entre los
alumnos que, sin duda, deben dar cuenta de altos niveles de calidad en la labor
docente realizada.
Pensemos en lo siguiente: “Educar en el mundo contemporáneo es todo un reto para los agentes
educativos que intervienen en este proceso, pues la educación y con ella la
universidad tiene como misión principal darle oportunidades educativas a todas
las personas y formarlos para la vida”, González y Pérez (2002).
Desde lo anterior, puede desprenderse que ya no basta sólo
con impartir los conocimientos y evaluar la apropiación de los contenidos de cada
programa de asignatura. El desafío está adscrito a un aprendizaje mayúsculo,
desde la lógica del crecimiento del sujeto, del desarrollo de éste como futuro
profesor y de la transformación de las condiciones del contexto de pertenencia
y/o el de intervención.
En este escenario, una de las primeras competencias que debemos desarrollar
en los nuevos educadores es la “capacidad para reconocer las cualidades propias
y abordar las diferencias grupales”, por decirlo de algún modo. Consideramos
que la oportunidad más concreta y valiosa que permite a los estudiantes de Pedagogía
asumir y valorar las diferencias de sus futuros alumnos y llevar adelante el
trabajo pedagógico, debe ser una que esté marcada fuertemente por su propia experiencia
en las aulas, desde la deconstrucción, construcción y reconstrucción de sus
propios saberes. De este modo, se garantiza que pueda probablemente comprender
el proceso de aprender desde su particular experiencia y, así mismo, autovalorar
y destacar la diversidad de los modos de aprender, de vivir y de ser propios y de
sus futuros estudiantes.
Éste tránsito formativo en el nuevo educador resulta ser un proceso
trabajoso y complejo, en razón principalmente del reconocimiento de la
singularidad de los actores involucrados y de las posibilidades de
trascendencia permanente que viven, tanto de los estudiantes como de los docentes.
Sin duda, el proceso de conformarse en un estudiante universitario y llegar
a desarrollar las competencias para transformarse en profesor, debe darse en un
escenario de compromiso auténtico por la calidad de la docencia que impartimos
los docentes universitarios. Esto supone tener como objetivo fundamental la
construcción de competencias “situadas” que
permitan actuar conscientemente, desde los aprendizajes de la disciplina
elegida y hacía la construcción, en sus alumnos, de las herramientas para
modificar las condicionantes contextuales adversas o lejanas al aprendizaje.
A nuestro parecer, para lograr lo anterior es preciso reconocer las
fortalezas, las capacidades y las destrezas de los estudiantes de Pedagogía, desarrollando,
a partir de ello, las competencias creativogénicas necesarias para la acción
pedagógica. Asumiendo, además, el crecimiento y la transformación de los
estudiantes desde una mirada que renueve la docencia y el modo de enfrentar la
realidad cognitiva del alumno, transformándola en competencias metacognitivas y
emancipadoras. Potenciando y reconstruyendo simultáneamente el sentido, las
directrices, los modos didácticos y las acciones educativas posibles de incluir
en esa “caja de herramientas” llamada didáctica del educador. Lo importante
aquí es apostar por una docencia que cuestione, movilice y modifique el
escenario pedagógico universitario.
Visto así, la docencia universitaria debiera interpelarnos, llevarnos a
estadios profusos y profundos de reflexión, de un alto nivel de vigilancia epistemológica
gremial y pedagógica que nos permita comprender que el éxito académico estudiantil
deja de ser un atributo particular (cultural y social) del estudiante. En
primera instancia, dicha comprensión surge desde las inquietudes y los
cuestionamientos que en la presencia del estudiante y la posterior vinculación con
el docente se alcance. Posteriormente, en consonancia con lo anterior, ello
concierne a la evaluación, a las metodologías, a los recursos y los intereses
fundamentales[1] de la
cátedra específica y de quien imparte la docencia.
Si acogemos las ideas antes señaladas, estaremos de acuerdo en que el solo
ingreso de cada alumno de secundaria a la universidad no garantiza las
habilidades cognitivas y académicas básicas que se esperan al inicio de la
formación superior. Muchas veces ocurre que ese grupo de estudiantes -de bajo
pronóstico de éxito académico- empieza a hacerse visible para la
institución de educación superior a
partir de un perfil de ingreso idealizado que enfatiza negativamente las
diferencias de entrada (derechamente, las diferencias
se vuelven desigualdades y no al revés).
Ello nos impone la tarea de “hacerse cargo” (reconociendo, valorando y
desarrollando) de la diversidad y de los modos
de acceder y crear el aprendizaje. Potenciando, en ellos, las habilidades
previas que el estudiante universitario requiere para convertirse
posteriormente en un profesional de la educación.
Como ha sido dicho: “La educación deberá centrarse en la
adquisición de competencias por parte del alumno. Se trata de centrar la
educación en el estudiante. El papel fundamental del profesor debe ser el de
ayudar al estudiante en el proceso de adquisición de competencias. El concepto
de competencia pone el acento en los resultados del aprendizaje, en lo que el
alumno es capaz de hacer al término del proceso educativo y en los
procedimientos que le permitirán continuar aprendiendo de forma autónoma a lo
largo de su vida” Bajo,
María Teresa (2010).
El desafío supone, en consecuencia, avanzar
hacia un tipo de docencia erigido desde un modelo educativo hermenéutico y
reflexivo que, estando inspirado en competencias, logre superar la idea
positivista de la medición, el status y la clasificación de los estudiantes en:
competentes, pseudo-competentes y no
competentes (como ya se hace estigmatizadoramente con los propios docentes del
sistema escolar en el marco del extrañamente denominado “marco para la buena
enseñanza”).
Señalamos, finalmente que la competencia debe
ser resignificada, tal como propone Philipe Perrenoud, en cuanto capacidad de
movilizar diversos recursos cognitivos para hacer frente a un tipo de
situaciones. Algo así como
una capacidad movilizada y movilizadora, una suerte de capacidad compleja y
complejizadora que está en el propio sujeto y que alguien, en nuestro caso el
profesorado universitario, debe movilizar.
Adscribimos, por cierto, a esta concepción epistemológica porque, a su vez,
apostamos por otra pedagogía, una pedagogía crítica y hermenéutica que se
edifique ética y políticamente lejos del objetivo técnico e instrumental del
grueso de las nociones de competencias existentes, yendo más allá de pretender calificar,
marcar o psicopatologizar a un estudiante. Ese es, en el fondo, el discurso
central de una nueva formación de educadores desde una mirada humanista y crítico-complejizadora.
[1] Habermas, como
se sabe, señala distinto intereses humanos. Ellos se manifiestan en la
orientaciones que reconoce la formación de profesores, ya sea desde un interés
“técnico” de transmisión y ejecución
de contenidos globales, pasando por la implementación “práctica” de metodologías comprensivas con el contexto, hasta
aquellas acciones “crítico” –
innovadoras, construidas en y con el sujeto educativo y su entorno.
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